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Revoluciones del 68 a través del cine: Francia y México

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Desde que el cine existe, su papel como narrador de hechos históricos es relevante. Si bien su punto de vista no ha sido siempre el más objetivo, existen documentos fílmicos de gran valor que han aportado luz a determinados sucesos históricos no aclarados totalmente, contribuyendo así con la memoria histórica de nuestra humanidad. En este sentido, el cine generado a raíz de las revoluciones del 68 nos aporta pistas sobre este movimiento.

Como sabemos, el 68 fue un año lleno de revueltas en las que el descontento general estalló, y aunque hablar de revolución en sentido literal tal vez sea mucho, lo cierto es que algo cambió en el mundo después de ese año. La Guerra de Vietnam, la muerte del Che Guevara el año anterior y la de Martin Luther King en abril de ese año, el recuerdo de las protestas estudiantiles de Berkley y el sentimiento general de que el capitalismo no iba a traer una mejor vida para la clase obrera ni para la mayoría de la gente crearon un malestar que se fue acrecentando y que reventó en la primavera del 68. París, Berlín, Praga, México, Río de Janeiro, Madrid, o algunas ciudades de Estados Unidos fueron protagonistas, en mayor o en menor medida, con voces que se alzaban en busca de una vida mejor y más justa.

Al frente estaban, en su mayoría, jóvenes estudiantes que empezaban a ser rebeldes y a desoír las órdenes de sus padres. El movimiento de las pandillas juveniles, nacido en Estados Unidos, había generado interés en el cine. Se realizaron varias películas como Rebelde sin causa (Rebeld Without a Cause, Nicholas Ray, 1955), con James Dean, convertido en un referente, o West Side Story (Robert Wise, 1961). Estas películas fueron vistas por jóvenes de todo el mundo, que comenzaron a vestirse y comportarse de forma diferente. La juventud empezaba a ver a sus padres como fracasados o acomodados en el sistema y querían vivir la vida de otra manera.

De todos los movimientos surgidos, hay dos que quiero destacar por su peso, virulencia y su retrato posterior en el cine: me refiero al Mayo Francés y a las revueltas de México. El filósofo Alain Tourain habla de la masacre de Tlatelolco como uno de los hechos más significativos del 68, aunque en su momento fuera ocultado y hoy sea una historia desconocida para la mayoría.

Existen diferencias entre Mayo del 68 y las revueltas mexicanas. La historia lo dice y el cine, también. Probablemente, los elementos que marcaron esas diferencias fueron, del lado francés, el peso de Jean-Paul Sartre y la corriente de pensamiento existencialista que planeaba sobre el inconsciente intelectual colectivo, y del lado mexicano, la celebración de unas olimpiadas acogidas para exportar al mundo la imagen floreciente de un país que quería posicionarse internacionalmente.

Así, Francia generó un cine más burgués, de preocupaciones intelectuales y de personajes que erraban en medio de un vacío existencial, mientras que el cine mexicano necesitaba denunciar una masacre acallada por un gobierno que intentó quedar bien de puertas afuera. Un cine, que buscaba la justicia histórica. Lo cierto es que a los estudiantes franceses nadie les iba a disparar, como menciona João Moreira Salles en su hermosa película No intenso agora (2017), principalmente, porque eran los hijos de la burguesía y el gobierno quienes estaban en la calle, y nadie iba a dar esa orden. En cambio, a los estudiantes mexicanos sí les dispararon, sí los torturaron y sí los mataron.

No intenso agora
No intenso agora

El Mayo Francés, especialmente, sus consecuencias, ha sido retratado en el cine a través de varias películas. Una de ellas, La mamá y la puta (La Maman et la Putain, 1973), de Jean Eustache, que refleja el ambiente de nihilismo posterior. Eustache, cercano a Cahiers du Cinema, nos deja un excelente testimonio de la atmósfera que sucedió al 68. Así, en una conversación, en un café parisino, Jean-Pierre Léaud deja a su interlocutora para dirigirse directamente a la cámara y afirmar: “Crees que te recuperas cuando en realidad te acostumbras a la mediocridad. Después de las crisis hay que olvidarlo todo. Como Francia… después del 68”.

La mamá y la puta
La mamá y la puta

En 1982, Romain Goupil realiza Morir a los 30 (Mourir à trente ans), un excelente documental, ganador de la Cámara de Oro en Cannes, que rinde homenaje a su amigo Michel Recanati, uno de los líderes estudiantes del 68, quien se suicidó en 1978, desilusionado y sin encontrar un sentido con el que seguir viviendo. Su espíritu se apagó con el fin del movimiento estudiantil. Trató, con la vuelta a las clases en septiembre del 68, de mantener activas las protestas, pero nada volvió a ser igual.

Con bastante posterioridad, tanto Bernardo Bertolucci como Olivier Assayas y Philippe Garrel presentaron películas ambientadas en Mayo del 68, protagonizadas por estudiantes, que nos dejan entrever cómo la atmósfera de rebeldía generacional y de ilusión por cambiar el mundo se diluyó rápidamente. El 30 de mayo, Charles De Gaulle se dirigía a la nación en un discurso por radio. La respuesta fue una manifestación de apoyo del lado conservador con más de 500.000 personas que inundaron los Campos Elíseos. Mientras, los estudiantes, empezaron a desaparecer. No había ninguna amenaza sobre sus cabezas. La mayoría pertenecía a la clase burguesa y sus vidas continuaron. Además, los obreros, que nunca se identificaron con ellos, porque los veían como seres privilegiados sin ocupación, volvieron a las fábricas, tristes pero sin opción, como nos muestra João Moreira Salles en No intenso agora (2017).

En Los soñadores (The Dreamers, 2003), Bertolucci nos presenta a unos estudiantes burgueses que forman parte del movimiento, solo como pose. Después de varios días encerrados en la casa de sus padres, iniciándose en juegos sexuales, bebiendo vino caro y hablando de cine, se unen finalmente a una manifestación que pasa delante de su casa y les parece emocionante unirse a esa multitud enfrentada a la policía.

En 2005, Philippe Garrel filma una gran película sobre el movimiento, Les Amants réguliers. En blanco y negro, con un estilo de falso documental y una duración de casi tres horas, el director francés nos muestra la lenta disolución de los ideales del 68, a través de un grupo de amigos de inquietudes artísticas e intelectuales que, poco a poco, tendrán que volver a la realidad y a buscar trabajo. También Assayas, en 2012, tratará el tema, aunque de forma más convencional y superficial, con Después de Mayo.

Una de las miradas más interesantes y recientes sobre el 68 nos la trae el ya mencionado director brasileño João Moreira Salles con su documental No intenso agora. Moreira Salles da lectura al material de la época de una forma objetiva y poética a la vez. Una película bellísima y muy personal, que parte del recuerdo del director sobre su madre, desde la nostalgia, llegando a los acontecimientos del 68 en varios países. Salles compara la felicidad de su madre cuando él era pequeño, y que no sabe por qué la fue perdiendo, con la felicidad de los estudiantes durante aquellas semanas en las que el mundo parecía que podía cambiar y todo era posible. Para el brasileño, los suicidios posteriores al 68 tienen que ver con un sentimiento de nostalgia y de búsqueda de un pasado al que es imposible volver. Gente como Daniel Cohn-Bendit, líder en París, lo entendió perfectamente y supo evolucionar. También hace observaciones interesantes sobre el peso nulo de la mujer o de los negros en esa revolución, en la que nunca pudieron estar en un primer plano real.

Quiero cerrar el conjunto de aportaciones fílmicas del Mayo Francés hablando de una película anterior al 68, que ya contenía el germen del descontento que generaron las revueltas. Me refiero a Crónica de un verano (Chronique d’un été, 1961), de Jean Rouch y Edgar Morin, quienes, a través de una serie de entrevistas realizadas en París, en el verano de 1960, donde preguntaban a la gente si era feliz, sacan a la superficie parte de los problemas que la clase obrera sufría con el crecimiento del capitalismo.

La virulencia con que se desarrolló el 68 en México, donde las cifras de muertos podrían haber superado las 400 personas, hizo que el gobierno mexicano, en el poder durante 70 años, censurara y ocultara la masacre. Así, el cine que se pudo realizar sobre el tema fue escaso y prohibido. Podemos hablar principalmente de dos películas importantes, El grito (Leobardo López Aretche, 1968) y Rojo amanecer (Jorge Fons, 1990), ambas muy valiosas. Después Nicolás Echevarría, ya en 2008, terminada la censura, realizó un documental Memorial del 68, con entrevistas fundamentales a protagonistas de la época, que ayudaron a esclarecer parte de los hechos. En 2012, Carlos Bolado presentó Verano del 68, una película de ficción centrada más en el improbable amor entre una niña de clase alta mexicana y un estudiante humilde, dejando solo como trasfondo la Matanza de Tlatelolco, lo que no logró despertar interés en la sociedad mexicana de nuestros días. A la espera de su estreno en la pantalla está Olimpia (2018), largometraje animado, dirigido por José Manuel Cravioto, con motivo de los 50 años de los hechos y centrado en el batallón Olimpia, grupo de mercenarios contratado por el gobierno para acallar a los estudiantes antes de la inauguración de las Olimpiadas.

El grito
El grito

El grito, de Leobardo López Aretche, es un documento de valor incalculable que denuncia los hechos acaecidos en la Ciudad de México entre julio y octubre de 1968. Las Olimpiadas se inauguraban el 12 de octubre de ese año y, a finales de julio, una pelea entre jóvenes estudiantes en un encuentro deportivo desató la violencia por parte de la policía, que tenía órdenes de evitar cualquier hecho que atrajera la atención nacional e internacional sobre la ciudad. Varios estudiantes envueltos en la pelea acabaron en la cárcel y fueron torturados. La respuesta del colectivo estudiantil y de la Universidad Nacional de México no se hizo esperar y se organizó una gran manifestación encabezada por el rector de la propia Universidad.

Varios estudiantes del CUEC (Centro Universitario de Estudios Cinematográfico) decidieron coger las cámaras y grabar todo lo que fuese posible, pese a la presencia policial. Lo que nadie esperaba es que los hechos, con varias manifestaciones, la toma de la Universidad por parte del ejército y la intervención del presidente Díaz Orgaz, desembocara en la matanza del 2 de octubre en Tlatelolco.

Leobardo López Aretche estuvo dos meses en la cárcel, probablemente sufrió torturas y, tras ser liberado, decidió montar el material filmado para contarle al mundo lo sucedido, ya que los periódicos lo acallaron todo. El director se suicidó en 1970 y no llegó a ver el estreno de la película que, por censura, no se mostró hasta 1976. Las imágenes hablan por sí solas y el texto de Oriana Fallaci emociona en un documento que es ya parte de la memoria histórica del pueblo mexicano.

Con posterioridad, otra película importante fue Rojo amanecer, de Jorge Fons. Filmada en interiores y a escondidas, porque el gobierno se negaba a tratar el tema, fue Premio del Jurado del Festival de Cine de San Sebastián, lo que ayudó para que Gabriel García Márquez convenciera al entonces presidente, Salinas de Gortari, quien accedió a que dos copias fueran presentadas en las pantallas de cine. Si bien la calidad fílmica de la película no es la mejor, el contenido y las circunstancias en que fue producida la convierten en otro documento fílmico de gran valor.

Rojo amanecer
Rojo amanecer

El documental de 2012, Los rollos perdidos, de Gibrán Bazán, da pruebas de cómo el cineasta Servando González, contratado por el gobierno mexicano, filmó con unas magníficas cámaras toda la matanza desde un edificio de Tlatelolco. Al parecer, estos rollos de película, que el gobierno nunca quiso mostrar, se quemaron en el incendio de la Filmoteca de la Ciudad de México en 1982. En cambio, el mismo gobierno mexicano sí se preocupó, y mucho, de que diez días después lo grabado por esas mismas cámaras, en la inauguración de las Olimpiadas del 68, recorriera todos los rincones del mundo para dar testimonio de la grandeza de ese país.

La revisión de todas estas películas invita inevitablemente a la nostalgia. Se constata la hipótesis de João Moreira Salles: la imposibilidad de volver al pasado tiñe las imágenes de tristeza.

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