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La letra con sangre entra

El nacimiento de una nacion
El nacimiento de una nación, D.W. Griffith, 1915

En 1915, David D. Griffith estrenaba El nacimiento de una nación sin saber que estaba plantando los cimientos de unos de los géneros predilectos del cine norteamericano. Un género cuya continuidad no ha decaído –ni lo hará– mientras Estados Unidos siga “amparando” la “libertad” de la humanidad con su fuerza descomunal, sostenida por una maquinaria armamentista inigualable y el incesable discurso de patriotismo y libertad que está grabado, desde hace más de un siglo, en el imaginario colectivo de generaciones, que creen ver en su victimario al salvador de sus vidas.

La película de Griffith es famosa, porque sentó las bases del cine narrativo en una etapa de balbuceos cinematográficos, y polémica, por narrar –tomando partido por los blancos– una historia que transcurre durante la Guerra de Secesión, en la que dos familias son seriamente enfrentadas, representando a toda una población que debía alinearse del lado simplificado de los “buenos” o de los “malos”. Esa simplificación ha permitido forjar en muchos su visión acerca de la libertad, la democracia y la justicia.

Sobre estas bases se fundaron discursos relativos a la defensa de los valores tradicionales y el sentimiento de patriotismo, a través de la “ayuda” del país más poderoso del mundo a otros más «necesitados». Estados Unidos se ha convertido en el paladín de la libertad, incursionando en pueblos, cuyos gobernantes más indómitos han sido demonizados, antes de serles arrebatada la soberanía –cuando no la vida– y ser sometidos a una especie de esclavitud económica por el resto de sus días.

El cine se ha convertido en el mejor propagador de esos valores consagrados para el mundo. Valores que se sostienen sobre la base de la conquista de la libertad a través de la violencia (la guerra) y con el incalculable sacrificio de vidas para obtener una aparente independencia que, en realidad, es una dependencia económica para aquel país “salvado”, que se convierte en un avance del afán conquistador del gran país del norte.

De aquí a la eternidadDe aquí a la Eternidad, Fred Zinnemann, 1953

Durante los años 40, el cine centró su atención sobre el individuo que iba a la guerra. A pesar de estar rodeado de un colectivo humano que podía estar en las mismas condiciones, el héroe era aquel que ejercía el mando de la tropa. Un soldado, un piloto o un marine tenían la responsabilidad de la victoria en la batalla, mientras demostraba su humanidad o su rudeza en la convivencia durante la contienda.

Una vez ganada la guerra, el cine se dedicó a exaltar los valores de un patriotismo triunfalista, como en De aquí a la eternidad (Fred Zinnemann, 1953). Su éxito dio paso a producciones más espectaculares, donde la vida cotidiana del soldado en la trinchera dejaba lugar a las batallas cargadas de acción, como en Los cañones de Navarone (1961).

La Segunda Guerra Mundial instaló a Estados Unidos como gran potencia mundial, enfrentada a los valores del comunismo soviético, que se había quedado con parte del mundo, separado por la Cortina de Hierro. Se impuso, entonces la Guerra Fría, y las películas de espionaje tuvieron su punto más alto. Destacamos, por su extraordinario discurso pacifista, Dr. Strangelove or How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb​ (1964), con la que Stanley Kubrick abordaba irónica y críticamente la Guerra Fría.

Apocalipsis AhoraApocalypse Now, Francis Ford Coppola, 1979

Durante los 70 y casi hasta los 90, el cine se abocó a plasmar las vicisitudes que vivían los jóvenes que eran convocados y alistados para ir a luchar en Vietnam. Jóvenes que estaban despertando a una revolución generacional que predicaba “Amor y Paz”, mientras se dejaban el cabello largo, vestían ropas multicolores y pateaban los valores clásicos patriarcales, imponiendo su música y el amor libre. Los vimos retratados en Hair (Milos Forman, 1979), en la que un hippie es reclutado sin aviso previo. El francotirador (The Deer Hunter, Michael Cimino, 1978), Regreso sin gloria (Coming Home, Hal Ashby, 1978), Nacido el Cuatro de Julio (Born on the Fourth of July, Oliver Stone, 1989) y La escalera de Jacob/Alucinaciones del pasado (Jacob’s Ladder, Adrian Lyne, 1990) destacan el papel del soldado mutilado (física o mentalmente) que busca una vida normal luego de haber estado en el infierno; Full Metal Jacket (Stanley Kubrick, 1987) y Good Morning, Vietnam (Barry Levinson, 1987) muestran la guerra en primera persona, como una empresa de superación individual. Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979) se convirtió en LA película sobre Vietnam, llevando al espectador a atravesar con los protagonistas los meandros del río Mecong y la selva espesa para asistir a la mejor representación metafórica de la guerra de la mano de un desquiciado Marlon Brando. El cine bélico de esta época se detenía más en los efectos que la contienda dejaba en la mente, en el físico y en la moral de estos muchachos pueblerinos, que volvían transformados en los despojos humanos de una guerra que perdieron.

redacted
Redacted, Brian de Palma, 2007

De la caída del Muro de Berlín, en 1989, y la conversión en países independientes de las repúblicas soviéticas, pasamos, en 1990, a la Guerra del Golfo Pérsico, cuando Irak anexó el estado de Kuwait. Bajo el liderazgo de Estados Unidos, la Operación Tormenta del Desierto, una alianza de 34 países, fue exitosa, mientras dejaba atrás gran cantidad de víctimas humanas. Esta fue la primera guerra que se vio en directo por televisión, así que una nueva generación de espectadores seguía en vivo la aniquilación de todo un país, en programas emitidos por la gran alianza occidental, que comenzaba a demonizar, como enemigo público número uno, al presidente iraquí Saddam Hussein. En esta nueva etapa pudieron verse en películas de clase B, como Uncle Sam (William Lustig, 1996) que narra, en clave de comedia de terror, la historia de un soldado caído en combate. Al ser enterrado en su país, regresa como zombie para brindar violentas lecciones de patriotismo. O en comedias absurdas, como Hot Shots 2 (Jim Abrahams, 1993), una parodia de películas exitosas, en la que el protagonista tiene la misión de salvar a un equipo atrapado en el Golfo. Una de las cintas más feroces de esa contienda es Jarhead (Sam Mendes, 2005), basada en las memorias de un marine que participó en la guerra. Brian de Palma, por su parte, filmó en clave youtuber y rompiendo el esquema de valores impuesto por el cine estadounidense, Redacted (2007), sobre la violación de una niña y el asesinato de su familia por parte de soldados norteamericanos. Siempre hay una voz que desvela el falso entramado de libertad, justicia y patriotismo.

Una síntesis de la Guerra del Golfo la dirigió Eduard Zwick, quien realizó En honor a la verdad (Courage Under Fire, 1996), con una gran dosis de patriotismo. Narra la historia de un oficial que ha sido castigado por derribar un tanque propio y está encargado de investigar a una mujer piloto, que podría convertirse en la primera heroína en recibir la medalla de honor por una acción en combate.

11 de septiembreWorld Trade Center, Oliver Stone, 2006

El 11 de septiembre de 2001, cambió el mundo, cuando desde todos los rincones del planeta pudimos ver cómo las dos torres gigantescas de World Trade Center eran atravesadas por aviones y se derrumbaban, como gigantes con pies de barro, ante nuestros ojos en apenas unos minutos. El cine y la televisión se ocuparon de homenajear la existencia de quienes murieron en cumplimiento del deber. Gran cantidad de bomberos dejaron sus vidas entre los hierros retorcidos de las torres, tratando de salvar a algún damnificado. Volvieron a salir a la luz las banderas de la democracia, de la defensa nacional y de la paz mundial. El bombero reemplazó al soldado norteamericano. El mejor homenaje lo dirigió Oliver Stone en World Trade Center (2006).

En el plano internacional, se erigía ante el mundo occidental el Eje del Mal, en el que George W. Bush incluía a Irak, Irán y Corea del Norte. En 2003, una coalición dirigida por Estados Unidos invadió Irak con el pretexto de encontrar armas químicas, que nunca existieron. Nuevamente, el imperialismo estadounidense volvía a manifestarse para ejercer una hegemonía universal. El resultado fue la caída del régimen de Saddam Hussein, su captura por parte del ejército norteamericano, unido a kurdos e iraquíes, y su ejecución en 2006. El nuevo enemigo número uno pasó a ser Osama Bin Laden, líder de Al Qaeda, quien se atribuyó el atentado de las Torres Gemelas. En mayo de 2011, Barak Obama anunciaba que un operativo militar había acabado con la vida del terrorista en Pakistán.

La Guerra de Afganistán se extendió desde 2001, año de la caída de las Torres, hasta 2015. La coalición comandada por Estados Unidos, con la participación de la OTAN y la ISAF logró la caída del Emirato Islámico de Afganistán, derrotando a los talibanes (una facción política y militar fundamentalista islámica) y dando muerte a Osama Bin Laden. El conflicto dio lugar a la continuación de la Guerra de Afganistán (2015-hasta el presente), por parte de Estados Unidos, con la idea de aplastar el movimiento talibán y a los paramilitares insurgentes del ISIS.

En tierra hostil (Kathryn Bigellow, 2008) narra la historia de un soldado ocupado en desactivar bombas. Al volver de la guerra, no encuentra sentido a su vida, así que regresa al campo de batalla para que la guerra le devuelva la adrenalina perdida. El salvajismo del enemigo está retratado en Buried (Rodrigo Cortés), que cuenta la historia de un ciudadano estadounidense que vive en Irak, es atrapado y enterrado vivo sin más motivo que su nacionalidad.

Seríamos ingenuos si pensáramos que detrás de toda esta movilización militar hay solo sed de venganza o necesidad de controlar la seguridad y la democracia en Occidente. No hay que olvidar que debajo de esos suelos desérticos, donde hoy están instaladas las tropas norteamericanas, hubo y hay petróleo. Todavía el oro negro mueve el mundo y quien lo controle, controlará la economía del planeta.

Ya no es necesario dar explicaciones acabadas del porqué de la guerra. Los espectadores son usuarios de la televisión y ven, en tiempo real, lo que sucede en el resto del mundo. El televidente está hiper informado y su opinión, totalmente mediatizada. Así que el cine bélico hoy se limita a explotar la violencia y la emotividad. Se busca la identificación con el héroe (hoy devaluado en antihéroe) y se justifica la acción por el solo hecho de que si no se lleva a cabo atenta contra la zona de confort en que se mueven los ciudadanos estadounidenses.

bandera de nuestros padresBandera de nuestros padres, Clint Eastwood, 2006

Podríamos concluir que no solo el cine estadounidense es autocrítico, como se ha afirmado hasta el cansancio, mostrando las huellas que deja en los soldados y en la población una guerra. Pero el cinismo llega a su punto más álgido cuando se esgrime la idea de la violencia para alcanzar la paz. Y para ello el cine despliega sus símbolos más caros: la bandera que unos soldados instalan sobre una colina de Iwo Jima, como en Bandera de nuestros padres (Flags of Our Fathers, Clint Eastwood, 2006), plasmada en una fotografía que, en realidad, es una puesta en escena con fines propagandísticos para seguir financiando la guerra; el jefe al que hay que obedecer, aún a costa de la muerte, sin vulnerar su autoridad; la misión que no debe ser puesta en duda; el enemigo, un ente colectivo sin rostro que se mueve hábilmente, pero tendrá su merecido; la familia como núcleo de la sociedad, a la que se vuelve y a la que, en definitiva, se ha defendido, aunque le llamemos patria. Los valores de lealtad, obediencia, disciplina y sacrificio son el ropaje de los personajes con quienes debemos identificarnos. Todos ellos regresan de algún modo: vivos, pero alterados por diversos traumas, mutilados, muertos como héroes u olvidados por su anonimato.

El mando está en manos de generales y capitanes tiranos, insensibles, nunca solidarios o comprensivos. Su dureza les da autoridad y esa autoridad no se cuestiona. La tropa está compuesta, en su mayoría, por inmigrantes (afroamericanos, descendientes de griegos, hispanos, italianos…), a quienes los une la defensa por esa patria que han recibido de sus padres. Por eso son solidarios y obran de acuerdo con el bien común. Tienen en su haber sentimientos puros, aunque asesinen. Su misión es matar o morir. Pero su patriotismo los impulsa más allá del miedo, así que le ponen el pecho a las balas por su país y la libertad de un mundo dominado por tentáculos económicos. Si alguno se resiste, es fácil, se crea un nuevo enemigo número uno.

El punto más alto de la insensatez de la guerra, entendida como nos la quieren hacer creer, es Salvar al soldado Ryan (Saving Private Ryan, Steven Spielberg, 1998). Una madre ha recibido los tres cadáveres de sus hijos y no tiene noticias del cuarto. Como ha entregado tantas vidas al país, este envía a un comando a buscarlo y rescatarlo. La acción se centra en las vicisitudes del capitán y su tropa, que encuentran al soldado buscado. Pero en el camino se han perdido muchas más vidas que la que están salvando. Ilógica, totalmente desmesurada e increíble. Sin embargo, la seguimos como a cualquier película de Spielberg, desde la punta de la butaca, inmersos en la acción y sin pestañear. Mientras, nos inoculan esos valores predominantes que vienen dejando huella en nuestros cerebros desde que comenzamos a consumir cine.

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