Bandas sonoras: 

Alexander Nevsky (1938) - Prokofiev: Una cantata para Stalin

Título: Alexander Nevsky – BSO

Autor/es: Sergei Prokofiev

Sello: BMG Classics.

Año: 1995

Era el año 1936 en la Unión Soviética y la revolución obrera había dado paso a la dictadura de Stalin que, en cuanto llegó al poder impuso un régimen politizado aplicable a la creación artística. Los artistas, sometidos a un férreo control y obligados a producir obras que se manifestaran en un lenguaje accesible a las masas, debían exaltar a sus líderes y al pueblo, mostrando la grandeza de las clases trabajadoras y del propio Estado. Se prohibieron las vanguardias extranjeras y el arte soviético se aisló respecto a las corrientes internacionales. Para asegurarse el éxito de estas políticas, las autoridades ejercieron el método del terror, censurando, prohibiendo, condenando, y ejecutando eventualmente a todo aquel que no respondiera a sus postulados.

Tanto Sergei Eisenstein como Sergei Prokofiev eran hijos pródigos que habían regresado a la Unión Soviética pocos años antes. El cineasta había vuelto tras su intento fallido de triunfar en Hollywood y de su estancia en tierras aztecas donde había rodado ¡Qué viva México! con muchos problemas. En 1937, mientras se encontraba filmando el cortometraje El prado de Bezhin (Bezhin lug), las autoridades soviéticas la consideraron «antiartística y políticamente sin fundamentos», lo que supuso un fracaso en la carrera del director y en la de su compositor, Gavriil Popov, cuya música sinfónica ya había sido criticada y perseguida por el régimen.

Por su parte, Prokofiev también fue hostigado por el Estado. Había vivido trece años en varios países europeos antes de que la insistencia de sus compatriotas le convenciera para regresar. Tanto en Europa como en los Estados Unidos se había ganado un lugar entre los compositores más reconocidos del siglo XX. Cuando decidió volver a Rusia su intención era continuar con su carrera internacional y se estableció en Moscú, pero en 1938 las autoridades soviéticas le retiraron el pasaporte, eliminando con ello sus esperanzas de abandonar el país y de continuar con su solvente gira americana. Prokofiev y Eisenstein eran vistos con recelo por sus estancias en el extranjero, y fundamentalmente por sus periplos por los Estados Unidos.

Sin embargo, a finales de 1930, la inminencia de la Segunda Guerra Mundial y la sombría amenaza de la Alemania nazi modificaron las circunstancias. La necesidad de reforzar el espíritu nacional y exaltar a los líderes patrios obligó a Stalin a centrar su mirada en el cine como medio para llamar la atención de las masas y manipularlas, y para ello necesitaba a los mejores. Había que recuperar a Eisenstein.

Sin perder un instante, el politburó le encomendó la tarea de rodar una película sobre uno de los mayores héroes nacionales rusos, Alexander Nevsky (1220-1263), un príncipe ruso cuya gran gesta había repelido la invasión de los Caballeros Teutónicos, valiéndose de aguerridos soldados y de campesinos. Dado que los Teutones eran monjes guerreros alemanes, la película habría de servir de propaganda ante la amenaza beligerante de Alemania. Entonces se dispuso que la productora estatal Mosfilm retomara el trabajo con su equipo tras el fracaso de El prado de Bezhin, pero como Popov había sido destituido como compositor, fue Prokofiev quien recibió la oferta de componer la banda sonora, por la nada despreciable suma de veinticinco mil rublos.

Prokofiev no solo era el mejor y más prestigioso compositor de la época, sino que, en su estadía en el exterior había adquirido gran experiencia en el negocio de la música de cine. En los Estados Unidos había tenido oportunidad de asistir a los estudios Disney y ver cómo los técnicos de grabación registraban en pistas diferentes los diálogos, la música y los efectos de sonido, para luego ensamblarlos en total coordinación con la imagen. En otra ocasión, visitó el rodaje de Lobos del norte (Spawn of the North, 1938) de Henry Hathaway, y anotó minuciosamente sus impresiones sobre el método de grabación de la banda sonora, advirtiendo que los músicos tocaban sus partituras encerrados en una cabina insonorizada, sin escuchar el resto de la música orquestal.

El calculador Stalin comprendió la importancia que todos estos conocimientos aportarían al proyecto fílmico y decidió aprovecharlos. Por su parte, Eisenstein coincidía con este pensamiento y decidió involucrar a Prokofiev en todos los aspectos de la producción del film.

Por aquel entonces, uno de los problemas era que los medios de grabación y edición rusos eran muy inferiores a los de los americanos, y Prokofiev no tenía ninguna chance de replicar en Rusia los procesos técnicos que desarrollaban los estudios de Hollywood. Es fácil apreciar la deficiente calidad de la grabación de la música de Alexander Nevsky con el simple visionado de la versión original de la película. No obstante, el compositor se las ingenió para sacar a estas limitaciones técnicas el máximo partido. Por ejemplo, para intensificar el rechazo hacia los Caballeros Teutónicos situó el micrófono justo enfrente de los instrumentos de metal, produciendo un sonido distorsionado cuyo efecto dramático era sobrecogedor.

En Alexander Nevsky, Eisenstein puso en práctica toda su teoría sobre la utilización de la música y los principios de su “Manifiesto del sonido”, discutiendo con Prokofiev, durante los dos años que duró el rodaje, los aspectos estéticos que excedían lo estrictamente musical, y trabajando con él en estrecha colaboración, con la misma afinidad que el compositor de una ópera y su libretista. Ambos trabajaban de igual a igual ya que consideraban que la película era obra de los dos. En ciertas secuencias la música fue escrita después del montaje, pero hay otras en las que los planos fueron montados siguiendo la pauta de la música ya grabada.

Así explicaba Eisenstein en sus memorias la forma de trabajar de Prokofiev: “La sala está oscura pero no hasta el punto de que el reflejo de la pantalla me permita distinguir sobre los brazos de la butaca las manos de Prokofiev. Agitándose como un manipulador de morse, los largos dedos del compositor brincan sobre los brazos del asiento. ¿Prokofiev tamborilea la medida? No, lo que está haciendo es traducir en ritmo la estructura de la escena. En cualquier caso, que Dios me guarde de dirigirle la palabra en ese instante. Finalmente dice: Ya está listo, ¿vemos otra escena? Así de fácil. Me esfuerzo en adivinar cómo se las arregla para atrapar tan bien en una o dos proyecciones fugaces la tonalidad afectiva y el ritmo de una secuencia. No lo sé. Sólo sé que al día siguiente Prokofiev me traerá una música que será el contrapunto perfecto de la imagen visual.”

En la partitura de Prokofiev tienen gran importancia los himnos y cánticos, que muchas veces sustituyen a los diálogos, por ejemplo, en las escenas en las que los soldados del príncipe recorren las aldeas reclutando campesinos para formar un ejército:

“¡Levantaos en armas, pueblo de Rusia. La batalla es justa. Levantaos pueblo bravo y libre, defended vuestra patria. Defendedla y ofrendad vuestras vidas. Levantaos para proteger vuestros hogares y vuestra tierra rusa. Ningún enemigo debe pisarla, ningún ejército podrá invadirla. Sus caminos están cerrados para armas hostiles!”, cantan los guerreros a coro apelando al patriotismo ruso.

Para Eisenstein, la ubicación cronológica y el carácter religioso de los invasores alemanes justificaban la inclusión de antiguos cantos litúrgicos incluso en la parte más famosa de la película, «La batalla en el hielo» en la que rusos y teutones luchan sobre un lago congelado. Prokofiev rechazó la propuesta al considerar que esa música antigua era desconocida para la gente del siglo XX y que, por tanto, carecería de impacto emocional. Para describir a los defensores rusos debía componer una música con la que el pueblo se sintiera identificado, mientras que para representar al invasor necesitaba una música repelente y distorsionada, y esto habría de conseguirlo, una vez más, experimentando con los instrumentos y los micrófonos. Prokofiev ilustra los primeros instantes de la batalla con una música de tono amenazador y dramático, para luego, a medida que el empuje de los rusos va imponiéndose por sobre los germanos, la música adquiere un tono más dinámico, hasta que los alemanes huyen finalmente a la desesperada, y terminan resquebrajando el hielo bajo sus pies por el peso de sus armaduras. Las percusiones ponen fin a la batalla y los invasores perecen hundiéndose en el agua. La música se transforma entonces en una alegre melodía de victoria.

La película sufrió un grave revés cuando Stalin firmó el Pacto de no agresión con Hitler. Su estreno fue cancelado. Sin embargo, la invasión nazi a Polonia y el comienzo de la guerra hicieron que el dictador soviético ordenara su proyección inmediata. Eisenstein consiguió un enorme éxito, mucho mayor al logrado años atrás con La huelga o El acorazado Potemkin, no solo en la URSS sino también en el exterior, consagrándolo definitivamente como uno de los grandes cineastas de todos los tiempos.

Por el contrario, la extraordinaria banda sonora de Prokofiev se vio perjudicada por la mala tecnología de grabación disponible en aquella época en Moscú. Lo que sonaba en la pantalla era una sombra de lo que el músico había compuesto, por eso Prokofiev decidió adaptarla en una “cantata para coros y orquesta” que tituló Alexander Nevsky Op. 78, que pronto se convirtió en una de las piezas más celebradas de la música clásica del siglo XX. No fue hasta los años 90 cuando se encargó una nueva grabación de la banda sonora a la Filarmónica de San Petersburgo. Después vendrían otras. Nuevas grabaciones que hacían por fin justicia a una de las partituras más relevantes de la historia del cine.

A pesar de su ideología propagandística, la película se iba a transformar en uno de los grandes clásicos de la historia del cine y, desde el punto de vista musical, en una de las partituras más estudiadas por su perfecta sincronización entre música e imagen.

 

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