Críticas

La fascinación del anti-héroe

Lupin III – El castillo de Cagliostro

ルパン三世 カリオストロの城 . Hayao Miyazaki. Japón, 1979.

En las estructuras típicas de los cuentos hay dos grandes categorías en lo que se refiere a los personajes: por un lado, están los buenos, mientras que por el otro, están los malos. Si los buenos ganan y viven, nos encontraremos ante una aventura feliz, mientras que si mueren (que logren vencer al malo o menos, no es importante), el resultado es un sabor de amargura. De todas formas, el concepto de héroe, una vez analizado en sus detalles, puede ser el centro de una reconstrucción simbólica, psicológica y hasta cultural: de hecho, si tomamos algunos elementos y los unimos a los de los malos, sin caer demasiado en las particularidades de lo negativo, lo que logramos crear es un antihéroe, mezcla esta que se supone capaz de abrir nuevos caminos ante una estereotipación que, a veces, nos resulta demasiado pesada (nos referimos aquí al bueno con su belleza divina y su necesidad cultural y social de ser el ganador, cada vez que pueda serlo en función de una moraleja bastante anémica).

El ladrón, entonces, se sitúa en una situación de colores grises, ya que, si por un lado forma parte de los malos sociales (nos roba nuestro dinero), por el otro sería imposible no darse cuenta de su inteligencia (cuando está) o, mejor dicho, de su astucia. Quizás esta sea la razón que llevaría al mangaka Monkey Punch a crear al nieto del Lupin francés, producto (el europeo) del escritor francés Maurice Leblanc. El gentilhombre medio parisino y medio japonés se pone así en una situación de actuar fuera del mundo normal en el que vivimos, en un contexto en el que ir contra la ley es la única posibilidad existente si el objetivo es sobrevivir. Sin embargo, detalle fundamental, lo que empuja a Lupin III para seguir robando es el acto mismo de substraerles dinero a los que ya tienen mucho, como si más importante que la riqueza fuera el acto de robar, usando aquellas estrategia típicas de quien conoce los mecanismos de la astucia.

En el caso de Cagliostro, el objetivo es doble: por un lado descubrir (y robar) el tesoro secreto de un pequeño estado europeo, por el otro ayudar a una pobre princesa para que el malo no logre casarse con ella. Cuento bastante simple, entonces, pero no por esta razón poco atractivo. Todo lo contrario, ya que no es el objetivo final lo que nos interesa en el mundo de Lupin, sino el viaje por el cual se mueve nuestro ladrón con su pandilla de amigos. La película logra así aceptar su reiteración masiva de un canovaccio que ya conocemos (no es posible olvidarse de que Lupin nace en el formato de la serie manga y que después se traslada al mundo de las series de televisión), permitiéndose una libertad creativa que se concreta en los detalles más que en la estructura principal.

Si la historia es modesta (y si, efectivamente, ya sabemos cómo va a terminar), verdad es también que la construcción de los personajes funciona en su reducción absoluta a una serie de rasgos definidos, lo cual hace que lo estereotipado se convierta en un inventario de arquetipos. Es aquí, entonces, que se mueve el concepto de antihéroe, personaje este que traspasa el borde entre lo justo (en el sentido de justicia y de ley dentro del contexto social en el que vivimos) y lo prohibido (en el sentido de lo que no está bien hacer, de lo que, si bien nos gustaría, no podemos hacer). Lupin concretiza con su presencia la posibilidad de otro mundo, de otra vida, fuera de los esquemas que nos separan de aquel anhelo por la libertad individual típico de las sociedades modernas.

Cagliostro demuestra por estas razones tener una relación madura con su público, relación que se define como tal, no porque hable de temas que los niños no podrían entender (de hecho, la película funciona también con un público muy joven), sino porque se reconoce en lo que es (un simple cuento de animación, no muy diferente de un simple episodio de la serie animada) y de allí decide explorar sus mecanismos y dejar que la fantasía corra a rienda suelta. Una perfección de la fuerza de la imaginación, entonces, acto debido de una explosión de ideas y de imágenes que casan perfectamente el dinamismo del ojo del director con los fluidos que resultan ser los movimientos de los personajes. Una joya, quizás en parte olvidada, de la larga historia de la animación no solo japonesa sino, sobre todo, universal.

Tráiler:

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Ficha técnica:

Lupin III – El castillo de Cagliostro (ルパン三世 カリオストロの城 ),  Japón, 1979.

Dirección: Hayao Miyazaki
Duración: 100 minutos
Guion: Hayao Miyazaki, Haruya Yamazaki
Producción: Tetsuo Katayama
Fotografía: Hirokata Takahashi
Música: Yuji Ohno
Reparto: Yasuo Yamada, Eiko Masuyama, Kiyoshi Kobayashi, Makio Inoue, Goro Naya, Sumi Shimamoto, Tarō Ishida

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