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Tales of the Teenage Mutant Ninja Turtles

Más allá del tiempo como elemento fijo, se presenta el ruido de los recuerdos. Se supone, entonces, que, como en el caso de Proust, basta algo capaz de hacernos volver a un período en el cual éramos más jóvenes (habría que preguntarse si, desde un punto de vista físico, sería posible volver también hacia el futuro, como si de un viaje en un agujero negro se tratara, siempre y cuando los agujeros negros así funcionen). Las cuatro tortugas, efectivamente, forman parte del imaginario de hace bastantes años (por lo menos más de treinta), lo cual implica que la visión de sus productos de hoy (y los venideros, creemos) no puede sino enlazar un discurso entre la obra que fue y la obra que es. O, más sencillamente, hay que darse cuenta de que el producto que sale hoy no puede ser igual al de ayer si el objetivo es acercarse más a las nuevas generaciones. Lo cual, dicho sea y no de paso, puede ser algo bastante necesario, como la introducción de elementos que reputamos ser parte integrante de nuestra cultura.

Estos cuentos de los cuatro renacentistas (nominalmente, por supuesto) forman parte del discurso abierto por la película de animación de 2023 y, por tanto, tienen que relacionarse con el público al que iba dirigida. Se trata, en otras palabras, de una serie bien escrita que tiene como objetivo acercarse a un público joven (nosotros, los más adultos, podremos revivir un poco la idea de lo que fue, sin poder volver a atrapar la misma sensación que en los ochenta y los noventa las tortugas nos regalaban). Sirve, entonces, como momento para relajarse con unos episodios inocuos pero bien labrados, capaces de hacer reír así como de no tomarse demasiado en serio en lo que al valor didáctico (algo típico de los productos para niños y otros jóvenes) se refiere. Y es aquí que podemos ver cómo inteligentemente el producto final sabe no caer en la sensación de un torbellino de azúcar superficial ni en la mar de un cinismo del cual podemos prescindir.

Hay que subrayar cómo las tortugas han logrado adaptarse a los varios niveles de público durante sus muchos años de vida. El cómic original era más de carácter gritty y violento, mientras que la primera serie de televisión (los dibujos animados de arriba) sabía proponerse bien a uno niños (y unos padres) más bien inocentes (yo, por mi parte, he crecido también con productos violentos, y no por esto me reputo un elemento negativo de la sociedad, si bien para los creyentes solo me espera el fuego de abajo). Los filmes, hasta hoy, se han acercado a diferentes edades, desde las más pequeñas a (en tiempos recientes) las más adultas, como si el factor que se estaba buscando era enlazar un diálogo con los que un tiempo fueron niños (aficionados) y hoy adultos (algunos con su familia). Esta nueva encarnación funciona, afortunadamente, sobre todo porque intenta crear historias bien hechas, algo que no puede sino ser el elemento principal de cualquier intento de narración. Y los cambios (o variaciones) que vemos son, rotunda y llanamente, elementos necesarios dentro de una sociedad como la nuestra.

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