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Las aventuras del príncipe Achmed, y el universo creado por Lotte Reiniger

Lotte Reiniger, nacida en Alemania en 1899, es indudablemente una de las cineastas más importantes de la historia, y destaca –entre muchas otras cosas-, por crear el primer largometraje animado que se conserva, Las aventuras del príncipe Achmed, en el año 1926 (se sabe que el primero fue El apóstol, realizado en 1917 por el argentino Quirino Cristiani, pero desafortunadamente se perdió).

Ciertamente, esta artista y pionera del cine mudo de animación generó conceptos e ideas que sentaron las bases para lo que sería, más adelante, el cine de Walt Disney, quien sin duda debe gran parte de sus avances a lo ya experimentado por Reiniger una década antes, sin embargo, a ella no se le dio el merecido reconocimiento en su tiempo.

Desde muy niña, Lotte mostró fascinación por el teatro de marionetas chino (llamado también de sombras chinescas), tan de moda a fines del siglo XIX y principios del XX, la cual fue una indiscutible influencia para el desarrollo posterior de su exquisito trabajo y para la construcción de su técnica tan minuciosa de animación con siluetas, que fue toda una revelación en aquel momento, ya que permitió agregar a la imagen una profundidad de campo que no tenía y una distancia entre los planos que no se había conseguido con anterioridad.

La entusiasta joven descubrió muy pronto su interés por el arte, especialmente el cine, embelesada ante las películas de fantasía y los efectos especiales utilizados por el mago de la ficción, George Mélliès, así como por las películas de vanguardia expresionista de Paul Wegener, quien pronto se convertiría en su primer mentor.

A temprana edad comenzó a trabajar en teatro con Max Reinhardt y más tarde con cineastas de la talla de Fritz Lang y el mismo Wegener en los departamentos de arte, vestuario y decorados, y diseño de rótulos. Debido a sus dotes creativos fue admitida en el Institut für Kulturforschung (Instituto de Investigaciones Culturales), un estudio berlinés dedicado a las películas de animación experimentales, donde conoció a quien sería su pareja tanto de trabajo como de su vida, Carl Koch, su marido y fotógrafo de todas las películas que realizaron juntos hasta la muerte de él en 1962.

En 1923 emprendió en el proyecto que cambiaría su vida para siempre y que sentó las bases de su bellísimo estilo cinematográfico, Las aventuras del príncipe Achmed, estrenada tres años después, en 1926, y que al día de hoy es considerada una verdadera obra maestra del séptimo arte . La historia elige y combina diversos relatos que son parte de de Las mil y una noches, y construye un compendio de aventuras fantásticas en las que un príncipe empujado por un poderoso hechicero, se embarca en briosas hazañas montado en su caballo volador, con el que recorre distintos reinos y conoce a diversos personajes, entre los que se encuentran un sastre pobre, una bruja y una princesa, de la que se enamora, entre otros sumamente interesantes y excéntricos.

La poderosa y bella cinta logra envolver al espectador en un universo completamente mágico, lleno de hermosas figuras y de un imparable movimiento generado a partir de las siluetas que son iluminadas con una lámpara por debajo de la mesa de vidrio, con lo que se consigue el efecto de un contraluz verdaderamente atractivo. Cientos de siluetas perfectamente sincronizadas y en magistral armonía, danzan al ritmo de la banda sonora que las acompañaba, y que fue compuesta para la película por el músico alemán Wolfang Zeller, en colaboración con Reiniger.

Por otro lado, el suspenso en el argumento se logra a través de la exposición de seres amenazadores y siniestros, demonios de largos dedos y movimientos sigilosos, de momentos de oscuridad tenebrosa, y mediante los encuentros con las brujas y los hechizos mágicos que rodean al protagonista.

Es realmente impresionante la cantidad de elementos que componen cada uno de los cuadros, en los que claramente se llega a apreciar el esmero de la artista por resaltar todos los detalles por pequeños que sean, por ejemplo en las telas que cubren a los personajes, o los motivos en el velo de la princesa, también en los encajes de las cortinas de su carruaje y las plumas de las aves que se mueven con suavidad por el viento. Resalta además la escrupulosa precisión en cómo están delineadas las figuras de animales que aparecen constantemente en los planos, con sus pelajes sumamente trabajados, y su forma de desplazarse en los espacios de naturaleza creados para ellos.

Hay encuadres que engloban un gran número de cuerpos cinemáticos que coordinada y ordenadamente transitan dentro de las composiciones con una armonía coreográfica, todo en un juego de dinamismo rítmico, caleidoscópico e hipnotizante.

Para este revolucionario proyecto utilizó la cámara multiplano que ella misma había inventado en 1923. Se trata de un sistema que consiste en colocar la luz por debajo de unas placas de vidrio cada una con la decoración del plano a representar, que van colocadas a cierta distancia, una detrás de la otra, en el afán de brindar la sensación de profundidad, mientras la cámara se sitúa por encima para captar desde arriba a todos los planos juntos, uniendo la imagen. Esta innovadora técnica fue estudiada años más tarde por Walt Disney, y patentada por su colaborador Ub Iwerks como propia.

De Las aventuras del príncipe Achmed solo sobrevivió una copia de nitrato entintado, con inter títulos en inglés, que se utilizó para la restauración que se realizó en 1999.

Su proceso de trabajo consistía en dibujar cada silueta de forma muy precisa a partir de un guion que definía a los personajes de la historia, y del cual se extraía el material para conformar el storyboard, desenlazando el argumento cuadro por cuadro. Posteriormente se recortaba con unas pequeñas tijeras una por una las miles de siluetas que conforman una película, separándolas además en las partes de su cuerpo; así, dependiendo de los rangos de movimiento que requerían decidía dividirlas en más fragmentos, para más tarde unirlas con un alambre insertado en un pequeño agujero, en forma de bisagra. De modo que, los personajes, objetos y animales se podían manipular cual títeres de papel, al otorgarles un rango de movimiento similar al del ser humano. A continuación procedía a mover las siluetas sobre el cristal superior, apenas un sutil movimiento a la vez, y disparaba la cámara para capturar cuadro por cuadro, dando lugar a lo que conocemos hoy como stop motion.

A su vez, para la confección de los fondos buscaba crear una atmósfera más etérea, que simulara por ejemplo el oleaje del océano, el viento o el cielo lleno de estrellas, por lo que Lotte recurrió al uso de arena, jabón o recortes transparentes; asimismo, los efectos mágicos se consiguieron debido al uso de cera.

A partir de Las aventuras del príncipe Achmed, Reiniger siguió utilizando la técnica cada vez con mayor precisión, aunque manteniendo la esencia de la misma, llegando así a crear más de cuarenta bellísimas películas animadas. Se trata definitivamente de un sistema que requería de no solo de tiempo, sino de un minucioso talento y dedicación. Con gran habilidad y una tremenda perseverancia, la artista nos legó un sinnúmero de preciosas historias entre las que destacan El Doctor Dolittle y sus animales (1928), Carmen (1933), o su preciada Papageno (1935); adaptaciones de cuentos de hadas muchas y otras, de óperas.

Con la llegada de Hitler al poder Reiniger y su esposo salieron de Alemania y residieron en varios países sin poder conseguir visado permanente en ninguno, por lo que tuvieron que regresar a Berlín, en donde permanecieron hasta que terminó la guerra. Años después emigraron a Reino Unido donde vivieron y continuaron haciendo cine, incluso fundaron su productora Primrose Productions.

Durante esta prolífica etapa continuó explorando la fantasía de los cuentos infantiles, llenando los planos de color y de figuras, de elementos mágicos y personajes maravillosos, y siguió filmando hasta un par de años antes de su muerte en 1981, a la edad de 82 años, dejando tras de sí un hermoso legado de cintas animadas, muestra de su inmensa capacidad de atención a los pequeñísimos detalles, y de una dotada noción de la composción, y un manejo magistral del espacio y el movimiento.

En definitiva, Lotte Reiniger fue una artista con un don sumamente especial que nos invita a revisitar y a dignificar su vasta filmografía. Las aventuras del príncipe Achmed fue el sobresaliente inicio de un camino que vale la pena recorrer para conocer así una obra tan distintiva y bella, como lo es la de esta experta de la animación.

 

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