Críticas

No sin mi nieto

Uno de nosotros

Let Him Go. Thomas Bezucha. EUA, 2020.

Algunas viejas glorias de la interpretación que cimentaron su estampa en producciones de los años 80 acuñando actuaciones que dejaron huella y forjaron una estela capaz de atraer a los espectadores gracias a su presencia en el cartel, deambulan ahora de modo disperso en un sistema todavía exigente y vanidoso procurando que su marchito pálpito no se desvanezca definitivamente. Unos pocos tiene la suerte y estima todavía reconocida y se adaptan sin crispación a un mercado atento a las figuras del momento, las de Carpe Diem, aprovecha el instante dejando en una esquina a quienes hace unas décadas eran el principal foco de atracción. Muchos de ellos siguen trabajando, rara vez como principales reclamos, en papeles secundarios de escaso fuste y conformando roles poco atractivos o insignificantes cuya talla hubiese estado mejor en un museo de cera. Aunque sobre este apunte, se podría teorizar en extensos textos sobre el cometido actual de actores e intérpretes que antaño gozaron de una inmensa y merecida popularidad y que ahora intervienen en contadas ocasiones y representando a hombres y mujeres sin alardes, en modo piloto automático, a no ser que el guion revele una escritura elaborada y trabajada. Me viene a la memoria, por ejemplo, Jeff Bridges en Comanchería. En un hipotético análisis puntilloso habría que dejar aparte a Meryl Streep, porque ella misma es un género en sí que no sólo se incrusta con un dominio poderoso en la acción sino que todavía es el propósito de la película.

En esta línea de reivindicar a artistas de la pantalla en edad madura pero con posibilidades de reverdecer laureles deseo impartir justicia de la buena y apuntar que uno de los motivos, entre otros, para visionar y disfrutar del largometraje Uno de nosotros (Let Him Go, 2020, EE UU), escrito y dirigido por Thomas Bezucha, es el inmejorable sello de su reparto. Kevin Costner retoma el prestigio de encabezar una producción con un papel que todo indica que está escrito a su medida. Encarna a George Blackledge, un talludito sheriff jubilado en Montana que dedica su tiempo al cuidado de su granja y de sus caballos. Vive junto a su esposa Margaret (Diane Lane), una mujer coraje, sencilla y prudente. Con ellos habita su único hijo, su nuera y su nieto. Los cinco componen la imagen de una familia rural, firme y feliz, donde la pugna generacional, como tal, no existe. Forman un núcleo compacto. Incluso se ve que Margaret más que abuela a veces ejerce de madre porque con mucho tacto ayuda a su sobrepasada nuera.

La idílica estampa se resquebraja al instante. Apenas acomodados en la butaca la tragedia asola a los Blackledge. El hijo fallece al ser despedido por su caballo y golpearse la cabeza al caer con una piedra. Tiempo más tarde, la nuera se casa con un rudo hombre y junto con el niño se desplazan hacia Dakota del Norte, de donde es originaria la familia Weboy. George y Margaret quedan tristes. Pero nada comparado con la consternación y rabia de Margaret. Ha sido testigo de violencia de género del nuevo esposo de su nuera y maltrato infantil sobre el nieto. Situación inadmisible e intolerable. Deciden intervenir. Con su habitual temple y cautela se ponen en movimiento. El espectador sabe que es un matrimonio noble que representa valores familiares tradicionales.

A partir de aquí, el realizador y guionista Thomas Bezucha, responsable de una filmografía comercial, Monte Carlo (2011, EE UU), La joya de la familia (The Family Stone, 2005, EE UU) y Big Eden (2000, EE UU), construye un relato sobre la recuperación utilizando dos géneros, además del dramático (venganza), de mucha y extraordinaria repercusión en el cine norteamericano como es el western y la road movie. Alguna reminiscencia a Centauros del desierto vuela a lo largo de su metraje.

Efectivamente, Bezucha plantea una moderna y temperamental película del oeste, de cowboys al volante, matizada por una luz y fotografía de tonos crepusculares, que acentúa la estética de una aventura vigorosa representada por héroes que han conocido otros tiempos. La catadura moral de George y Margaret es diáfana. Como seres civilizados pretenden restañar una afrenta e intentar domeñar a los bravos e iracundos Weboy. Pero ignoran lo que se van a encontrar. Antes de enfrentarlos a sus groseros rivales, el autor establece como preámbulo al estallido de la violencia, al establecimiento de un duelo, un bloque atemperado por la inmediatez de la intimidad. Todo desplazamiento repercute en el ánimo y corazón de los personajes que sin prever lo que les espera se ejercitan como exultantes amantes además de dedicarse diálogos emotivos que abundan en su afinidad y carisma. Las roads movies es lo que tienen, te alejan o te acercan a los viajeros. Es más, en este tramo de la película, el realizador acopla la presencia de un joven indio, un inadaptado al sistema del hombre blanco, que defiende valores y principios de sus ancestros cuya reflexión puede ser oportuna pero queda como una nota al universo de los nativos metida con calzador. Un western no es más western por esta pincelada exótica.

El tercio final aglutina una serie de elementos que no son novedosos y que constituyen una característica muy común del western como es la irrupción de un forastero que llega a un territorio con la intención de alterar un orden establecido o de concluir una misión no tolerada por la autocracia que gobierna la región. George y Margaret han abandonado su zona de confort para encaminarse a una comunidad de la que no saben nada. Pronto descubrirán que su presencia en un lugar hostil es considerada intrusismo. La región está bajo el férreo mando de la matriarca Blanche Weboy, interpretada de manera feroz por la actriz Lesley Manville. Una señora que tiene corrompida a la autoridad competente y domina el lugar sin compasión.

He aquí un desenlace que no por visto en infinidad de ocasiones resulta convencional. La crispación y los detalles de brutalidad se dejan ver y notar. Incluso una escena cafre, despiadada, también se edita. No hay freno. George, taciturno y silencioso durante muchos minutos no se olvida de su faceta de hombre de la ley y echa mano de la violencia desatada para culminar, de una forma u otra, el motivo de su visita a Dakota del Norte.

La secuencia final es un clímax brutal. No ha habido más remedio que utilizar la fuerza. El hombre civilizado, que pretendía llegar a un acuerdo dialogado con sus oponentes, ha fracasado y no queda otra que responder con violencia cuando se ha sufrido una agresión. Cuando los protocolos legales fallan porque están sometidos al imperio de la autocracia se impone la ley del más fuerte. Los primitivos son demasiado toscos y groseros y su parcela queda reducida a la nada. Un conflicto para que un niño y su madre crezcan y se desarrollen en un entorno sano y moral. Un tema que no es nuevo y que aquí se desarrolla en una historia que no quiere ser una más.

Tráiler de la película:

https://youtu.be/9491sTTkvzQ

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Ficha técnica:

Uno de nosotros (Let Him Go),  EUA, 2020.

Dirección: Thomas Bezucha
Duración: 114 minutos
Guion: Thomas Bezucha
Producción: Mazur / Kaplan Company. Distribuidora: Focus Features
Fotografía: Guy Godfree
Música: Michael Giacchino
Reparto: Kevin Costner, Diane Lane, Jeffrey Donovan, Booboo Stewart, Lesley Manville, Kayli Carter, Will Brittain, Bradley Stryker, Greg Lawson.

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