Críticas

Amor Mortis

Mi novia es un zombie

Otros títulos: Cemetery Man.

Dellamore Dellamorte. Michele Soavi. Italia, Francia, Alemania, 1994.

El límite del género en tanto parte de una red de elementos fijos es tal que, si lo cruzamos, podemos darnos cuenta de cómo lo trágico muchas veces se vuelve ridículo en poco tiempo. Necesitamos, entonces, una destrucción de aquellos pilares sobre los cuales se basan nuestras expectativas, derivadas estas de una larga historia de cánones y de reglas a los que nos referimos si nuestro objetivo es el de formar parte, con nuestra creación o con nuestra lectura, de lo preestablecido, de lo normal. No es, de por sí, nada negativo, ya que el género funciona en tanto conjunto de coordinadas que nos guían activa y pasivamente, sin que por esto nos resulte limitada la fruición. Ni se trata de esparcir las obras con elementos que nacen de su contrario: una broma en un momento de alta tragedia no siempre funciona. Es necesaria, entonces, la mente (y la mentalidad) perfecta, aquella capaz de trabajar en los límites y no solo entre ellos, dejando que el barco se mueva un poco a la derecha, un poco a la izquierda, pero produciendo la sensación de que no somos nosotros a movernos, sino el mundo que nos rodea.

Esta pequeña obra italiana, transposición cinematográfica de una novela de Tiziano Sclavi, creador de uno de los personajes más famosos en la península europea (aquel Dylan Dog que lleva siempre la misma ropa), intenta situarse en aquella zona muy delicada que pone de manifiesto lo grotesco que los filmes de horror, a veces sin darse cuenta, poseen. El cinismo de nuestro protagonista, un sepulturero cuya cara es la de Rupert Everett (la misma de Dylan Dog, en un juego de citaciones que se amontonan las unas sobre las otras), nos permite así desatarnos de la pesadez de un mundo que nos impide tener una vida normal y que nos empuja a dejar que los muertos bajen al centro de la tierra, tan solo por aquellos pocos centímetros que nos les regalamos bajo el suelo. Sin embargo, en esta ciudad del norte de Italia en la que Dellamorte Dellamore (un raro doble apellido italiano para nuestro anti-héroe, sin necesidad de traducción para los hispanohablantes) vive, los muertos no quieren descansar en sus ataúdes. La (segunda) muerte resulta entonces necesaria, ya que este mundo no les pertenece a los que hemos aprendido a llamar zombis.

Hablar de una historia precisa, en esta película, de una estructura clásica que nos ayudaría a conformar nuestras expectativas en relación a lo que ya forma parte de nuestro modelo cultural, todo esto serviría solo a perder tiempo y energías. La falta de una tripartición concreta, de un esquema bastante bien claro, denota aquí la voluntad de desengancharse de lo ritual, de lo solemnemente litúrgico en lo que se refiere a la narración, y de poner en marcha una serie de situaciones que funcionan como detonante de unas situaciones de inestabilidad psíquica y existencial de Dellamorte, situaciones que resultan tan caóticas como necesarias. El juego, entonces, es tal que la estructura, desnudada y desmontada, tiene que reformarse con lo que queda, como si se hubieran perdido las instrucciones y se hubiera optado por un “vamos a ver qué pasa si esto lo pongo aquí”. Una visión anárquica, sin duda alguna, que responde a la cuestión más seria de la falta de sentido en (o de) la vida. La absurdidad no es casual, aquí, sino causal.

Es por esta razón, quizás, que el producto final resulta ser tan capaz de atraparnos, como también de dejarnos una sensación de imposibilidad de saber lo que va a pasar en la siguiente escena. La imposibilidad de una descripción neutra y clara se espeja en la necesidad de no formar parte de ningún género si bien, al mismo tiempo, toma en serio su pertenencia al horror. Absurdo, por cierto, una contradicción interna que podría derrumbar cualquier obra menos inteligente, pero perfecta, aquí, como explicación de un producto que, en su alma grotesca, logra hablarnos más directamente de la vida y de su falta de sentido. Los muertos vivientes vuelven a la vida, pero no se sabe por qué, mientras que los vivos parecen tener menos ganas de preguntarse qué es lo que les permite decir que, sí, ellos todavía tienen un corazón que late. El amor y la muerte, entonces, partes integrantes de una concepción de la vida que nos persigue hasta en nuestras horas de descanso, no son otras cosas que elementos vacíos, sinsentidos materiales de la estructura abstracta de nuestra existencia.

Comparte este contenido:

Ficha técnica:

Mi novia es un zombie  / Cemetery Man (Dellamore Dellamorte),  Italia, Francia, Alemania, 1994.

Dirección: Michele Soavi
Duración: 100 minutos
Guion: Gianni Romoli (basado en la novela de Tiziano Sclavi)
Producción: Tilde Corsi, Gianni Romoli, Michele Soavi
Fotografía: Mauro Marchetti
Música: Manuel De Sica
Reparto: Rupert Everett, François Hadji-Lazaro, Anna Falchi

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.