Reseñas de festivales 

Juana a los 12

Juana a los 12Una de las actividades ofrecidas a los espectadores del Bafici es votar los films que compiten, independientemente de la premiación oficial. De ello resulta que la segunda película de la Competencia Argentina más votada fue Juana a los 12, ópera prima de Martín Shanly. Lo cierto es que la sensibilidad y el buen pulso del joven director se hicieron sentir como una futura promesa.

El film narra la historia de Juana, una joven preadolescente, que asiste a un colegio bilingüe de clase media alta, donde no logra adaptarse. Su bajo rendimiento es transmitido por los docentes de la Institución a la madre de la niña, quien tampoco sabe qué le pasa. Juana es una joven callada, solitaria, con la mirada perdida, que se distrae en clase, habla en voz baja y tiene pocos intereses que la hacen sonreír: su amiga Luana, su compañero Torcuato y una fiesta de disfraces, a la que desea asistir.

La cámara sigue a Juana de cerca, registra su cotidianidad, subraya la falta de diálogo con su madre, la cual se ocupa de llevarla a cuánto médico y tratamiento exista para que levante sus notas. Pero Juana no tiene los mismos intereses que el resto de los chicos, no responde a lo esperable y debe hacer frente a los mandatos sociales y familiares.

El film se construye con pequeños episodios durante las horas de clase en inglés, los recreos, la demanda de sus docentes, los viajes hasta el colegio en el auto de su madre, las visitas a la terapeuta, etcétera. Se muestra el colegio perfectamente organizado, donde no hay espacio ni posibilidad para apartarse del camino. Las imágenes de los chicos uniformados presentan una igualdad aparente y tremenda. Los adultos que integran ese espacio se muestran limitados en su capacidad para entender al otro, como si lo óptimo fuese esa clase de estandarización de los seres.

El relato omnisciente va desprendiendo pequeñas acciones que nos acercan a la personalidad de Juana, principalmente en dos escenas: una de ellas transcurre cuando su madre, al pintar platos de cerámica, le pregunta si le gustan, a lo que Juana responde negativamente porque son demasiados lindos y perfectos. La otra instancia sucede en casa de su maestra particular, una mujer directa y frontal que intenta ayudarla y despertarla de ese entorno. Allí hay muchos cuadros sobre las paredes o entre las repisas y la niña se interesa por el óleo La Venadita, de Frida Kalho. Su elección no es casual, el interés que le despierta, tampoco. Es una pintura cargada de simbología, dolor e incomprensión.

Martín Shanly esboza tímidamente el entorno social y familiar de la joven, dentro del cual no hay lugar para las diferencias, o mejor dicho, para alguien distinto. El director supone, pero no dice directamente, prefiere manejarse con sutilezas a lo largo de todo el relato. El tratamiento de las imágenes logra un tono intimista y cálido sobre seres alienados y moldeables bajo una misma receta, por lo menos eso es lo que intenta decir el gran silencio del rostro de Juana en su ardua tarea de crecer.

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