Investigamos 

Misterios de la reversión temporal

El curioso caso de Benjamin Button

El tiempo, magnitud física fundamental, mide de forma exacta, como todos sabemos, la duración y secuencia de los eventos. Dimensión expresada en segundos marca nuestros ritmos de forma inequívoca.

Pero en este caso entra un nuevo parámetro en escena y se torna más complejo. A medida que la variación espacial pierde su unicidad como dimensión, esta se difumina. Del mismo modo, su asunción primigenia deja de ser uniforme a lo largo del universo.

Conocemos a través de Einstein (1879-1955) y su concepto de la relatividad, que el tiempo se dilata o contrae en función de la velocidad y la fuerza gravitatoria. Asumiendo este concepto, la medición temporal puede variar localmente en presencia de estos campos. Pero más allá de estos fenómenos físico-cuánticos, la comprensión de la naturaleza del tiempo y sus variaciones se torna y desarrolla de un modo inesperado en esta película.

Explorando la idea de la reversión temporal, concepto referido a la idea de que el tiempo puede invertirse y fluir en dirección opuesta a la que normalmente lo hace, la ciencia ficción, la física teórica o incluso la filosofía han desarrollado sendas teorías y propuestas que suscitan debate y especulación.

Viajar en el tiempo de un modo inverso en el que las partículas subatómicas desafían el orden normal de las cosas y retroceden en su proceso evolutivo es la controversia planteada en este trabajo donde los misterios de la reversión temporal cobran vida.

En 1922 el novelista estadounidense Francis Scott Fitzgerald (1896-1940) escribe esta historia, a modo de relato corto, explorando este concepto. En ella, el personaje principal nace como un anciano y va rejuveneciendo a medida que pasa el tiempo, suscitando el interés de la cultura popular. En la historia novelada es criado por sus padres, pero a pesar de su protección, deberá enfrentarse, a lo largo de su existencia, a toda una serie de desafíos provocados por su inusual e insólita apariencia.

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Adaptada al cine en varias ocasiones, en 2008, el director David Fincher (Denver, 1962) modifica  ligeramente este argumento, conservando en esencia el contenido del relato, en ella  nos cuenta la historia de Benjamin Button, que nace a finales de la Primera Guerra Mundial en circunstancias poco corrientes. En su película, el tiempo fluye diferente para cada protagonista, abarca cambios generacionales, desarrolla apariencias y habilidades físicas de una persona de edad avanzada, muestra el rejuvenecimiento progresivo hasta convertirse en un bebé. Toda una serie de vicisitudes que se tornan en una labor extraordinaria de caracterización. Transformar a un versátil Brad Pitt (Oklahoma, 1963), trasladándolo a todas las épocas en un mismo metraje, es el reto asumido. Junto a él, la australiana Cate Blanchett (Melbourne, 1969) y la inglesa Tilda Swinton (Londres, 1960) convencen al espectador de que todo es posible y lo llevan de la mano en este sorprendente proceso.

Una exploración visualmente impresionante del tema de la reversión del tiempo, la mortalidad y el destino. Aclamada por la crítica por sus actuaciones, destaca también la labor de dirección y unos efectos visuales innovadores.

Desarrollada en Nueva Orleans, a principios del siglo XX, sigue con detalle la vida de este peculiar personaje. Benjamin Button experimenta, junto al entorno en el que le toca vivir, su extraña condición. Explorando este tema como argumento salen a la luz diversos dilemas universales relacionados con la naturaleza del tiempo y, a la postre, con la vida misma. El envejecimiento y la mortalidad cobran importancia desde el primer minuto. En ello radica su originalidad.

Aunque en 2014 Christopher Nolan nos propuso una nueva incursión en la reversión, viajando de nuevo en su película Interestellar, los agujeros de gusano no tuvieron el mismo impacto que Benjamin instaló en nosotros para siempre.

El reloj, dispositivo mecánico para medir esta magnitud, cobra protagonismo principal en esta propuesta. Desde los de sol o las clepsidras hasta los de pulsera o pared, el concepto siempre es el mismo. La organización del tiempo en la vida cotidiana es fundamental para los seres humanos. Los engranajes y resortes que impulsan el movimiento de las manecillas que indican la hora son muy representativos de este hecho. Escenas como la de la estación de tren o el momento del accidente nos plantean dudas constantes. En la primera, extrañeza por ver las agujas que van en sentido contrario y en  la segunda, plagada de condicionales, llena de y si… por todas partes, que hipotéticamente modificarían la historia a cada paso. Un nuevo giro sobre el tiempo, otra vuelta de tuerca, otro cambio inesperado que desafía la inequívoca exactitud de las cosas tangibles.

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La consecución instrumental desplegada en esta película hace de su score un trabajo interesante, rico en matices que enfatiza sobremanera momentos y situaciones. En su desarrollo, el compositor francés Alexandre Desplat (París, 1961), que compagina su labor de concertista con la de maestro y autor de bandas sonoras, es el encargado de dotar a este trabajo de una sensibilidad especial. Y, de nuevo, otro de sus encomiables trabajos le valió la nominación a los premios Oscar de ese año.

Alejándose de los ordenadores, sus composiciones destilan carácter orgánico y por ello,  se sienten de otra manera. El ensamblaje de piano y violín nos transporta a ese universo mágico, desde donde podremos apreciar todos los matices de una historia bien argumentada que fluye como el viento, libremente, entre azares y certezas.

Una narración fluida va de la mano de unos planos muy cuidados. El relato, convirtiéndose en algo normal, avanza sin descanso por caminos inexplorados. De este modo, intrigados frente a su devenir, contemplamos la veracidad de un trabajo bien estructurado. Y así, siguiendo el hilván inicial, nos adentramos en la desconocida e intrigante historia con la esperanza de encontrar la luz.

Interesante reflexión de la mella que hace el tiempo en todos los seres. El destino cambia sus parámetros, pero las historias siempre serán las mismas. El amor, la ternura, la complicidad, la compasión y la aceptación son conceptos universales que trascienden la dirección del tiempo. Dejando, pues, la extrañeza atrás, permitámonos disfrutar de las bondades que nos ofrece la vida independientemente de cuándo, dónde y porqué.

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