Críticas

En nombre del Papa Rey

El rapto

Marco Bellocchio. Italia, 2023.

En este variopinto y caleidoscópico universo del cine, de poliédricas, intertextuales e hiperdesarrolladas formas de hoy, se convierte en un placer inmenso (debo reconocerlo) encontrar en la cartelera comercial una película escrita y dirigida por un veterano longevo, en plena forma creativa, como el realizador italiano Marco Bellocchio. Comprobar que este cineasta transalpino conserva todavía la frescura narrativa y la tenacidad de su discurso y mirada a sus 84 años es motivo de satisfacción. Sigue peleando con las imágenes y desplegando su lúcido pensamiento. Todavía agita el avispero de los temas conflictivos, aportando su afilada lucidez y un curtido temperamento para abordar asuntos tensionados que requieren destreza y cuajo. Su autoría al frente de una pieza como El rapto (Rapito, 2023, Italia) es más apropiada de lo que pueda parecer a simple vista.

La experiencia, el tacto, el enfoque y su tratamiento visual de un argumento lleno de aristas y proclive al escándalo encuentra en el rigor clásico por antonomasia la arquitectura y estructura ideal para dotar de sentido y profundidad a una pieza cuyos procelosos ecos eclesiásticos parecen el cuento de nunca acabar. Sin embargo, el autor de El traidor (Il traditore, 2019, Italia), muy curtido en el terreno polémico de las anotaciones de origen histórico acomete su puesta en escena moldeando una historia, utilizando varios tonos y perfiles para llevar a buen término un largometraje apuntalado con recursos muy controlados y, por otra parte, eficientes y eficaces.

Marco Bellocchio filma un puntilloso magnus opus inspirado en hechos reales. El contexto remite a la Bolonia de mediados del siglo XIX, en plena hegemonía de los estados pontificios en los que se debatía la lucha entre el poder de la Iglesia católica, con el Papa Rey al frente, y el estado político de Italia. Dos sistemas que rivalizaban con inquina y pugnaban para demarcar cada cual su territorio y su ideología.

En este ambiente, marcado por los intereses religiosos perpetrados con mano dura e inflexible por el Papa Pío IX, encarnado por el actor Paolo Pierubon, se produce un hecho insólito y demagógico, y por qué no decirlo, casi aterrador. El pontífice aprueba la iniciativa de uno de sus fieles servidores, el fraile dominico Pier Gaetano Feletti, al frente del Santo Oficio en la ciudad de Bolonia, de secuestrar al niño de 6 años, Edgardo Mortara, perteneciente a una familia de comerciantes de origen judío. El motivo del rapto estaba relacionado con la versión de una sirvienta de los Mortara, que había bautizado en 1851, a escondidas y en la fe católica, al recién nacido Edgardo, pensando que estaba enfermo y que se iba a morir. Para evitarle el sufrimiento del limbo y ser acogido en la salvación del Supremo le practicó el improvisado sacramento. La Santa Inquisición y la retórica papal acordaron llevarse al niño de su hogar, dejando consternados a los padres. Con esta miserable acción se hacía constatar la vía antisemita de la Iglesia de entonces.

Los eventos reales quedan reflejados y autentificados con la serena delicadeza, no exenta de fina ironía subterránea y de socarrona insolencia aplicada por Bellocchio, que traduce los punitivos acontecimientos pautados por un desarrollo firme y solvente. Su cuerpo dramático y argumental, de inusitada potencia, no se le escapa al realizador y presenta los hechos haciendo valer los aspectos más incómodos de la causa, atizando a la jerarquía de la Iglesia de Roma como una institución marrullera y criminal a fin a la canalla morfología de su máximo mandatario. Aquí se cuenta una maniobra de claro ejemplo de reeducación, sometiendo al absorto Edgardo a un sutil proceso de catequesis que deriva en una asumida transformación hasta el punto de convertirse en un soldado de Cristo.

El rapto, construida con vocación ortodoxa en su forma y dispositivo visual, alcanza, con la densidad dramática con la que Bellocchio dota a su trabajo, una vez más,  una reflexión acerca del poder y sus ominosos tentáculos. Plasma el drama familiar de un matrimonio y su prole de hijos que ven y sienten cómo su libertad religiosa es agredida desde lo más bajo por la ruin y despreciable injerencia del servicio inquisitorial. Una actitud de fuerza orgullosa y cruel de una autoridad religiosa que imponía su jerarquía supremacista. Un padre y una madre que ven partir, por un acto de fuerza y arrogancia, a un niño inocente, al que no solo ven alejarse de su entorno, sino que los raptores van a proceder a inculcarle artificios catecumenales ajenos a su religión.

La aplastante bellaquía e indisimulado narcisismo patológico de la curia romana se ve reflejado en la soberbia con la que están perfilados el inflexible inquisidor Feletti y el Papa Pío IX. Seres infames, ambiciosos y siniestros que utilizan la situación para reafirmar su posición, la de su congregación y atropellar a los rivales, causándoles un daño irreparable.

Las organizaciones judías italianas, apoyadas por sus coetáneas de otros países europeos, llegaron a humillarse delante del sumo pontífice buscando su clemencia humana y su espíritu condescendiente para intentar que Edgardo fuera devuelto a sus padres. No se consiguió ningún avance, y el niño judío permaneció bajo el manto protector de la Iglesia Católica hasta el extremo de convertirse a la religión cristiana y provocar algún cisma con su familia, a propósito del fallecimiento de sus seres más queridos.

El alegato de un hombre de imágenes y profundo pensamiento, que se declara no creyente, como Marco Bellocchio, escenifica una tesis contra el adoctrinamiento y el abuso de pujanza. El entretejido de acciones y subacciones y el crecimiento de la trama tiene un sentido dinámico de la narración, postulándose por un credo siempre combativo en el autor italiano sobre los entresijos del poder, sea del signo que sea, y sus canallas tentaciones.

Por cierto, la película tiene varias fuentes de referencia como El secuestro de Edgardo, escrito por David L. Kertzer; Il caso Mortara, de Daniele Scalise y, alrededor de 2016, el reconocido director de cine estadounidense Steven Spielberg estuvo interesado en la realización de un largometraje basado en estos eventos. Descartó el proyecto y fue entonces cuando Marco Bellocchio se interesó por el rapto del niño Edgardo Mortara, que ha dado pie a esta película de notable impacto.

Tráiler:

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Ficha técnica:

El rapto ,  Italia, 2023.

Dirección: Marco Bellocchio
Duración: 134 minutos
Guion: Marco Bellocchio, Susanna Nicchiarelli, Edoardo Albinati, Daniela Ceselli
Producción: Coproducción Italia-Francia-Alemania; Kavac Film, IBC Movie, Ad Vitam Production, Match Factory Productions, RAI Cinema
Fotografía: Francesco Di Giacomo
Música: Fabio Massimo Capogrosso
Reparto: Filippo Tmi, Fabrizio Gifune, Bárbara Ronchi, Paolo Pierebon, Fausto Russo Alesi, Enea Sala y Leonardo Maltese

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