Críticas

El paraíso perdido de Yeon

Aliento

Soom. Kim Ki-duk. Corea del Sur, 2007.

Aliento aficheUn paquete de rituales que nos lleva de la mano hacia el sepultamiento de conflictos maritales. Se hace necesario el ejercicio en la aceptación de la caída de los sueños. La familia se “reconcilia”,  tras la caída de la nieve que entierra los pasados. El frío y lo inhóspito son de necesaria referencia, la vida no es siempre color de rosa, deben aceptarse las realidades por detrás de las ilusiones.

Kim Ki-duc , en su habitual modo de hacer, apela a sutiles alusiones, la economía del discurso obliga a una plena concentración. Maestro con todas las letras, de estilo amplio y conciso a la vez, aparente paradoja que le permite decir mucho con un lenguaje que fusiona simbolismo y narración convencional en términos básicos. Kim Ki-duc no suele decirlo todo: cine sin detalles para encontrar los detalles.

Dos lógicas se movilizan en interdependencia y en paralelo; la del discurso coherente esconde la del mundo interior fantasmático. Yeon necesitará de una relación que simule el vínculo inicial con su marido. Compartirá sentimientos con un presidiario condenado a muerte por matar a su familia; no es lo relevante, la vivencia es lo que cuenta. Yeon sabrá ritualizar el vínculo para deshacerse de la depresión y recomponer su matrimonio. Descubre la infidelidad  e inicia un periplo que la llevará a concurrir diariamente a prisión.

Un filme plagado de simbolismo, aunque no hermético. Así debe ser considerado para que el interés no decaiga. El ritmo es un tanto lento y la coherencia pende de un hilo. La ausencia en la explicitación de sentimientos exige una aguda observación, los personajes sienten desde su interior, poco se vierte en palabras, solo lo necesario.

Aliento

El juego identificatorio apela a la contradicción, la destrucción de una familia es necesaria para la recomposición de otra; las etapas son quemadas en los cubos de basura. Las estaciones saben dar cuenta del paso del tiempo en clave de liberadores momentos confesados. La carga se va alivianando en un proceso con principio y fin a dos niveles.

El presidiario es un objeto, su propia destrucción cobra valor desde un trato más interesado que compasivo, el deseo sexualizado es la culminación de un simulacro de amor que va al rescate de la cordura. Un renacimiento que aprovecha la posposición del sacrificio, Kim detiene el tiempo real para servir al ritual; momento simbólico de estados añorados. Los decorados se destruyen cuando son quemadas las etapas. El contrapunto liberador utiliza  la muerte para la vida, es el renacer de los vínculos perdidos. Jang Jin debe asumir su condición de juguete aferrado a pequeños momentos de placer, pero la depresión lo envuelve y se lo impide. Es depositario de toda la “basura”, con él se consume hasta la última gota de sentimiento frustrante y doloroso. Su mendicidad lo dejará solo frente al destino final, se aferra a lo que puede y puede poco.

Las camisas blancas son oportunidades en el tiempo; señales que indican disímiles estados de situación. El odio nunca es explosivo, es sutil, la camisa sucia va a parar al basurero; a medida que el ritual avanza, la perspectiva cambia, hay una segunda oportunidad, y la blanca camisa será objeto de lavado, la mugre es aceptada como parte del proceso, solo hay que limpiarla. La oportunidad existe, las situaciones tienen arreglo.

Aliento fotograma

Yeon recupera su voluntad y está lista para cerrar el ritual, intenta trasladar su experiencia de muerte al fetiche carcelario, pero el intento fracasa, la asfixia no se consuma, y el recluso es reducido de inmediato a un bien de uso espiritual, su deseo no tiene cabida, es un muerto en potencia,  que resiste al “derecho” de otros a terminar con su vida. El ejercicio de la voluntad se desvía hacia la muerte, mientras que la realidad de Yeon es diferente: activar la voluntad es hacer algo para sortear obstáculos, es la negación de la posibilidad de muerte autoinfligida. Deberá trasladar el sentimiento de su infancia a Jang Jin. Interviene la muerte por asfixia como posibilidad de salvación, la experiencia no está disponible en la gama de recursos del presidiario, solo reconoce su derecho al suicidio.

Tópico imprescindible es el primitivismo del recluso. Un lenguaje corporal, trasmitido desde el ocio, confunde la colaboración y el deseo de contención, que se transforma en celos por un tercero fuera de campo, aunque presente en fotos que definen cada vez más sus “intenciones”. El mundo carcelario y sus necesidades son embestidos por la voluntad de Yeon, con la anuencia del sistema. La fantasía es necesaria, disfrazada de realidad oficia de salvoconducto ante  la locura y las “malas decisiones”. El ego se disfraza de caridad.

Soom escena

Kim Ki-duc, ahorrativo en recursos, y con un lenguaje conciso, evita toda posibilidad de flashbacks. Frases breves, en momentos clave, aluden a identificaciones pretéritas: “…Este es el monte Seorak…Parado al otro lado el hombre miraba los árboles otoñales…yo amaba a ese hombre…”-Yeon-; “…Ese cuarto de visitas parecía… el monte Seorak. Donde nos conocimos hace 10 años…”-marido de Yeon-. Los momentos son distintos, el espectador debe establecer la conexión; así es el cine del maestro surcoreano.

Puestas en escena austeras y travellings escasos; una película filmada en base a paneos y cámara fija, a ritmo lento, imprime una tristeza que se afianza en la realidad del invierno como estación presente; el pasaje  por las demás estaciones obedece a la creación de un ambiente grato al condenado. Artificial y engañoso periplo circular, que sirve de limpieza psíquica, hacia una realidad presente que se pretende reformar o transformar; haría falta una segunda parte para saberlo.

Las visiones liberadoras no son necesarias, el machismo claudica, reconoce la falta y hasta termina colaborando con la propuesta transformadora. Yeon en ningún momento reniega de su rol, solo añora el “paraíso” perdido.

Un filme polémico en cuanto a su calidad;  sin embargo, se me antoja que vale la pena verlo. Digan lo que digan: una obra mayor de Kim Ki-duc.

 

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Ficha técnica:

Aliento (Soom),  Corea del Sur, 2007.

Dirección: Kim Ki-duk
Duración: 84 minutos
Guion: Kim Ki-duk
Producción: Cineclick Asia, Kim Ki-duk Film, Sponge Ent. Inc
Fotografía: Jong-moo Sung
Música: Myeong-jong Kim
Reparto: Chang Chen, Ha Jung-woo, Park Ji-a, Kim Ki-duk

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