El peor equipo del mundo

La película está basada en una historia real y narra los esfuerzos del entrenador holandés-estadounidense Thomas Rongen para convertir el mediocre equipo de fútbol del territorio estadounidense de Samoa Americana en uno competitivo en las eliminatorias de Copa Mundial de Fútbol de 2014. Es una comedia bastante agradable y llena de detalles novedosos y bien narrados, que satisface la natural curiosidad de los que se preguntan cómo es posible aprovechar los talentos de un limitado número de jugadores, todos ellos aficionados y, en general, inexpertos para conformar un equipo real de fútbol. El punto de partida es que el Territorio de Samoa Americana es una isla relativamente pequeña en Oceanía, de pocos habitantes, sin  tradición futbolística real, cuya selección nunca había logrado marcar goles en los anteriores enfrentamientos con las naciones y territorios vecinos, y en cambio, tenía el funesto récord de haber sido derrotada por más de treinta goles por Australia y de estar en el último puesto de la clasificación mundial de la FIFA.

El entrenador llega al puesto luego de varios años de desastres, originados en sus comportamientos agresivos y rabiosos como entrenador, los cuales afectaron también su vida personal. Acepta el desafío sin saber bien a qué se enfrenta y cuando se da cuenta de las circunstancias tan limitadas bajo las cuales debe trabajar, se llena de desánimos y decide renunciar luego de varios intentos asumidos sin mayor entusiasmo. Es entonces que la historia se vuelve interesante, entrando a jugar el verdadero equipo que las personas tienen dentro de sí cuando encuentran su energía interior. Y los habitantes de la pequeña isla tienen con qué. Son un pueblo muy unido, muy religioso, acostumbrado a hacer oración regularmente, de forma que cesan las actividades a cierta hora, digamos que la del Ángelus; todos ponen rodilla en tierra y agradecen al creador. No hay duda que ello implica una coherencia comunitaria. Al principio, el entrenador no ve nada especial en ello, simplemente lo considera como un primitivo fanatismo, muy alejado de su agnóstico descreimiento e indiferencia religiosa modernista. Pero bajo el influjo de la energía amistosa de estas gentes, liderada por el entusiasta director administrativo del equipo, siempre optimista, positivo, insistente, va cayendo en cuenta de que vale la pena entrenar y entrenar bien; que vale la pena identificar los variopintos talentos de los miembros del equipo hasta ir abriendo los espacios y dando oportunidades para creer y mantener viva la sencilla ilusión de los habitantes de la isla: que el equipo marque al menos un gol, sin importar que pierda.

Poco sabemos en nuestro medio de esas regiones del mundo, situadas en mares azules y tropicales, islas montañosas, de gentes sencillas, de cuerpos gruesos y morenos, donde reina una cierta monotonía, con ciclos de vida simples y naturales. Un ambiente que en nada se parece al de los estadios de las grandes ciudades, repletos de aficionados fanáticos, que no aceptan perder, que silban a los árbitros, que gritan consignas desafiantes, que pelean y agreden. En estas regiones insulares también hay pasión, pero se expresa de modo folclórico, con gestos desafiantes y teatrales, pero no violentos, nunca capaces de llegar a disfrutar con la destrucción del rival. Para despertar una pasión más efectiva, que llegue a derrotar al otro equipo, se le ocurre al entrenador, en un chispazo genial, que la alta montaña de la isla puede ser el símbolo adecuado, que subir a ella en equipo y disfrutar de la vista inmensa, superado el cansancio, es una forma de inspirar energías deportivas ganadoras. En esos ejercicios de ascensión, descubre el entrenador que sus jugadores se superan y se da cuenta de que él también tiene que ser entrenado, que también tiene que aprender a jugar y ganar sin rabia, que debe superar sus demonios interiores si quiere pensar en ser ejemplo y ejercer liderazgo.

Otras cosas suceden que lo vuelven respetuoso de la gente, que le hacen pensar que tiene en verdad un equipo talentoso y comprometido, que él mismo puede cambiar. Con ello empieza la emoción del fútbol, esa que se puede narrar con imágenes, goles, jugadas valientes y brillantes. Para estas gentes de Samoa llega la ilusión que permite experimentar los amores amistosos, esos que se pueden agradecer al creador y a la energía de las personas y al sentido de equipo. Y para los espectadores, esa alegría que se siente cuando el fútbol funciona como logro colectivo.

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