Críticas

Nostalgias

Licorice Pizza

Paul Thomas Anderson. EUA, 2021.

Me parece importante empezar esta reseña señalando que Licorice Pizza, la última película del siempre grande Paul Thomas Anderson, es ante todo una gran historia de amor. Puede venir cubierta con el mejor de los envoltorios, esa estética impecable de la icónica California de los 70, un paisaje que nos transporta y seduce; pero el hilo conductor, la trama que va desplegando a su paso todos esos escenarios y ambientaciones tan magníficamente colocados y musicalizados, no es otra que la de un amor apasionado vivido por dos singulares personajes: Alana y Gary. Un amor de juventud con sus subidas y bajadas; un amor platónico, idealizado, al que siempre se vuelve de forma recurrente.

Alana, 25 años (tal vez más), es una joven inquieta, algo perdida y bastante  mayor en edad que Gary, quien con 15 años ve cómo su carrera de actor infantil se viene abajo al convertirse en un adolescente con cierto sobrepeso. El amor a primera vista que surge entre ambos se irá alimentando de encuentros y desencuentros sin que ninguno de sus protagonistas se atreva a encarar con objetividad las posibilidades que el futuro les depara. Una atracción irracional pero hermosa que se niegan a encuadrar dentro de la realidad por miedo a que todo se esfume.

Tanto Alana Haim, guitarrista del grupo musical Haim, como Cooper Hoffman, hijo del fallecido Philip Seymour Hoffman, se estrenan como actores en esta película y lo hacen de forma bastante sobresaliente. Dos debutantes que contagian un ímpetu y unas ganas de vivir que vuelven deliciosa la historia que Paul Thomas Anderson aterriza en esa  época donde él apenas acababa de nacer y la sombra del desencanto empezaba a sentirse entre los estadounidenses que veían como el american way of life daba paso a tiempos más difíciles, con la crisis del petróleo haciendo sus estragos y empañando muchos de los negocios emprendidos por la clase media. Hermosa decadencia la de Gary, tratando de reinventarse en el Valle de San Fernando a base de camas de agua y pinballs. Un nado contracorriente aprovechando las oportunidades emergentes, de corta duración y escasa posibilidad de éxito.

Anderson firma con este su noveno largometraje. Una carrera que ha demostrado a lo largo de los años ser muy sólida tanto en el campo de la dirección como en la de los guiones y creación de personajes de gran fuerza vital. El cineasta tiene la virtud de mostrar un lado impredecible a la hora de narrar que vuelve muy estimulante todo aquello que aborda. Hay mucha intensidad siempre en los protagonistas y situaciones de los que se vale para contarnos sus historias. Alana y Gary son ese tipo de personas superlativos. Viven todo intensamente y los veremos correr, ir y venir, como si la vida les fuera en ello, en esos travellings y planos secuencia marca de la casa. No estamos ante un guion de estructura narrativa perfecta, pero la historia de dos jóvenes enamorados que tratan de encontrar su lugar en la vida y salir adelante encaja perfectamente con todas esas situaciones que se van solapando y que se llevan a veces con un ritmo algo frenético.

Si bien Anderson no se sirve tan menudo de la comedia para narrar sus historias, cuando lo hace hay que decir que es realmente muy divertido. Eso ya sucedió en Punch-Drunk Love (2002), donde, mientras el espectador intentaba entender hacia donde nos quería llevar el impredecible director, la comicidad se volvía altísima. Vuelve a suceder también con algunas de las situaciones presentadas en Licorice Pizza en las que se destila mucho humor. La escena del arranque de la moto con Sean Penn, la actuación de Bradley Cooper haciendo de Jon Peters o el momento de la entrevista a Alana como aspirante a actriz son buena muestra de ello.

El punto encantadoramente nostálgico que tiene toda la película se nutre, además de la cuidada dirección de arte y de la buena selección de temas musicales, de una serie de datos históricos reales, muchos de ellos referentes a la industria del espectáculo de la época, una industria que, por otro lado, muestra en su recreación parte de su lado más decrépito y menos glamouroso.

El título de la película hace referencia a una cadena de discos bastante famosa de aquellos tiempos que terminó por desaparecer. En la película no la vemos, pero para Anderson es parte de los recuerdos de entonces. La gente que amaba la música era asidua a ese lugar.

Al final Licorice Pizza es un canto a los amores platónicos, que suelen suceder cuando somos jóvenes y que luego quedan en nuestra memoria como algo bonito, emocionante, como esa idea de que todo tiempo pasado siempre fue mejor. Tal vez lo fue, tal vez no, pero en nuestros recuerdos así permanece.

 

Tráiler:

 

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Ficha técnica:

Licorice Pizza ,  EUA, 2021.

Dirección: Paul Thomas Anderson
Duración: 133 minutos
Guion: Paul Thomas Anderson
Producción: Ghoulardi Film Company, Bron Studios, Focus Features
Fotografía: Paul Thomas Anderson, Michael Bauman
Música: Jonny Greenwood
Reparto: Alana Haim, Cooper Hoffman, Sean Penn, Bradley Cooper, Tom Waits, Ben Safdie, Joseph Cross, Skyler Gisondo, Mary Elizabeth Ellis, Ryan Heffington, Nate Mann, John Michael Higgins, Harriet Sansom Harris

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