Guiones 

At the Mountains of Madness

Inútil, completamente insignificante, el ser humano, en el conjunto del terror cósmico así como había sido creado por el escritor estadounidense H.P. Lovecraft, no tiene ningún tipo de importancia en relación no solo con el universo, sino también con su contexto geográfico. La nuestra, entonces, sería solo la idea de ser el elemento más perfecto de todo lo que nos rodea, perfección que se basaría por un lado en la complejidad biológica de nuestros cuerpos y, por el otro, en la capacidad de raciocinio típica de nuestros cerebros (no de todos, obviamente, como la vida diaria nos enseña). No somos nada, entonces, y no por una cuestión de insignificancia ante la majestuosidad de un supuesto dios (Lovecraft era ateo, de los que nos apoyamos solo sobre la ciencia y su método), sino porque desde un punto de vista estrictamente lógico, el nihilismo universal nos demostraría cómo nuestra presencia es, teniendo en cuenta la historia de este cosmos, algo minúsculo al que resultaría estúpido concederle demasiada importancia. Si otros seres existen en el universo, para ellos quizás seamos como objetos biológicos insignificantes, nada muy diferente de lo que las hormigas son para nosotros (y, por supuesto, no lloramos cuando tenemos que matarlas).

Llevar este sentimiento a la gran pantalla, basándose en uno de los cuentos del escritor americano, es lo que ha empujado a Guillermo del Toro. La estructura global se insertaría así en darle una forma diferente al cuento (que lleva el mismo nombre de la supuesta película) para que aquellos detalles literarios se reconfiguren en una arquitectura típicamente fílmica; en palabras más llanas, si Lovecraft se podía conceder una estructura estrictamente literaria, con su casi absoluta tendencia a deshacerse de cualquier forma de crear a un protagonista memorable, del Toro logra transformar la obra original para que surjan aquellos elementos que forman parte no tanto de lo típico, sino de lo necesario en relación con el desarrollo de un filme. Tenemos, por esta razón, un protagonista, personajes secundarios con unas caracterizaciones muy interesantes y toda aquella estructura en tres actos que ha estado funcionando perfectamente desde hace siglos (nos referimos aquí también al teatro, producción artística que precede a nuestro cine).

Desde un punto de vista estético y experiencial, sería incorrecto afirmar que este cambio estructural en el juego narrativo no logra transferir las emociones lovecraftianas del papel al celuloide. Todo lo contrario: lo que podemos extraer del guion de del Toro es una joya artística, un placer elaborado que pone de manifiesto el profundo conocimiento del director en relación con la obra de Lovecraft. El mundo que se abre ante nuestros ojos resulta, de hecho, perfectamente calibrado, el resultado de un querer entrar en contacto con la imaginación de la que el horror cósmico nació en los años veinte y treinta del siglo pasado. La experiencia que deriva de todo esto se une así a una voluntad de homenaje que aumenta el carácter de diálogo entre esta obra de cine y la producción literaria en la que se basa; también los pequeños detalles, como los nombres de las naves, demuestran una capacidad muy refinada de saber construir una serie de relaciones película-cuento(s) que se insertan en el juego de las citaciones sin que estas lleguen a ser un simple ejercicio estéril con el cual los guionistas quieren demostrar haber leído a Lovecraft.

Sin embargo, el problema de este guion no es el aspecto estético, sino la relación que se instaura con otra obra de cine, aquel The Thing de Carpenter en parte basado a su vez en otra película (basada, en este juego de interrelaciones, en un cuento del escritor americano John W. Campbell). Es aquí que la estructura narrativa de del Toro y Robbins naufraga en lo que es un homenaje demasiado invasivo que se acerca peligrosamente a la copia casi perfecta de una arquitectura que ya conocemos. En el acto de re-proponer algunos detalles ya conocidos el resultado es una lectura cansada de un canovaccio sobre el cual empezaremos a preguntarnos por qué seguir con la visión de su casi-remake en vez de volver al producto original de Carpenter (que, repetimos, es él mismo un casi-remake). El aspecto estético se ve así ligeramente arruinado por una estructura narrativa que poca novedad nos concede, a menos que nunca hayamos visto The Thing, y el resultado es un producto sólido, válido, pero poco original. Una lástima, ya que la voluntad de jugar también con el tiempo y su plasticidad revela una inteligencia muy aguda.

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