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Si supieras lo que pasará dentro de dos minutos

Si bien algunas doctrinas religiosas, a través de ciertos modelos escatológicos, han descrito diferentes escenarios gráficos y literarios del futuro, en general, su objetivo es generar una profunda reflexión acerca del presente y poder así llegar a ese destino en las mejores condiciones posibles. Y aunque dichos escenarios, muchas veces apocalípticos, permean y persisten en el ideario colectivo contemporáneo, la realidad actual es que el concepto coloquial del futuro es más bien el de la física actual, muy a lo terrenal del individuo no versado en las ciencias teóricas, pero que lo concibe más o menos como una serie abierta e infinita de posibilidades, que siempre dependen de lo que en el presente se construye.

Partiendo de una simplificación de Einstein y su concepto del tiempo, podemos decir que el futuro y el pasado son idénticos en su naturaleza, es decir no existen más que en la mente del individuo y, así, el futuro no es susceptible de ser modificado, pues en realidad no existe aún. Sin embargo, bajo la premisa de que el futuro se construye con cada variable del presente y sus respectivas interacciones, de alguna manera, se podría decir que hay cierto margen sobre el que se puede predecir el desenlace que tendrán ciertos acontecimientos.

Es así como, en su infinita capacidad imaginativa y creativa, el ser humano ha experimentado con diferentes posibilidades de cambiar variables en el presente para obtener diferentes resultados futuros, principalmente, echando mano de los viajes a través del tiempo. Por supuesto, si se tiene cierta información concreta, será siempre más fácil decidir qué situaciones habrá de cambiar, ya que, a su vez, y como lo han mostrado los resultados en la literatura y posteriormente en el cine, pequeños movimientos en el presente pueden generar grandes cambios en un futuro, y de ahí la inmensa variedad de personajes, escenarios y condiciones en general de las que hemos disfrutado por años.

Sabemos que la novela La máquina del tiempo, de H.G. Wells, de 1895, no es la primera muestra de dicha posibilidad, sin embargo, sí fue la que popularizó el concepto, debido no solo a la extraordinaria descripción científico-mecánica de la máquina (lo que le daba una fuerte solidez), sino además por lo elaborado de la historia, en la que se muestra justamente cómo los grandes eventos futuros comenzaron como pequeños cambios en el presente. A partir de esta maravillosa novela, no ha faltado la creatividad para mostrar todos los alcances de los beneficios para la humanidad si esta conociera el resultado que tendrán nuestras decisiones del presente, lo que de alguna manera regresa al punto de partida de la escatología religiosa, al buscar generar una reflexión actual que lleve a modificar lo que, en el futuro, tendrá un desenlace poco favorable.

Así también, una vez que los elementos argumentativos han sido puestos a disposición de los creadores, la intervención en el presente con información del futuro ha dejado ver, también, los notables riesgos que conlleva el cambiar el curso de las cosas, entre ellos, la generación de las famosas paradojas temporales, tan mencionadas en la ciencia ficción. Cada historia ha buscado, de una u otra forma y con resultados más o menos satisfactorios, sortear toda esta gama de posibles futuros para encontrar diferentes modelos de intervención, lo que ha permitido, a los creadores, experimentar con diferentes variables en diferentes escenarios y así profundizar en la reflexión acerca de lo incierto del destino.

En el cine, gozamos de una inmensa gama de películas que abordan el tema, desde la sobrecogedora Terminator (James Cameron, 1984) hasta la complejamente hermosa Interstellar (Christopher Nolan, 2014), pasando por Primer (Shane Carruth, 2004) y Looper (Rian Johnson, 2012), todas ellas con diferentes modelos en forma y contenido, pero que en común comparten esa intervención en el presente de aquel que conoce detalles del futuro. Bajo esta óptica, el tratamiento argumentativo del viaje temporal y el flujo de la información desde el futuro suele contener dos elementos, por un lado, la ciencia que, de alguna forma, explica el fenómeno, que es o, por lo menos, intenta ser comprendida por sus protagonistas; y por el otro, el intento de dichos personajes por hacer cuadrar las piezas inter-temporales para encontrar un mejor resultado futuro, sorteando dilemas éticos y las posibles autoaniquilaciones.

Hay una lista de obras que, a pesar de seguir la premisa de la modificación del flashforward, llaman la atención, porque, de alguna manera, escapan a estos dos paradigmas argumentativos. Tales son los casos de Corre Lola corre (Tom Tykwer, 1998), Triangle (Christopher Smith, 2009), Coherence (James Ward Byrkit, 2015) o la bellísima El día de la marmota o Hechizo en el tiempo (Harold Ramis, 1983); en ellas nunca se persigue una teorización científica del fenómeno. El protagonista, que resulta ser todo menos un científico, lejos de hacer ciencia o intentar reconstruir tejidos temporales o evitar paradojas, más bien lo que trata es únicamente de sobrevivir y desenmarañar el bucle. Pero de esta lista, sobresale notablemente la increíblemente creativa obra de Junta Yamaguchi, Más allá de los dos minutos infinitos (2020), que propone una buena refrescada al género del viaje en el tiempo, mostrando una suerte de aventura-comedia dentro de un bucle temporal, como no se veía desde Bill & Ted´s Excellent Adventure (Stephen Herek, 1989). Solo que, en esta ocasión, el tratamiento formal es mucho más sólido, y la ejecución cinematográfica resulta impecable, logrando superar también el enorme reto de la necesidad de explicar las complejidades de la ciencia del tiempo, así como el de la confrontación de los personajes al clásico dilema de la peligrosísima interacción con sus alter ego del pasado.

El argumento es muy simple, el joven dueño de una cafetería, que vive en el piso superior, descubre que su pantalla de computadora está conectada con la pantalla del televisor de la cafetería, pero con dos minutos de retraso, es decir, en el monitor de su habitación puede ver lo que sucederá frente al televisor de abajo, pero dentro de dos minutos. En el proceso de asimilación de los increíbles hechos, su grupo de amigos, uno a uno, van descubriendo el extraño fenómeno y cada uno de ellos intenta, a su vez, ir asimilándolo por medio de simples e inocentes experimentos, como preguntarse a sí mismo, a través de la pantalla, la capital de Sri Lanka o solicitar a su alter ego del pasado que pida algún objeto para “hacerlo aparecer” dentro del bolsillo, habiendo ya previamente visto, dos minutos antes, a su alter ego futuro extraer el objeto solicitado.

La cosa se complica cuando uno de los chicos se las ingenia para extender el tiempo de visión intertemporal, colocando frente a frente ambos monitores, como si fueran dos espejos enfrentados, con lo que se logra tener imágenes de varios momentos en el futuro, cada vez más distante, pero siempre separados por dos minutos cada uno. Es así como los chicos del futuro les avisan a los del presente dónde encontrar cierto dinero escondido, lo que a su vez detona la intromisión de un agresivo par de mafiosos que resultan ser los dueños del efectivo y vienen a reclamarlo, capturando a la chica del protagonista. La verdadera aventura explota cuando, desde el futuro, reciben por ellos mismos y en lapsos de dos minutos de distancia, toda la información que les permitirá ir sorteando los peligros de confrontar a los matones, y así salir victoriosos.

Yamaguchi entrega su historia en un larguísimo plano secuencia de principio a fin, lo que aunado a una cámara inmersa en la acción y que acompaña a los personajes, realmente sumerge al espectador en un sólido presente, que contrasta claramente con los dos minutos del futuro (que también veremos siempre en plano desde ese sólido presente). Los encuadres nunca buscan la academia, por el contrario, es una cámara al hombro que, por momentos, se siente casi como en un plano subjetivo, todo reforzado por una iluminación de contrastes (la habitación en blanco, el exterior en negro, la cafetería en cálidos), pero siempre siguiendo esa naturalidad que se acerca más al documental que a la ficción.

El guion de Makoto Ueda no podía ser más atinado, pues toma en consideración que no todo espectador tiene doctorado en física y nos presenta el mecanismo de disociación temporal al nivel del jardín de niños, en conjunto con el protagonista y sus amigos, nos vamos sumergiendo en el bucle, de una forma tan natural que, de pronto, ya estamos entendiendo todo sin cuestionarlo. Las dudas que surgen en los jóvenes son exactamente las mismas que van surgiendo en el espectador, a lo que Yamaguchi responde con una impecable ejecución del plano, poniendo las respuestas del guion en nuestra pantalla  y visualizando, a su vez, la pantalla del futuro, casi como en una clase de la preparatoria en línea. Y  así, como en la escuela, conforme se comprende más el estado de las cosas y se familiarizan todos con los saltos temporales y los mensajes del futuro, el ritmo de la obra se va acelerando hasta alcanzar el clímax, en donde todo lo aprendido por esta especie de pantalla del futuro se aplica para salir bien librados de las manos de los captores.

Como toda buena historia de aventuras, contiene una ligera dosis de romance, que más bien es insinuado y sobreentendido, muy a la japonesa, pero a su vez, también incluye un nudo argumentativo, donde los personajes tienen que sacar valor y, a pesar de ser jóvenes de lo más normales, descubrir al héroe que llevan dentro. Finalmente, la historia se hace acompañar de un exquisito postre, en donde la visita de dos policías del tiempo, es decir, humanos que vienen de un futuro muy lejano, han detectado una anomalía y deben borrar la memoria de todos. Este último nudo, también sorteado con éxito, gracias a la espontánea creatividad de los jóvenes, sirve mucho más de pretexto para lanzar el mensaje de reflexión con el que cada aventura debe cerrar, especialmente las transtemporales, y ese es: que el futuro se hace cada día y que, en cada decisión, se puede conseguir mejorarlo.

Más allá de los dos minutos infinitos es una exquisita experiencia fílmica que se goza de principio a fin, no solo por su extraordinaria ejecución cinematográfica, sino por la frescura con la que es tratado el tema de los efectos de usar la información del futuro. Si bien queda corta cuando se compara con la elegancia y complejidad de los guiones de Primer Interstellar o el imponente montaje de acción de Terminator o Looper, no deja de ser muy poderosa en su objetivo, que es básicamente el mismo desde la siempre viva novela de H.G. Wells, a saber, el permitir que la ficción de los viajes temporales despierte una profunda reflexión acerca de la forma de vivir el presente.

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Una respuesta a «Si supieras lo que pasará dentro de dos minutos»

  1. No hablaron del film de jabu , el cual me parece una genialidad creativa de guión y dirección. El artículo es muy completo. Por cierto para entender la trama de interestelar hay que conocer de física cuántica , cosmología, astronomía y hasta un poco de teorías jungianas.

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