Críticas

Cinépolis

Megalópolis

Megalopolis. Francis Ford Coppola. EUA, 2024.

La expresión artística (dejemos a un lado la cuestión de la obra de arte) se basa en la necesidad de expresar una situación intelectual que se ha ido construyendo en nuestra mente. O, más sencillamente, lo artístico como producción es el acto de traer a nosotros lo que está dentro de una cabeza (alguien hablaría de incomunicabilidad universal, pero somos todos seres humanos, capaces de intercambiarnos informaciones y entendernos por tener el mismo ADN, más o menos, y por ser parte de la misma cultura). El arte, entonces, no es solo la necesidad de proponer al público una lección (sobre todo en el caso del arte de narrar) con la que analizar nuestras costumbres, nuestros deseos y nuestras leyes, sino que implica también la voluntad de trazar un discurso que se sustenta a través de una estructura estética con la que activar el proceso de “entender”. Y es que, efectivamente, hay que entender un producto, analizarlo desde el punto de vista correcto, acercarse a su significado real y emitir un juicio, por si acaso, que se base en lo que efectivamente nos quiere decir, y no en lo que pensamos que nos está diciendo simplemente porque no queremos dejarle la posibilidad de utilizar sus mismas palabras, sino las nuestras.

¿Qué es, entonces, Megalópolis de Coppola sino una completa y perfecta obra de arte, la demostración de que todavía es posible y siempre lo será proponer elementos nuevos con los que proveer al crecimiento de nuestra cultura? Es cine, definido aquí como el conjunto de elementos tanto históricos, pertenecientes a la tradición, como de dialógicos, capaces de tocar diferentes partes de nuestra cultura, hasta saciarnos con una lluvia de imágenes que se reverberan en la voluntad de abrir paso al mundo cinematográfico del pasado, del presente y del futuro, agarrándose a las mejores expresiones de este arte. Y en el acto de crear lo que será y utilizar lo que fue, el flujo de la narración se amontona dentro de un camino que se basa en la necesidad de contar una historia capaz de ir más allá de la apariencia y de sentar las bases para un discurso capaz de evitar la sensación de pseudo-filosofía, proponiendo así un diálogo concreto sobre el valor de la decadencia, del poder y de la visión de un futuro mejor. La salvación, efectivamente, de lo que somos dentro del necesario reconocimiento de que el pasado no puede parar el futuro.

Es una obra que habla de cine sin caer en la simple exaltación del medio. Es cine puro, una experiencia visual y narrativa de primer orden que nos obliga a profundizar nuestra relación con la pantalla y las imágenes que fluyen sobre ella, y que nos invita a que nos sentemos delante de un cuento que se divide entre la simplicidad de su estructura básica y la complejidad del elemento formal, de lo estético que produce, en nosotros, un torbellino de emociones. Si la película nos sacia, ella puede también llevarnos a una sensación de lo sublime, entendido aquí según el punto de vista de Burke, y el aspecto ideológico, en su sentido original de conjunto de ideas, se reconfigura a través del morality play medieval dentro de una voluntad de reproducir el mundo de la antigua Roma a través de la pluma de las tragedias inglesas del periodo entre el final del renacimiento y el comienzo del barroco, tanto de Shakespeare como de los university wits. Y es así que la obra de Coppola logra mezclar el cine con el teatro y con la literatura, produciendo un elemento final que logra ir más allá de la capsula temporal en la que se encuentra y abrirse paso en el sempiterno fluir del aquí y ahora de cualquier obra de arte capaz de traspasar los límites de su momento.

Megalópolis es cine, entonces. Puede llevar a la felicidad de quienes logran reconocer los elementos del que está constituido, así como crear cierta naúsea en quienes no se dan cuenta de lo que se les está proponiendo. Es una obra de arte completa, incapaz de fracasar en cuanto elemento narrativo y estético, y al mismo tiempo puede resultar indigerible si no se le otorga aquella necesaria voluntad de dejarse llevar por su ritmo, sus imágenes, su estructura teatral que nos traslada hacia los filmes del pasado, hasta los que, sepultados por el color y el sonido, se pierden en las olas del tiempo que fue. Es la demostración de que todavía se puede hacer arte, provocar sensaciones e ideas, hacer que nuestra mente sea excitada, sacudida y empujada para que logre ir más allá y abrace con todos sus sentidos el valor mismo de lo profunda que la cultura humana puede ser. Es, en una sola palabra, “experiencia”, algo que tenemos que hacer si queremos seguir hacia un futuro que no se hunda en el fracaso de un presente de silenciosa decadencia.

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Ficha técnica:

Megalópolis (Megalopolis),  EUA, 2024.

Dirección: Francis Ford Coppola
Duración: 138 minutos
Guion: Francis Ford Coppola
Producción: Barry Hirsch, Fred Roos, Michael Bederman, Francis Ford Coppola
Fotografía: Mihai Mălaimare Jr.
Música: Osvaldo Golijov
Reparto: Adam Driver, Giancarlo Esposito, Nathalie Emmanuel, Aubrey Plaza, Shia LaBeouf, Jon Voight, Laurence Fishburne, Kathryn Hunter, Dustin Hoffman

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