Críticas

El dolor las hace más fuertes

14 días, 12 noches

14 jours, 12 nuits. Jean-Philippe Duval. Canadá, 2019.

Salgo de una sala de proyección en la que he visto Entre nosotras (Deux, Francia, 2019), del debutante italiano, Filippo Meneghetti, sobre dos mujeres de cierta edad que desean visibilizar su condición homosexual. Un rato después, entro en otro habitáculo, donde se pasa el largometraje 14 días, 12 noches (14 jours, 12 nuits, Canadá, 2019), escrita y dirigida por Jean-Philippe Duval, cuya desgarradora historia incumbe también a dos mujeres, de distinta edad, que se enfrentan a otro golpe emocional, en este caso relacionado con la maternidad y el choque cultural. Dos propuestas muy valientes, con imágenes potentes y bien elaboradas que exploran capas humanas desde un enfoque muy femenino. Dos títulos hermosos y francos que aunque hablan de asuntos diferentes aglutinan la necesidad de narrar historias intimistas, no exentas de dolor, de mujeres que en un momento de sus vidas necesitan dar pasos al frente para desalojar de la conciencia inquietudes que atormentan y desasosiegan. Un tipo de cine que no solo nos permite ser testigos de historias profundas y veraces, sino que nos regalan penetrantes trabajos interpretativos por cualificadas actrices que despliegan talento y desnudan almas. Duelos, en el mejor sentido de la palabra, que nos ofrecen temperamentos conmovedores y sensibles capaces de llegar al corazón. Es lo que hace falta en los tiempos pandémicos, alegatos de esperanza, entendimiento, comprensión y buena voluntad.

14 días, 12 noches comienza con una escena fundamental. Con un asunto de mujeres, un parto. La acción se sitúa en el poblado de Khy Soo, en Vietnam. Estamos en 1980. Una joven, tumbada en un simple camastro, en medio de una escenografía minimalista y humilde, sufre para traer un bebé al mundo. La atiende solo una anciana, su abuela. Todo parece indicar que el alumbramiento es clandestino. Se comprueba enseguida. Al poco de nacer la niña y sin opción para que el instinto maternal apremie, la vieja coge a la criatura y se la lleva a un orfanato. Al llegar allí, la anciana, rabiosa y molesta, le suelta a la encargada de recibir los niños una frase lapidaria: dásela a los bárbaros. El diálogo es contundente y canalla, te quedas atónito y más adelante te enteras de su connotación, de poso geopolítico.

Un salto al presente y un rótulo sobreimpreso en la pantalla data la acción en Hanoi (Vietnam), 2008. Aparece una mujer solitaria, Isabelle Brodeur (Anne Dorval). Busca a una chica nativa y sus pesquisas la dirigen al orfanato que hemos visto antes. Tiene un documento en la mano y pregunta por el paradero del nombre que tiene anotado. La tratan con descortesía y malhumor, y sale a colación la herida imborrable padecida por los vietnamitas, por las constantes agresiones del pasado perpetradas por occidente. Primero, la colonización de Indochina por los franceses y, más tarde, la invasión de las tropas norteamericanas. Hechos que han dejado un resentimiento violento. Da la sensación de que estos apuntes están al margen de la historia central, pero actúan como afluentes y denuncian el pasado colonialista que sufrió el país entero. El resquemor y la inquina se hacen palpables y dictamina que los autóctonos veteranos no han olvidado las afrentas.

La estructura de la película da pie al inserto de una serie de flashbacks que aportan al espectador la información requerida para completar el trazado de Isabelle en su peregrinaje por la península. Pasajes del pasado que ayudan a entender los motivos de su viaje y a comprender la tristeza y pesadumbre que acompañan al personaje. Isabelle y su marido adoptaron a la niña que hemos visto nacer. Son originarios de la zona de Quebec y allí llevaron a la recién nacida y le pusieron el nombre de Clara. Le dieron de todo y la muchacha creció en un ambiente de confort y abundancia. Un fatal accidente acabó con su vida. La desconsolada madre adoptiva se compromete a encontrar a la madre biológica para contarle lo que ha sucedido y entregarle las cenizas. Y, de paso, tender puentes afectivos.

Una vez que Isabelle, no sin esfuerzo, da con el paradero de la madre natural, Thuy Ngugen (Leanna Chea), que trabaja de guía turística, y con todas las piezas del puzzle organizadas, la película abandona su parte atemperada, de planteamiento, para adentrarse en el melodrama, con alguna intersección al folletín, y acompasar un sugestivo recetario de variantes psicológicas. Isabelle, que ha contratado los servicios de Thuy para que la conduzca a lugares de visita obligada para turistas sin revelarle la verdad. 14 días, 12 noches va de una localización natural, de gran belleza, a otra, transportando la diáspora de la quebequesa, buscando el entorno y el momento ideal para confesar el motivo de su viaje. Ese instante se hace rogar y se prolonga una agonía emocional que traspasa la pantalla, mientras entre paisajes de notable belleza crece una amistad entre dos mujeres, cuya armonía todavía es ajena al dolor de la verdad de diferente edad. El angustioso silencio de Isabelle, que dice estar en la zona para descubrir estampas maravillosas, la ahoga y su impostura la bloquea. El personaje sufre lo indecible, cree que está engañando y traicionando a una mujer cariñosa y amable, que desconoce una desgracia muy grave. La credulidad de Thuy hacia Isabelle es tan fuerte que incluso en el último tramo de la excursión la lleva a su casa, al lugar donde empezó el relato, donde dio a luz a una criatura que su abuela se la arrebató, porque fue fruto de una consentida relación con un enemigo, un francés. La anciana repudia a la criatura como un estigma inaceptable y como un tropello más del imperialismo.

Los circunloquios sordos se terminan y con la sinceridad del sentimiento puro, Isabelle, muy afligida, da cuenta a Thuy del infortunio y la razón de su presencia en Vietnam, quedando la película, en su tramo final, en un clímax visceral, con una interrelación de los dos personajes rotos y destrozados y que el realizador tiene la sensibilidad de localizar la escena, a media luz, en el entorno que nació Clara, acotando a los dos personajes en un espacio dramático, por lo que Isabelle testimonia y Thuy escucha. Se produce una profunda herida, instantes delicados, en los que Thuy, superado el shock, registra su congoja por no haber impedido el rapto de su bebé y evitado la torticera maniobra de su abuela. Las escenas de las dos mujeres, sumidas en la tristeza y la desgracia del destino, tienen un tono intimista y desgarrador. Pocas palabras, algunos silencios y las elipsis necesarias para que el melodrama no descarrile. Son momentos sinceros, estupendos, muy bien filmados, con las suficientes anotaciones y el dispositivo visual contenido para cerrar una historia que conmueve.

Tráiler de la película:

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Ficha técnica:

14 días, 12 noches (14 jours, 12 nuits),  Canadá, 2019.

Dirección: Jean-Philippe Duval
Duración: 99 minutos
Guion: Marie Vien
Producción: Attraction Images
Fotografía: Yves Bélanger
Música: Bertrand Chénier
Reparto: Anne Dorval, François Papineau, Leanna Chea, Laurence Barrette

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