Festivales 

Festival de San Sebastián 2024 – Parte 1

72ª EDICIÓN DONOSTIA ZINEMALDIA (Parte I)

FestivalCineSanSebastián24Foto1

En la viña del Señor

Se acaba de celebrar, del 20 al 28 de septiembre, el Festival de Cine de San Sebastián, en su 72ª edición. En este artículo nos vamos a centrar en las películas que tuvimos la ocasión de visionar, en sus primeros días, de la Sección Oficial a competición y la Sección Perlak, esta última dedicada a una serie de largometrajes inéditos en España y que han destacado a lo largo del año en otros certámenes o por la calidad contrastada de sus autores. La mirada de esta revista sobre el Festival la completa en este mismo número nuestro compañero José Manuel León Meliá. Violencias de género, crisis de identidad sexual, relaciones familiares problemáticas, luchas por la memoria histórica, acosos o abusos sexuales y tomas de conciencia femeninas han acaparado muchas de las líneas narrativas.

Empezando por la Sección Oficial, el director alemán Edward Berger ha participado con Cónclave, centrada en el proceso de selección de un nuevo Papa en la Iglesia católica tras el fallecimiento del sumo pontífice. Se trata de una coproducción británica y estadounidense hablada fundamentalmente en inglés (lo que no ayuda a su credibilidad). Está situada en la época actual. Precisamente, con similar nombre en su título original (The Conclave, denominada en castellano Conspiración en el Vaticano) y parecida o equivalente temática, otro director alemán, Christoph Schrewe, realizó en 2006 un filme situado en 1458 a propósito de la muerte del Papa Calixto III. Parece que la visión cinematográfica sobre las intrigas, conspiraciones, manipulaciones o sobornos de todo tipo que se producen en el seno de la Iglesia para alcanzar su estrellato no cambia pasen los siglos. El largometraje se desarrolla prácticamente en su totalidad en el interior del Vaticano y describe las luchas de poder que se crean entre los cardenales electores en su aislamiento forzoso con la pretensión de ser iluminados por el Espíritu Santo.  La protagoniza Ralph Fiennes como cardenal encargado de dirigir el sínodo, en una interpretación excelente en la que sabe transmitir las tremendas dudas que le corroen. La oscuridad y la claustrofobia se imponen, mientras la obra va derivando en giros hasta cómicos que no terminan de resultar ridículos por el hábil manejo de la puesta en escena por parte del realizador. A pesar de que su banda sonora resulta invasiva, se consigue generar una tensión expectante, mientras que llegamos a la conclusión de que  “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”.

FestivalCineSanSebastián24Foto2

Icíar Bollaín ha participado para entrar en el palmarés con Soy Nevenka. Está basada en unos hechos reales acaecidos a principios de siglo en Ponferrada. Una joven concejal, Nevenka Fernández, denunció al alcalde por acoso sexual. La directora española se detiene en la génesis de los hechos con una narración muy clásica que funciona de manera convencional. Y no deja resquicio alguno para subrayar el mensaje: marcar los límites entre el consentimiento o no, entre las relaciones aceptadas y las que son rechazadas y se sufren desde la paralización por el terror generado por parte del acosador. El minucioso desarrollo de acontecimientos gana fuelle en su parte final, cuando la denuncia se da a conocer, intervienen los medios de comunicación, la opinión pública se moviliza y el proceso se inicia. Destaca la interpretación de Urko Olazabal como el alcalde Ismael Álvarez. Un hombre avasallador y soberbio que mantiene a toda la población bajo su yugo en base al poderío político y económico que ostenta. Bollaín decide adoptar el punto de vista de la joven y prescindir del correspondiente al villano, dejando quizás la mesa coja.  A pesar de que el filme se detiene en demasía en conformar la crónica de lo sucedido adoptando la focalización referida, resulta, no obstante, un valioso testimonio para que reflexionemos sobre la evolución experimentada por la sociedad desde aquellos años, con respecto al tratamiento de este tipo de delitos.  

Cuando cae el otoño (Quand vient l’automne) ha sido la obra con la que ha concurrido François Ozon para optar a Mejor Película. El realizador de En la casa (Dans la maison, 2012) nos ofrece la historia de Michelle, una mujer en los setenta que disfruta su jubilación en la campiña francesa. No inocentemente, el filme arranca en una misa en la que se recuerda el texto evangélico de María Magdalena cuando procede a lavar los pies de Jesús y sus pecados son perdonados. Michelle se prepara para la visita de su hija y su nieto limpiando su casa, recogiendo setas del campo o calabazas de su jardín, cocinando… Pero tras la llegada de ambos de inmediato nos damos cuenta del mal carácter de la hija y de la pésima relación que mantiene con su madre, al contrario del nieto con la abuela. Ozon nos regala una especie de thriller dramático con dosis de comedia, entreteniéndose por dejar pistas contradictorias aquí y allá. Con asombrosa ligereza aborda fallecimientos naturales o provocados y establece una mezcolanza por la que se asoma a quebrantamientos de moralidades hipócritas o caracteres violentos o dulces de doble filo. Cuenta con un epílogo para que rellenemos la película según nos plazca. Es posible que se acuerden de aquellas encantadoras ancianitas de Arsénico por compasión de Frank Capra (Arsenic and Old Lace, 1944).

FestivalCineSanSebastián24Foto3

Chile ha intervenido en la Sección Oficial con El lugar de la otra de Maite Alberdi. Es la primera incursión en la ficción de la directora de El agente topo (2020). Producida por Netflix, se basa en un crimen que acaeció en 1955, en un hotel de lujo de la capital, con gran revuelo en prensa y opinión pública. En su comedor, María Carolina Geel, una escritora, disparó y mató a su amante sin motivo aparente. El relato lo toma la secretaria del juzgado competente para el enjuiciamiento de la causa. Se trata de Mercedes, una mujer atrapada entre su trabajo y las labores domésticas que se le imponen en el cuidado de marido y dos hijos. La extraña conexión que establece con la acusada le aboca a un túnel de desconcierto en el que se cuestiona sus valores tradicionales y patriarcales frente a los libres e independientes que presiden la vida de la acusada. Adoptando una semejanza a la estética Amélie de Jean-Pierre Jeunet (Le fabuleux destin d’Amélie Poulain, 2001) en intensidad cromática, juego de filtros y conformación de rostros en primeros planos, intenta acercarse a una especie de realismo poético. La línea narrativa del largometraje resulta poco consistente, en especial el desarrollo de la investigación judicial. El resultado final cojea en lo que termina configurándose como un difuso relato de búsqueda de liberación mal entendida. 

El cine social comprometido ha venido de la mano de la portuguesa Laura Carreira con On falling en su ópera prima. El británico  Ken Loach interviene  en la producción. Con el propósito de mostrar y no enfatizar en la denuncia y ambientada en Escocia, narra el gris existencial de Aurora, una joven que trabaja en un gran almacén seleccionando los productos demandados por los clientes. Es un empleo repetitivo sin aliciente alguno que se reproduce día tras día y semana tras semana. Vive en un piso compartido y apenas se relaciona con nadie. Se limita, además de trabajar, a comer, dormir, a su aseo personal y a realizar la colada. Una monotonía existencial que la realizadora aborda en una oscuridad sombría, con aparente sencillez de medios y música exclusivamente diegética, excepto en la escena final, de engañoso optimismo. También el formato cuadrado seleccionado contribuye a otorgar al filme mayor sensación de claustrofobia, si cabe. Con todo ello, la realizadora acierta en modelar uno de los panoramas resultantes de la estructura social alienante que entre todos hemos conformado. Desde una mirada honesta, la autora consigue que quedemos bloqueados por ese horizonte desolador del que parece no haber escapatoria. 

FestivalCineSanSebastián24Foto4

Finalmente, de la Sección Oficial tuvimos ocasión de visionar la última película del asiático Kiyoshi Kurosawa, un director de larga trayectoria y con incursiones en géneros diversos. Con Serpent’s Path (Hebi no michi/Le chemin du serpent) elabora una adaptación de una obra propia de 1988, trasladando la acción de Japón a Francia. Se trata de un thriller que desde la primera escena cae en parámetros de serie B a cuenta de un cuerpo transportado por las calles de París sin complejo alguno. A lo largo del largometraje, fardos cadavéricos, o casi, son arrastrados con alegría mientras la estructura narrativa nos introduce en la inverosimilitud. Arranca de los deseos de venganza de un hombre cuya hija de ocho años ha sido brutalmente asesinada y que cuenta con la ayuda de una enigmática e imperturbable doctora. Su mayor parte se desarrolla en almacenes abandonados y destartalados, y si en Japón era la Yakuza la supuesta responsable del crimen, en esta ocasión se echa mano de una ONG. Se evidencia una falta de cuidado en su composición y tampoco se saca partido de la interpretación de actores franceses de renombre como Mathieu Amalric o Grégoire Colin. Como Michael Haneke con Funny Games (1997/2007), no alcanzamos a ver el interés artístico por parte de su autor en repetir la experiencia. Para venganzas en este Festival, nos quedamos con Nina de Andrea Jurrieta, un solvente filme presentado en la sección Made in Spain.  

Pasando a la Sección Perlak, tuvimos ocasión de asombrarnos con la nueva obra del francés Jacques Audiard, Emilia Pérez. El director de Un profeta (Un prophète, 2009) conforma una película excesiva, brutal, un largometraje en el que los acontecimientos se suceden de forma vertiginosa, con unos giros de guion siempre sorprendentes. Al tiempo, abraza el género musical, la comedia, el drama…; recoge dosis de narcothriller, de telenovela, de fantasía, hasta bordea el ridículo para salir a flote entre tanto disparate. Principalmente se desarrolla en México y está hablada en español. En ella, el jefe de un cártel de la droga pretende cambiar de sexo y para ello solicita la ayuda de una abogada. Consiguió el Premio del Jurado en Cannes y el colectivo de sus personajes femeninos el de la mejor actriz. Intensa y aparatosa, recoge la transición moral de una de las protagonistas, la que da nombre al título de la obra. En realidad, entre vuelco y vuelco, nos damos cuenta de que a pesar de organizaciones humanitarias, reparaciones morales o materiales y luchas por recuperación de la memoria, la transición aludida es ficticia y todo debe reconducirse a un lema: mis deseos son órdenes. Entre tantas y tantas capas de extravagancias y delirios, todavía nos estamos preguntando cómo Audiard consigue salir victorioso del trance. 

FestivalCineSanSebastián24Foto5

La luz que imaginamos (All We Imagine as Light) ha sido la película india que se ha exhibido en Perlak. Está dirigida por Payal Kapadia y fue galardonada por el Gran Premio del Jurado en Cannes. Narra las vidas de tres mujeres que trabajan en un hospital en Mumbai. Dos son enfermeras y la tercera está empleada en el restaurante. Su primera parte se desarrolla en la ciudad, que se convierte en otra protagonista del filme, con la exhibición de su pobreza, su masificación, sus rascacielos, sus barrios degradados…; todo exhibido en tomas generales y sostenidos planos secuencia. En su segunda parte se viaja desde la densa urbe a una aldea en la costa, desplegándose ambientes que cuanto menos permiten respirar. Con todo, somos testigos de vidas monótonas y resignadas en una sociedad en la que la mujer jamás parece alcanzar su mayoría de edad. Entre rígidas normas patriarcales, castas excluyentes y principios inamovibles el largometraje se desliza con suavidad en un moroso discurrir. Y en esa lenta trayectoria, pequeños o grandes sueños se abandonan o se atrapan mientras fantasías y realidades luchan por su espacio. 

También en Perlak nos sorprendió gratamente el nuevo largometraje de Andrea Arnold, la directora británica de Fish Tank (2009). Se trata de Bird, otro filme que compitió en Cannes. Ubicado en el condado de Kent e inscrita en la denuncia social, nos muestra un paisaje de familias desestructuradas, progenitores irresponsables y egoístas y viviendas en las que el hacinamiento y el caos reinan. Su protagonista es Bailey, una niña de doce2 años desubicada existencialmente. Rebelde, enfrentada con su padre y solitaria, un día conoce a un chico extraño, a Bird. Este ama las alturas, viste ropas de mujer, destila dulzura y anda en busca de sus raíces. Con cámara nerviosa y ciertas dosis de realismo mágico, la autora describe una tragedia edulcorada. Basta con eliminar capas para que el retrato resulte desolador. El personaje de Bird funciona como una suerte de trasunto de Ethan en Centauros del desierto (The Searchers, John Ford, 1956). Justo aquel hombre que lo resuelve todo o casi todo con su intervención y, tras ella, desaparece de un universo que no es el suyo, sin dejar rastro. Bird salta, trota, baila, aletea y, finalmente, vuela.   

FestivalCineSanSebastián24Foto6

El brasileño Walter Salles llevaba un tiempo sin rodar un largometraje. En Perlak hemos tenido la oportunidad de ver su última obra, en competición en el Festival de Venecia. Con Aún estoy aquí (Ainda estou aqui) se basa en las memorias de Marcelo Rubens Paiva y en la diana coloca la desaparición del padre del escritor durante el periodo de la dictadura militar. Arranca en Río de Janeiro en los años setenta del siglo pasado con unas escenas luminosas, en las que desarrolla los momentos felices de una familia numerosa. No obstante, la presencia constante de militares por las calles genera un clima de tensa calma. Pero un día, con la abrupta detención del padre, la oscuridad se apodera de la pantalla y las imágenes se sumergen en unos tiempos densos de espera y desconsuelo. A su término, cuenta con unos epílogos quizás innecesarios para subrayar que, en cualquier caso, hay que seguir viviendo. Sin caer en sentimentalismos superfluos, el realizador de Estación central de Brasil (Central do Brasil, 1998) se queda en márgenes demasiado convencionales para armar su discurso. En cualquier caso, el principal problema del filme es que deja la sensación de que ya lo hemos visto. Basta con recordar otros centrados también en desapariciones de dictaduras latinoamericanas  como Missing (Desaparecido), de Costa-Gavras (1982) o La historia oficial, de Luis Puenzo (1985). 

Hong Sang-soo compitió de nuevo en el pasado Festival de Berlín con Necesidades de una viajera (Yeohaengjaui pilyo). Obtuvo el Oso de Plata Gran Premio del Jurado. Como En otro país (Da-reun na-ra-e-suh, 2012) o La cámara de Claire (Keul-le-eo-ui Ka-me-la, 2017), el director asiático cuenta con su amiga Isabelle Huppert para protagonizarla. Desarrollada en Seúl y hablada en inglés, francés y coreano, sigue los pasos de Iris, una mujer francesa de carácter etéreo que enseña su lengua con un método extravagante. La fémina, más que caminar, flota, toca la flauta espantosamente y vive acogida en el apartamento de un chico que conoció en el parque. Dividida en tres partes, las dos primeras resultan hilarantes y por supuesto, están regadas de conversaciones sin trascendencia y de alcohol, comida y tabaco. Iris levita de un episodio a otro hasta desembocar en el tercero, en el que su “casero” recibe por sorpresa la visita de su madre. Y como toda progenitora preocupada por sus retoños, aterrizamos en el quién es ella, de dónde es, a qué dedica el tiempo libre… Aunque creemos que la propuesta se sitúa lejos de las mejores del surcoreano, acabamos en cualquier caso asistiendo a la proyección de una obra trivial pero también encantadora.

FestivalCineSanSebastián24Foto7

Y terminamos con La sustancia (The Substance). Dirigida por Coralie Fargeat, consiste en el segundo largometraje de la realizadora de Revenge (2017). Y en este último filme vuelve a elaborar una obra merecedora de lo mejorcito de Sitges. Ganó el mejor guion en Cannes. Prepárense para un desparrame salvaje de carne, sesos, sangre o vísceras representativos del cine gore más brutal. La película se inicia con la imagen de un huevo crudo. Una jeringuilla pincha su yema y con el resultado se consigue crear un clon del mismo. Un preámbulo para introducirnos en ese producto revolucionario que mediante la división celular logra producir un alter ego más joven en los humanos. A esa sustancia recurrirá una actriz en la cincuentena cuando es despedida a causa de su edad. Protagonizada por Demi Moore, nos introduce en un universo desaforado en el que cualquier violencia, exceso o desmadre se acogen dentro del campo y sin elipsis alguna. El mensaje sobre la tiranía de la belleza y la nula aceptación de leyes de vida como el paso del tiempo se pierde entre salvajismos visuales hasta desembocar, previa evocación de El hombre elefante, de David Lynch (The Elephant Man, 1980), en un golpe final tremendamente ingenioso. Personalmente, preferimos habitar en referentes lejanos como El retrato de Dorian Gray (The Picture of Dorian Gray, 1945) o El crepúsculo de los dioses de Billy Wilder (Sunset Boulevard, 1950).

Comparte este contenido:
 
 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.