Críticas

La decadencia como un juego de máscaras

El viaje a Kioto

Pablo Llorca. España, 2018.

Al repasar la filmografía de Pablo Llorca (1963), cualquiera podrá apreciar que este madrileño es uno de los directores en activo más prolíficos del cine español. En los últimos siete años, desde 2011, ha estrenado un total de ocho películas, lo que supone la media de producción de una película por año, ya que en 2014 estrenó dos largometrajes y, por el contrario, ninguno en 2015. Guiado por un sistema de producción digno de análisis, Llorca basa su trabajo en un sistema alejado de la burocracia que conlleva la petición de ayudas y subvenciones, financiando sus películas con los ingresos que obtiene como profesor de la universidad, de textos que escribe y de las exposiciones (Reina Sofía, PhotoEspaña, etc) y ciclos que ha llegado comisariar. Ha llegado a programar en el MUSAC, y la exposición recién inaugurada en la Cineteca de Ciudad de México, que tiene por título Alfred Hitchcock, más allá del suspense, se encuentra comisariada por él mismo y estará hasta marzo de 2019, después de inaugurarse en la Fundación Telefónica de Madrid.

Pablo Llorca escribe, dirige y monta sus películas, que han estado presentes en festivales como San Sebastián, Rotterdam y Mar del Plata, entre otros muchos. Además, desde 2012, todas sus películas han sido seleccionadas en el Festival de Cine de Sevilla, si bien, como se apuntó antes, en 2015 no estrenó ninguna, sí que lo hizo por partida doble en 2014, poniendo en pie dos propuestas que fueron seleccionadas en el certamen andaluz, País de todo a 100 -sección Nuevas Olas– y El gran salto adelante -sección Resistencias-. Con Viaje a Kioto ha vuelto a cosechar una nueva selección en Sevilla (sección Revoluciones permanentes), donde ha tenido lugar su estreno mundial. Ha finalizado ya el rodaje de su nueva película, La fiesta no es para feos, que debería estrenarse en 2019.

Viaje a Kioto ha sido realizada con escasos recursos, al igual que sus anteriores películas, sin un presupuesto o contabilidad específica, salvo la de las grandes partidas y con una media de tres técnicos, concentrando su rodaje en unas tres o cuatro semanas y montando el noventa por ciento del material rodado, lo que denota la precisión a la que se debe enfrentar Llorca a la hora de rodar como ejercicio de responsabilidad hacia todos aquellos que colaboran en el proyecto y de cara a hacerlo viable económicamente.

En esta ocasión, Llorca aborda la relación entre una madre y su hijo de manera opuesta a como lo hizo en Ternura y la tercera persona (2017), su anterior obra, resultando esta el reverso de aquella. De la relación entre un hijo y su posesiva madre, Llorca ha dado paso al retrato de una madre, Marlén (Mónica Gabriel y Galán), y su hijo Fabio (Carlos Domingo), sustituyendo el sacrificio de la madre por su hijo, en Ternura y la tercera persona, por un personaje feliz, que tiende hacia la sobreprotección de su hijo, haciendo a alguien torpe, al que deja más bien indefenso en la vida. La zona de Madrid en la que transcurre la acción ahora es el barrio de Salamanca, de alto poder adquisitivo.

Fabio es un cantante que vivió un momento de esplendor durante la década de los ochenta. El tiempo ha pasado y ha caído en el olvido. La fama se ha diluido, pero nunca ha dejado de componer por su cuenta. Ahora, ha llegado el momento en que presentará su nuevo disco en una pequeña sala de conciertos. Llorca acude a personajes del mundo del arte para configurar su relato, elaborando figuras como la del músico protagonista, un pintor y hasta un crítico de arte. Lástima que no desarrollase más la historia del crítico de arte, a través del cual apunta un interesante tema, como es cuestionarse hasta qué punto existe y cuándo deja de haber una independencia en el trabajo que realiza, terminando de marcar el tono satírico del relato. Más allá de la mínima contextualización en un entorno de crisis esbozada por la situación que atraviesa el personaje y el embargo de su vivienda, la película, en realidad, habla sobre la decadencia del artista, por una parte; y por otra, como consecuencia de ello, las máscaras que cada uno se pone para mostrarse de un determinado modo: un juego de apariencias en el que la imagen proyectada parece fundamental para mantener un estatus ficticio.

Esta caída en picado del artista, como un divertido juego de máscaras, mantiene gran interés durante su metraje y se enarbola, a través de la relación que cada uno mantiene con el resto. La relación entre Marlén y su hijo Fabio, al que habrá hecho un inútil, aunque también haya consentimiento en él, una especie de connivencia que se ha alargado con el paso del tiempo, dejando que su madre le proteja, sin hacer nada para ser proactivo y afrontar los problemas. Todo lo relacionado con el embargo de la vivienda tendrá su reflejo en esta idea. La relación entre Fabio y los demás, y la relación del pintor también con el resto de personajes, permiten considerar la película y esas máscaras como el refugio de la decadencia, el único lugar posible al que acudir después del éxito, en un momento en que mantener el estatus del éxito ya se convierte en pura ficción y solo queda como alternativa esconderse debajo del disfraz del pasado.

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Ficha técnica:

El viaje a Kioto ,  España, 2018.

Dirección: Pablo Llorca
Guion: Pablo Llorca
Reparto: María Pedroviejo, Fernando Ustarroz, Rafa Rojas-Díez, Mónica Gabriel y Galán

3 respuestas a «El viaje a Kioto»

  1. Creo que se les ha olvidado poner el nombre del protagonista de la película, (Fabio) interpretado por Carlos Domingo. Gracias.

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