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La mujer en el cine ecuatoriano

Mujer en el cine ecuatorianoHablar de la mujer como tópico en una naciente industria cinematográfica como la ecuatoriana obliga de algún modo a comprender que vivimos en una época en la que aunque parece que los roles ya no pertenecen a lo femenino o lo masculino, tenemos todavía una televisión que atenta día a día contra la igualdad de género, por no decir que promueve un trato denigrante hacia la mujer. Nuestra programación regular caracteriza a los personajes femeninos desde dos polos: el servilismo y la seducción.

Frente a este espectro el cine ecuatoriano contemporáneo, o mejor dicho, muchas de las películas ecuatorianas de ficción y documentales nacionales se han construido, con o sin intención, a partir de la renovación, reivindicación, reconstrucción de la mujer como personaje, como símbolo, como tema.

Tenemos una historia breve, de los últimos diez años, en la que las mujeres han sido en gran medida las protagonistas del cine nacional. Empieza todo con un grupo de productoras, directoras e historiadoras que ponen los cimientos para un momento como este en el que el cine ecuatoriano ha crecido en un 300%[i], solo en lo referente a la producción fílmica y tiene además festivales de cine consolidados, archivos patrimoniales y proyectos de investigación, salas de cine alternas y escuelas de cine formadas y todo tipo de proyecto audiovisual conformado ampliamente por mujeres.

Nos interesa primero abordar el tema de la mujer en el cine ecuatoriano en relación a los oficios, antes que a las historias del cine, porque vale destacar que en nuestro país los procesos, para llegar a lo que ahora tenemos, han sido largos, complejos y rudimentarios. Pero siempre, y desde los inicios, las mujeres han encontrado en los ámbitos laborales del cine un entorno de igualdad, en el que no han sido discriminadas, ni relegadas. Las mujeres se han desempeñado en áreas creativas, técnicas, artísticas y administrativas en igualdad de condiciones con los caballeros. Y lo mismo ha sucedido en la política y la gestión cultural.

dossier cine ecuatorianoEste cine de hoy se pavimenta con los esfuerzos de mujeres míticas como la productora Mariana Andrade, conocida entre los del gremio como ‘La Comandante’. Fundadora de la primera y casi única sala de cine alternativo del país, a la que mantiene y sostiene en medio de un apabullante crecimiento de las salas comerciales. Andrade ha producido una serie de largometrajes, entre ellos uno muy particular, Blak Mama (2009), obra de realismo fantástico que se inspira en una mujer que busca que “sucedan cosas”.  Wilma Granda, treinta años dedicada a la preservación del patrimonio fílmico en un país en el que la memoria audiovisual ha sido poco menos que invisible. Su trabajo ha despertado la conciencia y uno de sus libros, La cinematografía de Augusto San Miguel, ha traído pistas sobre la historia del cine ecuatoriano y sus inicios en los años veinte. Lisandra Rivera I., productora y documentalista, se ha dado modos para levantar una serie de películas de ficción, al mismo tiempo que uno de los festivales de cine documental más importantes de Sudamérica, los Encuentros del Otro Cine EDOC y sus propias películas, dos testimonios históricos relevantes para la historia del país: Problemas personales (2002), sobre la inmigración ecuatoriana a España y su más reciente obra, La muerte de Jaime Roldós (2013), película importante que trae luces sobre la muerte de un presidente ecuatoriano en una época oscura para toda América Latina, ambas codirigidas con su compañero, Manolo Sarmiento.

mujer_cine_ecuatoriano2En referencia a la responsabilidad histórica y política que recae sobre los audiovisuales, una vez más nos referimos al caso de la televisión como un espejo empañado en el que nos hemos visto deformes, minimizados y caricaturizados como sociedad en los últimos veinte años. El cine, por su parte, ha propuesto nuevas lecturas posibles, ha reabierto expedientes, ha contado aquello que las historias oficiales apenas han dejado ver. Trascendente es el caso de la directora Fernanda Restrepo, una mujer que desde la tragedia familiar y su cine, pudo con su película Con mi corazón en Yambo (2011), contarle al país la historia de dos jóvenes desaparecidos en manos de la policía del Ecuador. Sus hermanos, dos chicos cuya desaparición ha sido una de las historias más conmovedoras insólitas y macabras en los últimos veinticinco años en el país, se convierten gracias a este valiente documento histórico en una bandera de lucha contra la violación de derechos humanos y la impunidad.

La cineasta Carla Valencia, hace su parte en el documental Abuelos (2010), una construcción de la genealogía familiar atravesada por el amor, pero también por la muerte, cuando recupera uno a uno los vestigios de su abuelo paterno torturado y desaparecido en la dictadura militar chilena.

Yanara Guayasamín, la pionera del cine documental contemporáneo en el Ecuador, nos conduce con su obra De cuando la muerte nos visitó (2002) al reconocimiento de las tradiciones y los ritos de nuestra tierra. La muerte de su padre, el pintor Oswaldo Guayasamín, la conduce a encontrar algún sentido al dolor en el encuentro con lo ancestral. Su obra viaja en el tiempo hasta ponernos de cara a nuestra cultura prehispánica. El pretexto personal se conjuga con la necesidad de abrirnos los ojos frente a unas raíces que ignoramos por completo y que nos definen sin saberlo, de un modo muy particular. Guayasamín es una artista que vive su obra, que documenta procesos de largo aliento y revive visualmente utopías de todo un continente como sucede con su película Cuba, el valor de una utopía (2009).

Pasamos a la ficción y reconocemos en la directora y guionista Tania Hermida a una de las mujeres icónicas en el cine ecuatoriano de la última década, sus películas Qué tan lejos (2006)  y En el nombre de la hija (2011), además de ser esencialmente femeninas en su visión del mundo, han sido abanderadas del Ecuador internacionalmente. Qué tan lejos es hasta hoy la película ecuatoriana más taquillera que se ha hecho y que más tiempo se ha mantenido en cartelera comercial. Además, ha viajado tanto a países tan distantes y a públicos tan diversos que ha abierto una serie de posibilidades para el cine nacional de ficción. La importancia de la trayectoria de Hermida tiene relación también con el hecho de haber producido su ópera prima en un momento en el que no existía ningún tipo de fomento al cine. Apenas en 2006, después de estrenada Qué tan lejos, se aprobó la primera Ley de Cine en el Ecuador, que es la misma que está vigente hoy y gracias a la que existe un Consejo Nacional de Cinematografía y un Fondo de Fomento.

La directora, que más tarde incursionara en la política, se involucrara en los debates para las leyes de cultura y ofreciera asesoría a la primera universidad estatal de cine y artes (que empezará a funcionar desde este año) ha estado en la mira de todos los actores culturales en el Ecuador luego de hacer una road movie en la que dos mujeres viajan por el Ecuador, país extraño, un poco ridículo y pintoresco y de contrastes sociales y de género criticables. En una metáfora de un país vacío de personas, de acontecimientos y de sentido, las mujeres encuentran en sí mismas la fortaleza para seguir el camino, rebelándose frente a su supuesto rol en la sociedad. Tristeza o Teresa, el personaje protagónico es la rebelde por excelencia que deja en claro que una mujer puede, aunque esté confundida, poner el punto final de la historia donde “le dé la gana”.

En la segunda película de Hermida En el nombre de la hija, el sentido de liberación, independencia y solvencia intelectual está encarnado por Manuela, una niña que defiende el derecho a saber leer, a no diferenciar las clases sociales, a no excluir a los seres distintos y a la posibilidad de tener un nombre en el que esté contenida la esencia de ser una misma.

Esas no son penasPor otro lado está la directora, actriz y guionista, Anahí Hoeneisen, que retrata a una generación de mujeres que prácticamente ha perdido la guerra contra la rebeldía y se enfrenta a las pequeñas batallas cotidianas por superar la fragilidad de los lazos humanos. Hoeneisen, junto al codirector, Daniel Andrade, ofrecen en su ópera prima Esas no son penas (2007) una mirada sincera a la clase media citadina y a la crisis de madurez e identidad de un grupo de mujeres aisladas en una ciudad sobre la que cae la niebla y esconde todo lo que se podría sentir, pensar o decir, pero queda flotando en el aire.

En general, podemos ver en el cine ecuatoriano contemporáneo bastante justicia hacia los personajes femeninos, retratados  por hombre o mujeres. En los últimos años, se aprecia una consistencia en la creación de protagonistas, heroínas o no, que viven de acuerdo a su generación, su edad, sus necesidades y su historia personal. Sean mujeres glamorosas o conflictivas, roqueras, punkeras o dealers, madres de familia o estudiantes universitarias existe casi siempre un trato honesto, claro, verosímil, y ante todo, lejano a la reproducción de roles estereotipados o machistas.

Lucía (Leovanna Orlandini) en Mejor no hablar (de ciertas cosas), de Javier Andrade (2013)  aparece frívola, perfecta y bella, en medio de un mundo que se derrumba a su alrededor. Aurora (Anahí Hoeneisen) en La llamada, de David Nieto (2012), es una madre aturdida por los cientos de malabares que debe hacer para cumplir con su trabajo, cuidar de su hijo, su perro, su hermana y su madre, mientras circula por una ciudad caótica en un auto dañado. Antonia (Paulina Obrist) en Sin otoño, sin primavera (2012), de Iván Mora, es una “gozadora” completamente desenfadada, mujer fatal, rota por dentro. Jessica (Cecilia Vallejo) en Impulso (2009), de Matero Herrera, está sola, es diferente, se aleja y descubre en lo sobrenatural el único contacto posible con lo humano.

Lo más relevante de este recuento es que la enumeración de personajes femeninos en sus entornos y con su problemática, así como la de productoras, guionistas, directoras, actrices, iluminadoras, fotógrafas es cada vez más extensa e importante. La industria del cine ecuatoriano, que según muchos debates, no se puede considerar aún como tal, sino apenas el quehacer cinematográfico o cada película como un hecho independiente, que agrupa poco a poco a varios gremios, es de cualquier modo imitable como un espacio de trabajo igualitario y como una práctica artística liberada de los clichés.


[i] Desde 2007 hasta 2013 se han estrenado 24 filmes (11 de ficción y 13 documentales), según estadísticas del CNCine (Consejo Nacional de Cinematografía).

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3 respuestas a «La mujer en el cine ecuatoriano»

  1. «Pero siempre, y desde los inicios, las mujeres han encontrado en los ámbitos laborales del cine un entorno de igualdad, en el que no han sido discriminadas, ni relegadas. Las mujeres se han desempeñado en áreas creativas, técnicas, artísticas y administrativas en igualdad de condiciones con los caballeros. Y lo mismo ha sucedido en la política y la gestión cultural».

    Este párrafo demuestra cierta mirada paternalista hacia el cine. Como si éste estuviese permeado contra el discurso patriarcal. Como si los privilegios de clase de quienes han hecho cine tradicionalmente en el Ecuador hubiesen «civilizado» el arte ecuatoriano que «inconscientemente» ha roto la focalización masculinista. Creo que falta rigurosidad en estas aseveraciones.

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