Críticas

Una leyenda convertida en realidad

La llorona

Jayro Bustamante. Guatemala, Francia, 2019.

La Llorona - CartelEn la introducción de La llorona (Jayro Bustamante, 2020), la cámara lentamente va abriendo el plano para ver a un grupo de mujeres rezando como autómatas. La escena parece sacada de una película de terror, el papel de colgadura de las casas viejas elegantes y un piano aumentan la tensión en este grupo de mujeres que rezan sin parar, conectando sus manos sin tocarlas en algo que parece más una sesión de espiritismo. No se entienden sus rezos, pero no importa. Atrás, una niña vestida de blanco las imita. Contrastamos con una reunión de hombres de saco y corbata en un despacho muy elegante donde quien habla recuerda la importancia de verse impecables, porque «son héroes, no víctimas». Descubrimos luego que todo es en la misma casa, los visitantes salen en fila y se despiden de sus anfitriones, como dice la etiqueta, y las empleadas del servicio, todas con sus rasgos indígenas marcados, arreglan el lugar.

En menos de cinco minutos nos han mostrado los contrastes de Guatemala sobre los que se construye esta historia: las clases sociales, las creencias religiosas, la forma de vestir y de hablar. Y en el medio de todo está el general Enrique Monteverde (Julio Díaz), quien es acusado de estar involucrado en los genocidios contra el pueblo indígena del país. Durante su juicio, las declaraciones se vuelven crónicas de la violencia contra los indígenas, unos dolorosos testimonios que no están lejos de la realidad. La negación de los genocidios es dolorosa, la influencia de los poderes y de las clases sociales es evidente. Monteverde es un hombre que no aprecia el valor de la vida, fuma y toma como si no hubiera un mañana, su conciencia no se perturba a pesar de las declaraciones, pero en sueños empieza a escuchar a una mujer llorar, él es el único que la escucha.

La Llorona - Fotograma

Al enterarse de las alucinaciones del General, todos los trabajadores de la casa Monteverde (indígenas, por supuesto) ya no quieren seguir ahí, tienen miedo, saben lo que significa ese doloroso llanto. La familia se ve en la necesidad de buscar nuevas empleadas y ahí llega Alma (María Mercedes Coroy) a trabajar en la casa, que viene referida del pueblo de donde es Valeriana (María Telón), la única trabajadora que no abandona la casa.

Con el solo título de la película y un conocimiento básico sobre la leyenda de La Llorona se sabe claramente qué va a pasar, así que no hay un mayor spoiler sobre el desenlace, pero sí un interrogante acerca de cómo logran mezclar dos mundos que parecen no tener relación. Acá no es el «qué», es el «cómo», y ahí es donde triunfa con creces este film, al lograr mezclar leyendas de la tradición indígena americana (y con eso me refiero al norte, el centro y el sur, no solo la «América» en la que piensan los americanos) con la realidad de un país donde la justicia no existe y la corrupción domina todo.

A esa clase alta desagradable, esnobista y que todo lo mira como si les diera asco, pertenece también Natalia Monteverde (Sabrina De La Hoz), quien flota en el medio con el dilema que le surge: aunque le duelen las acusaciones contra su padre, le asegura a Carmen, su madre (Margarita Kenéfic), que una mujer no puede hablar de esa manera de violaciones y desplazamiento si no lo ha vivido en carne propia. Carmen le responden que las indígenas son prostitutas que se les ofrecieron a los militares, porque eso fue lo que le contó su esposo y esa es la realidad, para ella. Pero esa es solo una realidad.

La Llorona - Fotograma

Los contrastes de la historia y los personajes se ven también en los movimientos de cámara, que se dividen entre planos secuencia y zoom out, que logran adecuadamente la tensión que nos quieren transmitir. En los planos secuencia, la cámara acompaña la acción, va guiando al espectador para mostrarle lo que hay que ver, sin abandonar la acción en el fondo del plano, una herramienta básica en películas de suspenso. Por su lado, los zoom out son planos largos, donde la cámara va abriendo lentamente, acompañada de la música y los sonidos ambiente, aumentando esa inevitable sensación de tensión, el miedo de que en algún momento va a pasar algo terrible en la escena, ese miedo con el que vivían el día a día los indígenas, pensando que de pronto alguien llegaría a dañar sus vidas. Y ahora ha llegado el momento de la venganza.

Esta es una película necesaria, un ejercicio de dolor, de justicia, de redención. Una justicia divina que necesita Latinoamérica y que parece solo venir en forma de película, porque esos cantos de «No hay paz sin justicia» que el pueblo repite sin descanso alrededor de la casa de la familia Monteverde parece no calarle a esta familia, su cinismo y tranquilidad ante las voces de dolor es aterrador.

La Llorona - Fotograma

Considero que no es necesario conocer sobre la historia de Guatemala para entender la película, contrario a comentarios que leí sobre la película. No solo está claramente explicado a través del film, es el mismo pasado de toda Latinoamérica, de Estados Unidos, de África… Es la historia de la humanidad. Y contrario también a muchas críticas que encontré por Internet, esta sí es una historia de horror. Es cierto que no hay monstruos que salen de la oscuridad ni posesiones diabólicas ni nada parecido, solo hay brujería que hace parte de la tradición indígena y una aterradora realidad de genocidios que se han producido en Latinoamérica desde el siglo pasado y que se han quedado en la total impunidad, pasando a ser anécdotas de la historia o parte del paisaje que adorna el realismo mágico de nuestras tierras. Yo no conozco nada más aterrador que esa injusticia.

Trailer:

 

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Ficha técnica:

La llorona ,  Guatemala, Francia, 2019.

Dirección: Jayro Bustamante
Duración: 97 minutos
Guion: Jayro Bustamante, Lisandro Sánchez
Producción: Jayro Bustamante, Gustavo Matheu, Marina Peralta, Georges Renand
Fotografía: Nicolás Wong
Música: Pascual Reyes
Reparto: María Mercedes Coroy, Sabrina De La Hoz, Margarita Kenéfic, Julio Díaz, María Telón, Juan Pablo Olyslager

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