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18 Festival Internacional de Cine de Morelia

Morelia Film Festival

Finalizó una edición más del Festival Internacional de Cine de Morelia, esta vez en un formato un poco diferente al acostumbrado, ajustándose a la situación global requerida por la pandemia. Por lo que, en primer lugar se redujo la cantidad de días, comenzando el miércoles 28 de octubre para culminar el domingo 1 de noviembre, y en segundo, se adoptó una disposición híbrida para la proyección de su programación, que pudo verse en las salas de Cinépolis en el centro de Morelia, y a la vez , algunas de ellas en la plataforma de Cinépolis Klick, así como en el Canal 11 de televisión abierta dentro de la República mexicana.

El acceso virtual al festival permitió el acercamiento, sobre todo, a los interesantes trabajos de realizadores mexicanos, ampliando su alcance. Entre ellos, la indiscutible y destacada ganadora, tanto del premio del público como del Ojo al mejor largometraje mexicano, fue Sin señas particulares, de Fernanda Valadez; un filme escalofriante, que aborda la dura temática de los jóvenes desaparecidos en el país, quienes en busca de un futuro mejor se alejan de sus hogares para encontrarse arrastrados hacia los más feroces infiernos.

La historia se narra principalmente desde el punto de vista de Magdalena (Mercedes Hernández), una madre que atraviesa un verdadero calvario al intentar encontrar a su hijo desaparecido, siguiendo sus pasos tras su partida hacia la frontera para cruzar como indocumentado a los idealizados Estados Unidos. Paralelamente, conocemos a Miguel (David Illescas), un migrante deportado, que también recorrerá un largo camino para regresar a su tierra en busca de su madre.

Magdalena será víctima tanto de abusos como de burocracia, los personajes –o sus sombras, cuya identidad es velada- con los que se cruza en el camino para pedirles ayuda, la recibirán con hartazgo sin mostrar nunca su rostro a la cámara, como seres fríos e indolentes, endurecidos por las circunstancias cotidianas. Tan solo escuchamos sus hastiadas voces en off, mientras los planos los presentan fragmentados, ya sea ocultos tras las puertas o de espaldas a la cámara, pero nunca serviles ni empáticos; quizá el miedo o la intimidación los mantiene al margen, o tal vez la trágica repetición de eventos terminó por habituarlos a ellos.

La terrible realidad se presenta desalentadora y violenta, la desesperanza se apodera de personajes y espectadores por igual. El silencio pesa demasiado, impera en todo el relato cargado de angustia y expectación; por momentos ese persistente silencio suena incluso con más dolor y estruendo que si se acompañara de una enérgica banda sonora.

Las imágenes y el silencio construyen el filme. Hay una secuencia sumamente violenta hacia el clímax de la película, y ella sucede mientras la narración  se escucha en lengua indígena sin subtítulos, una decisión acertada, ya que el horror que se desprende de ella no tiene palabras que puedan traducirla.

La impresionante belleza del entorno y del paisaje es sumamente dolorosa en contraste a los sucesos narrados, precisamente porque consigue recalcar que es el ser humano quien aporta los elementos turbios y disonantes, los que rompen la armonía y alteran todo, haciendo del mundo un lugar más atroz.

El fuego, que todo lo arrasa, es el elemento constante en toda la cinta, un fuego abrasador que no da tregua y que nos quema la vista. De tal forma, que Valadez logra crear una puesta en escena poderosa, asomándose a una realidad preocupante y dolorosa, y lo hace con empatía y, a la vez, con un interesante dominio del lenguaje cinematográfico.

Fauna, de Nicolás Pereda fue otra de las películas proyectadas en el festival, la cual resulta un curioso juego experimental, en el que el espectador comienza participando de un relato que, en cierto punto, se convertirá completamente en otra cosa.

Así, una nueva película nace dentro de la primera, y de pronto se nos invita a cambiar de rumbo y a jugar de nuevo, pero con distintos lineamientos narrativos.

En un inicio asistimos al encuentro de una familia. Dos hermanos, Luisa (Luisa Pardo) y Gabino (Gabino Rodríguez), van de visita a la casa de sus padres; ella lleva de invitado a su novio, Paco (Francisco Barreiro), para que lo conozcan. Las peripecias del coche, virando en la curveada carretera, en busca de señal para que el Waze pueda funcionar, es el augurio de un viaje turbulento, sobre todo para Paco, ya que el padre de su novia es un hombre desconcertante y sobre todo un tanto impertinente, que lo colocará repetidamente en situaciones incómodas y extrañas, en las que se recurre al humor un tanto negro, construyendo momentos embarazosos y graciosos. Incluso nos hace recordar otras historias, en las que la familia de la novia provoca inquietudes y sospechas, siendo este su enredado nudo dramático, como Get Out (Jordan Peele, 2017), por ejemplo.

Sin embargo, el argumento pronto se transformará en algo distinto, tanto en su estética como en su tono adoptando el estilo fantasioso, con la forma de una cinta de clase B, llena de circunstancias infrecuentes y extravagantes. Así ambas historias se amalgaman en un filme que se bifurca en el camino, dejando más preguntas que respuestas, y que a la vez mezcla géneros y esquemas de narración de forma divertida.

Otra cinta que de igual modo parece albergar a una diferente en su interior, y que a mitad del camino se transforma, es la francesa De l’or pour les chiens (Gold For Dogs), dirigida por Anna Cazenave Cambet, y que fue parte de la Semana de la Crítica del Festival de Cannes.

Se perfila en primera instancia hacia el común relato de un amor de verano, en el que Esther (Tallulah Cassavetti), una adolescente solitaria y soñadora se deja arrastrar por un joven más experimentado, que solo busca divertirse. Su relación fría y distante con su madre la deja del todo vulnerable y su inexperiencia la lleva a tomar malas decisiones, una y otra vez.

En la segunda parte, mientras se encuentra varada en París, sin un lugar donde dormir, pide ayuda en un convento, para que a partir de entonces la película se convierta en un “coming of age” enteramente distinto, en el que la protagonista deberá enfrentar sus derrotas, miedos y deseos para no solo madurar, sino fortalecerse y emprender su propio camino.

El cambio no se da orgánicamente y se percibe de forma un tanto abrupta, pareciera que estamos viendo dos filmes distintos. Pero refleja enfáticamente la soledad de los jóvenes y el profundo desencuentro que existe con el mundo adulto. Así, el egoísmo de su madre queda dolorosamente expuesto, como detonador de la desubicación de la protagonista.

También, detrás de su estereotípica belleza, aparece un París inhóspito, en el que la ayuda no se consigue fácilmente y que será escenario de infortunios, más que del soñado encuentro en la ciudad del amor.

Dentro de la misma cuestión del adolescente en busca de sí mismo, en etapa de rebeldía y crecimiento, se presentó la cinta mexicana Blanco de verano, bajo la dirección de Rodrigo Ruiz Patterson. La cual gira alrededor de la relación y sobre todo de un marcado complejo de Edipo, de Rodrigo (Adrián Rossi) y Valeria (Sophie Alexander) su madre divorciada, y que adquiere tintes adversos cuando su novio, Fernando (Fabián Corres), se muda a la casa.

Blanco de verano

Rodrigo es un joven sin amigos, que pasa sus tardes en un terreno baldío limpiando un camper viejo. Su infelicidad, sus dudas y recelos ante la nueva realidad familiar lo deja evidentemente descolocado. Situación acentuada por la falta de estructura y la confusa relación de dependencia hacia su madre.

Los colores resaltan y refuerzan la narrativa de modo contundente. Así, en un principio, la casa recubierta en tonos vivos y brillantes –sobresalen especialmente los primarios azules, amarillos y rojos intensos como fondo de todas los planos-, a la llegada del nuevo integrante de la familia, se decide revestir de una gama más neutros y claros, como un reflejo del cambio que se espera generar paralelamente en los personajes.

Destaca especialmente la interpretación de Adrián Rossi como este atormentado chico, que no halla la forma de controlar sus impulsos ni conciliar sus celos y el sentimiento de desplazamiento, con el deseo de ver feliz a su madre.

Blanco de verano, que formó parte del Festival de Sundance 2020 en la sección World Cinematic Competition, fue galardonada con la Biznaga de Oro a la Mejor Película Iberoamericana, la Biznaga de Plata al Mejor Guion (Rodrigo Ruiz Patterson y Raúl Sebastián Quintanilla) y la Biznaga de Plata al Mejor Actor de Reparto para Fabián Corres.

Dentro de la programación, y debido a la alianza que el FICM mantiene con la Semana de la Crítica del Festival de Cannes, se pudo acceder a varios títulos que participaron en la misma, entre ellas, Beasts (La Terre des hommes), dirigida por Naël Marandin.

Terre des hommes

Nos habla de un tema tan común, que se puede aplicar a casi todos los campos de trabajo, como lo es la violencia de género y el acoso a las mujeres que intentan abrirse camino en mundos que son predominantemente masculinos.

La actriz Clémence Boisnard interpreta a Constanza, una joven granjera que, apoyada por su prometido, quiere tomar las riendas del negocio de su padre. En el camino se enfrenta a los muros infranqueables de la burocracia, pero sobre todo del machismo y el abuso de poder.

Nos deja claro que para la mujer, en cualquier ámbito, el crecimiento conlleva una mayor fortaleza, y el riesgo a correr siempre va de la mano de su propia integridad, así como el precio a pagar, comúnmente, es el de su dignidad. La comunidad de agricultores y ganaderos queda desnudada ante la mirada crítica de Marandin, señalando osadamente estos vicios y costumbres socialmente aceptados.

La película danesa The Trouble with Nature (Illum Jacobi) nos traslada, con un un gran sentido del humor, al siglo XVIII, para acompañar a su protagonista, el filósofo Edmund Burke, en una expedición por los Alpes franceses, en busca del sentido de la vida, de la exploración de la naturaleza y su aplastante belleza.

El sarcástico filme acentúa una y otra vez que el pensador no está bien equipado ni preparado para dicho estudio de campo, y requiere de la ayuda incondicional de su sirvienta y acompañante, una joven indígena que se encarga de empolvar el rostro de su amo, ayudarlo a vestirse y prepararle su té inglés. Sin embargo, la chica, a diferencia de él, vive y disfruta del contacto inherente con la naturaleza.

Hay momentos realmente exquisitos a lo largo de todo el filme, momentos que provocan una risa llena de complicidad entre el director y el espectador, a costa del desorientado personaje, que no logra encontrar el motivo último de la vida, y el poder de lo sublime expuesto repetidamente en sus textos. La cámara comprende su angustia y lo persigue inquieta, lo mira desde todos los ángulos mientras delibera y despotrica contra cada incomodidad del viaje, como lo frío de su té o la molestia de las hormigas, dándose a la vez aires de comprender y apreciar más que nadie los misterios de la naturaleza, a la que solo se había acercado a través de la tinta y el papel.

Finalmente, la cinta nos presenta a una Naturaleza muy lejos de ser domesticada por el hombre. Asimismo, el pensamiento del romanticismo brota de la pantalla en cada plano, algunas veces con la alusión directa a la pintura de Caspar David Friedrich, en un instante en que el espectador ha conectado por completo con la ironía del planteamiento y disfrutado enormemente con el ridículo y a la vez ingenuo protagonista.

En cuanto a los documentales, el Ojo al mejor largometraje mexicano se otorgó a Tu’un Savi, de Uriel López España, un valioso trabajo sobre la búsqueda de sus raíces, del pasado familiar y el de su comunidad, y sobre la titánica labor de rescate de la lengua mixteca, anteriormente prohibida por el sistema, que pretendía unificar en un solo idioma oficial a todos los mexicanos, denotando una falta de respeto -incluso desprecio- por las culturas indígenas.

Es a través de fotografías antiguas, que Uriel López va narrando su infancia, su experiencia escolar y de su entorno social. Presenta a su padre, quien fuera uno de los principales maestros y promotores del idioma Tu’un Savi, y que luchó incansablemente por preservarlo.

Muchos han sido los logros conseguidos en fechas recientes para reivindicar dichas raíces, uno de ellos fue la organización de congresos con el propósito de transcribir su lengua oral, empresa sumamente complicada. Videos de dichas reuniones nos dejan ver lo valioso de sus creencias y de su cultura, por lo que este aporte documentalista será un eslabón más para contribuir a la causa de esta comunidad: el dignificar su lengua.

Mucho más pudo verse, tanto en salas como a través de las plataformas del Festival; mucho material para tan pocos días de exhibición, sin embargo, se puede apreciar el enorme esfuerzo que implicó sacar adelante esta edición, a pesar de las condiciones actuales. Y deja en claro, sin lugar a dudas, que mientras haya espacios –incluso virtuales- los que amamos el cine, los llenaremos.

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