Críticas

Vértigo tecnológico

Dobles vidas

Doubles vies. Olivier Assayas. Francia, 2018.

DoblesvidasCartelCon Dobles vidas, nos enfrentamos a un largometraje de carácter coral, centrado básicamente en cinco personajes. Sus existencias se entrecruzan, compartiendo porciones de vida. Trabajo, amor, pasión, diversión, cultura o miserias. Un grupo de personas que por devoción o porque el destino así lo marca, deben encontrarse. Ya veremos si este término conlleva también el de entenderse. 

Olivier Assayas es un experimentado director francés, con una larga e interesante trayectoria como realizador y guionista. Además, siempre mostró inquietudes intelectuales. También ha trabajado como crítico para la revista Cahiers du Cinéma. Sus dos anteriores películas se remontan a 2014 con Viaje a Sils María (Sils Maria) y a 2016, con Personal Shopper. Dos proyectos muy diferentes, recibidos también de forma muy dispar.  En el primero reflexionó sobre el complejo paso del tiempo y las repercusiones que pueden provocar en una famosa actriz de teatro con decisiones a tomar de inmediato. Un complejo material que transita en múltiples problemáticas sin desbarrar. En cuanto al segundo, a Personal Shopper, Assayas elabora una obra en la que asume excesivo riesgo entre lo fantasmagórico, lo espiritual y algún que otro género añadido. En cualquier caso, al realizador francés siempre lo tendremos presente con preferencia por Finales de agosto, principios de septiembre (Fin août, début septembre, 1998). Un magnífico filme que comparte con Dobles vidas el exceso de verborrea, el protagonismo coral, las excelentes interpretaciones, el tono semidocumental, la espontaneidad y la circunstancia de que ambas películas se comparen por parte de la crítica con comedias de Woody Allen. Y además, en ambos se disecciona un microcosmos de gente culta, más o menos acomodada, confusa y en general insatisfecha. 

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En el último largometraje del realizador galo, nos situamos en París, el del mundo de las editoriales y de sus escritores, en unos momentos en que todo es confuso. Las tecnologías se retroalimentan hasta límites que no divisamos, mientras nos quedamos en la duda de si la meta estará en el audio-libro o se volverá a los tomos de tapas duras ilustradas, aunque ya nadie los lea. Hemos hablado de cinco personajes principales y uno de ellos se trata, precisamente, de un editor, Alain. Interpretado por Guillaume Canet, estamos ante un hombre que ha alcanzado el éxito en una histórica editorial. Está casado con Selena, una mujer que encarna Juliette Binoche, frustrada actriz en la ficción que debe ocupar su vida profesional interpretando el papel de una policía en una serie de televisión (o de especialista para situaciones de riesgo, como le gusta remarcar a ella). La otra pareja que arrastra el protagonismo en el filme lo forman Leonard y Valerie (Vicent Mcaigne y Nora Hamzawi). Leonard es un escritor amado y odiado con igual intensidad. Célebre por alguna de las novelas que ha escrito, no todo el mundo acepta que utilice sin velos ni tapujos la realidad para crear ficción y refugiarse en la autoficcción. Se trata, precisamente, de un asunto en candelero, taras la inolvidable última obra de Pedro Almodóvar, Dolor y gloria (2019). En esta última, según declaraciones del propio autor, se desenvuelven acontecimientos que le ocurrieron en el pasado o podrían haberlo hecho. Es lo  mismo, nada nuevo. Como cualquier escritor, tanto la ficción como la realidad son dos elementos perfectamente válidos para elaborar cualquier discurso, sea el que fuere. Ya se ocupará el lector o el espectador en reelaborar lo que está leyendo o viendo con la meditación y desde el prisma que le parezca.

Dejamos a Leonard con sus pornografías llevadas a tinta pública y pasamos a su mujer, a Valerie. Representa a una asistente de un político con pocas luces (al servidor público nos referimos), o nada consciente de lo expuesto que pueden estar ciertos personajes públicos cada vez que abren o cierran la boca. Nos falta la última protagonista. Se trata de la mujer interpretada por Christa Théret, Laure. Su presencia en pantalla se explica al ser la persona contratada por la editorial para ponerla al día digitalmente.  

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La película consigue sostenerse por lo que sugeríamos al principio. Entre los elementos que la hacen atrayente, se encuentran la calidad de las interpretaciones, la ironía y acidez de los diálogos, una puesta en escena que resbala con fluidez o la espontaneidad que transmiten sus escenas. Apenas movemos cámara y su inmovilidad solo se modifica con planos y contraplanos. Pero la palabra toma demasiado protagonismo y los personajes no paran de hablar. Un bla, bla, bla, una cháchara incesante que no acaba hasta los títulos de crédito. Al final de la corrida (y este término no lo añadimos por casualidad, y si no, fíjense en el cartel taurino que se publicita en un hotel), decíamos, que después de vista la obra, todo el largometraje está al servicio de las reflexiones mentales de sus personajes, sus inseguridades e incertidumbres acerca de un futuro insondable. Personas ya maduras que se han criado y crecido entre lo real, los libros físicos con sus páginas de papel. Y sin comerlo ni beberlo, se encuentran insertos en un maremágnum tecnológico inabordable. Y lo de las dobles vidas del título no está por casualidad. Hipocresía, mentiras e incluso silencios cuando no se para de hablar también son posibles.

Posverdades, facebooks, blogs, libros electrónicos y lo último en tendencias, al parecer, los audiolibros. El filme contiene muchos guiños culturales literarios o cinematográficos, también televisivos. Impagable la comparación de Extinción, del escritor austriaco Thomas Bernhard, con Punto final, la novela que pretende publicar uno de nuestros personajes, Leonard. O la felación transcurrida durante la proyección de la película de Michael Haneke, La cinta blanca (Das weisse Band, 2009). En realidad, no se lea al cineasta también de nacionalidad austriaca, sino a J.J. Abrams y a su Stars Wars: El despertar de la Fuerza (Star Wars. Episode VII: The Force Awakens, 2015).

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Resulta una pena la verborrea incesante, que lleva a anhelar acciones que normalmente se realizan en silencio, como por ejemplo las sexuales. Se insiste de forma reiterativa en torno a unas mismas ideas, reflexiones o sus conclusiones. Algunas compartidas por los personajes; en cualquier caso y en la práctica, tanto ellas como ellos desubicados y en estado de confusión y aturdimiento. Mientras no se calla, la acción transcurre generalmente en interiores: hogares particulares, librerías, hoteles, platós de televisión, bares o restaurantes. Se bebe y se come, sí, pero ninguno de ambos elementos alcanzan demasiada importancia. Realmente, bebida y comida se comportan como meros anclajes para concatenar las confusiones mentales y conductuales de las criaturas del filme. En cuanto el rodaje en exteriores, aunque tienen mínimo peso, no se ocultan rápidas estampas de las calles parisinas por donde se mueven los protagonistas.

Al final, parece que el mensaje percibido es claro, aunque se desconozca el lugar hasta el que nos arrastrará. Dominados por la tecnología, nuestras vidas, relaciones y formas de comunicarnos se ven arrasadas y en convulsión. ¿Hay límite? ¿Podrán abandonarse pasiones que se resisten por pura melancolía? ¿Será capaz algún ser humano, no ya de hablar de libros, sino de leer alguno? ¿Es necesario para ello ser actriz y estar con Fedra, de Jean Racine, porque nos han otorgado un papel en la próxima obra teatral? ¿Es posible que nuestros retoños se queden fuera de campo hasta el final, si así ha sido la tónica a lo largo del filme? Pues todo eso y alguna cosa más.

 

Tráiler:

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Ficha técnica:

Dobles vidas (Doubles vies),  Francia, 2018.

Dirección: Olivier Assayas
Duración: 107 minutos
Guion: Olivier Assayas
Producción: CG Cinéma / Vortex Sutra / arte France Cinéma
Fotografía: Yorick Le Saux
Reparto: Juliette Binoche, Guillaume Canet, Olivia Ross, Christa Theret, Antoine Reinartz, Pascal Greggory, Violaine Gillibert, Vincent Macaigne, Nora Hamzawi

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