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Gigantes

Gigantes ha sido, junto con Arde Madrid y la segunda temporada de Vergüenza, uno de los grandes estrenos de Movistar+ en los últimos meses, plataforma que ha apostado de una forma clara por la producción propia. No es la primera vez que Enrique Urbizu trabaja para la televisión, ya que antes había dirigido un par de episodios de Las aventuras del capitán Alatriste (2013-2015), la película para televisión Adivina quién soy (2006, incluida en Películas para no dormir) y un episodio de la primera temporada de Pepe Carvalho (1999).

La verdad es que no se entiende el thriller español contemporáneo sin directores como Alberto Rodríguez, Rodrigo Sorogoyen o el propio Urbizu, que antes de No habrá paz para los malvados (2011), la película que lo encumbró, ya había dirigido Todo por la pasta (1991), La caja 507 (2002) y La vida mancha (2003). No creo que la autoría de Urbizu esté tan presente en Gigantes como lo estaba en sus películas. Ahora bien, sí es verdad que tanto la trama como los personajes encajan muy bien con el cine de Urbizu. Y no solo eso, sino que aparece Jose Coronado, su actor fetiche, y en la serie trabaja también su guionista habitual, Michel Gaztambide.

De todas maneras, al tándem Urbizu-Gaztambide hemos de sumar otros nombres. El primero sería el de Manuel Gancedo, un actor de cine y televisión que, en Gigantes, interpreta al juez Matas, y del que parte, en realidad, la idea original de la serie: el retrato de una estirpe maldita, que se ha criado sin madre, presidida por la figura omnipresente y omnipotente del patriarca, Abraham Guerrero (un inmenso Jose Coronado). Los otros dos nombres que resultan determinantes para la realización de Gigantes son el de Jorge Dorado, director, por ejemplo, de siete episodios de El ministerio del tiempo (2015-2017); y Miguel Barros, guionista de Blackthorn: Sin destino (Blackthorn, Mateo Gil, 2011) y Nadie quiere la noche (Isabel Coixet, 2015).

La serie nos presenta la historia de tres hermanos y sus intentos por sobrevivir a un padre salvaje y atávico que trata de dirigir con mano de hierro el negocio familiar. Siempre se han dedicado al crimen organizado bajo la tapadera de una tienda de compraventa de muebles, pero, poco a poco, esa delincuencia común de barrio, en torno a la plaza de Cascorro y El Rastro, con el tiempo se ha convertido en una organización criminal con diversas ramificaciones.

Uno de los problemas principales de la serie es que empieza con la presentación del patriarca, y, a partir de ahí, cuesta mucho volver a estar a la altura. La historia está bien trazada y la relación entre los hermanos es lo suficientemente tóxica para llevar adelante la trama, pero, como espectadores, no nos resignamos a haber perdido tan pronto (en el segundo episodio, “Familia”) a Abraham Guerrero. Es más, cuando al final del sexto episodio descubrimos que la primera temporada acaba con la indicación “Fin de la primera parte”, no terminamos de entender por qué tanta prisa por acabar con el personaje de Coronado, ya que todo lo que pasa después está condicionado por su carácter, por su forma de ser y por el comportamiento que ha tenido con sus hijos: Daniel (Isak Férriz), Tomás (Daniel Grao) y Clemente (Carlos Librado “Nene”).

De los seis episodios de esta primera temporada, Urbizu se ha encargado de los tres primeros en solitario y ha colaborado con Jorge Dorado en los tres siguientes. Al parecer, el propio Urbizu ha dirigido también la segunda temporada. En “Devastación·, el primer episodio, el realizador consigue que odiemos a Abraham Guerrero casi desde la primera escena, por eso resulta extraño el final que le da a ese personaje en la segunda entrega, “Familia”. Los lobos como Abraham Guerrero son lobos hasta el final de sus días y resulta casi imposible domesticarlos, incluso en su vejez. Hay dos prólogos en el primer episodio, en los que se presenta a la familia en dos momentos distintos: cuando muere la madre y cuando el mayor de los hermanos, Daniel, se inicia en el negocio familiar.

Entre el primer y el segundo episodio se produce una elipsis narrativa de unos cuantos años que permite arrancar de nuevo la historia, centrada ya en la relación entre los tres hermanos, algo así como si fueran los hijos de un Padrino de barrio o un rey Lear castizo. Las ideas de la serie son muy buenas, pero no siempre están bien desarrolladas. Por ejemplo, toda la trama de los gitanos daba para mucho, pero creo que se desaprovecha totalmente esa línea narrativa, del mismo modo que queda algo desdibujada la de los señoritos andaluces, Lobo (Antonio Dechent) y su hijo Alfonso (José Manuel Poga).

Lo curioso es que la serie trata de centrarse en la relación entre los hermanos cuando a su alrededor aparecen otros personajes que resultan mucho más atractivos. Es el caso de Pátina (Manolo Caro), patriarca de los gitanos, pero también de Carlos (Daniel Holguín), un gitano renegado que empezó trabajando para Daniel y se ha convertido en la mano derecha de Tomás. Incluso un personaje secundario como Caracaballo, mano derecha del patriarca, interpretado por el torero Óscar Higares, es muy rico en detalles. Y eso sin contar con los personajes femeninos, que van cobrando muchísima importancia, hasta el extremo de que resultan más interesantes que los que se suponen protagonistas.

Es verdad que el cine de Urbizu muestra personajes fundamentalmente masculinos, pero siempre ha habido en él espacio para algún personaje femenino de importancia: el de Goya Toledo en La caja 507 y, sobre todo, el de Zay Nuba en La vida mancha y el de Helena Miquel en No habrá paz para los malvados. Pues bien, esa tendencia cambia radicalmente en Gigantes, donde los personajes femeninos se van abriendo paso hasta el punto de que desplazan a los masculinos, mucho más arquetípicos y con mucha menos evolución y matices.

En primer lugar, tenemos a Sol (Yolanda Torosio) y Carmen (Sofía Oria), mujer e hija, respectivamente, de Tomás. Ellas tienen su propio conflicto: Sol pertenece a la etnia gitana pero se ha olvidado de esa condición, aunque no duda en sacar su carácter cuando lo estima necesario; y Carmen, en cambio, lleva muy mal su mestizaje y eso es algo que no le perdonan en los ambientes neonazis en los que se mueve. Y luego aparecen otros tres personajes: la inspectora Márquez (Elisabet Gelabert), que acecha cada uno de los movimientos de los Guerrero; Bárbara (Xenia Tostado), una chica del barrio que conoce a Daniel y ahora es policía; y Lucía (Juana Acosta), subdirectora de un importante periódico y amante de un policía corrupto al servicio de los Guerrero, Ortiz (Roberto Enríquez). Creo que en estos cinco personajes es donde se encuentran las líneas narrativas más prometedoras para Gigantes.

Hay críticos que han señalado que Urbizu ha dejado de lado el naturalismo y se ha vuelto más barroco, y eso es algo que podemos comprobar en el último capítulo de Gigantes, “Paraíso”, de claras resonancias tarantinianas. Resulta también muy interesante la construcción de espacios: la serie empieza en el ruinoso edificio que tienen los Guerrero en un barrio de Madrid, un espacio oscuro y castrante, pero termina en Doñana, un espacio abierto pero también salvaje.

Tráiler:

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