Críticas

Madre no hay más que una

Lamb

Valdimar Jóhannsson. Islandia, 2021.

El cine islandés, en los tiempos recientes, ha pasado de ser un perfecto desconocido a exportar más allá de su frontera pequeñas producciones que nos acercan e instruyen acerca de su idiosincrasia. Los argumentos que sus responsables trasladan a la pantalla grande acontecen preferentemente en dos ámbitos casi exclusivos. La ciudad o el entorno rural son los sitios preferidos para ubicar sus inquietudes. Aunque, será por casualidad, el campo, la naturaleza, los espacios abiertos, los personajes agrestes y el mundo de los campesinos y ganaderos, con sus problemas y tensiones soportadas, aparecen con más asiduidad y solapan los conflictos que puedan desatarse en zonas urbanas.

Los programadores de los principales festivales de cine están fomentando su acercamiento y reforzando su presencia. También es verdad que mucho del material que llega a través de los certámenes internacionales recoge del caladero islandés las piezas más puntuales y sobresalientes. Prueba de ello fue el gesto de la Seminci de Valladolid que en su 62 edición, además de proyectar 17 títulos de su joven (el grueso de los realizadores están por debajo de los 50 años) cine  que se rueda en la isla, publicó como complemento un exhaustivo libro que analizaba las características básicas de su tendencia.

Gracias a este valioso empeño como a otras entusiastas iniciativas, hemos ido conociendo a cuentagotas algunos significativos filmes que en líneas generales han dejado huella de la variada colección talentosa de miradas y perspectivas que bulle en Islandia. Traigo a este texto dos ejemplos (hay más) que han gozado del criterio y atención del público y de los informadores cinematográficos. El valle de los carneros (Rams, Grimur Hákonarson, 2015) y La mujer de la montaña (Benedikt Erlingsson, 2018) son dos estupendos logros, de distingo signo, que lograron auparse a las carteleras de varios países y que nos alumbraron con guiones que dialogaban sobre sus propios asuntos pero desde una formulación narrativa universal.

Siguiendo esa estela y sin perder de vista esas frías y lejanas tierras, conmociona y provoca desasosiego y azoramiento Lamb (2021), uno de los últimos éxitos de la cinematografía islandesa, ópera prima del realizador Valdimar Jóhannsson. La película se exhibió en el imprescindible festival de Cannes, en su sección Una Cierta Mirada, donde obtuvo el Premio a la Originalidad. Todo un importante cuño en un marco de garantías excepcionales. En el certamen de Sitges estuvo en su sección competitiva. El jurado internacional no dudó en concederle el galardón a la Mejor Película y el premio a la Mejor Actriz para su protagonista, la actriz, Noomi Rapace. Con estos galones y el runrún extasiado de críticos y aficionados, había elevadas expectativas para visionar este primer trabajo. Y, a mi modo de ver, la previsión estaba fundada.

El cineasta apuesta por el género fantástico para elaborar su primera apuesta. Valdimar, técnico en otras producciones, sobrado de recursos expresivos, nos introduce en un ambiente y atmósfera inquietante. Un aspecto artístico trabajado de manera minimalista. La sencillez e imaginación se expansionan cuando creador, en su afán visual no contaminado de efectos consigue cotas de perturbación de firme consistencia. Y lo lleva a cabo con una serena y cadenciosa puesta en escena, de estilo clásico y planificación cartesiana. Abundando en situaciones cotidianas pergeñadas con sobresaltos acústicos y visuales. Fotografía y partitura musical ayudan mucho y bien para construir sensaciones que generan intranquilidad pese al tono de aparente normalidad. Desazón lograda, también, por las condiciones geográficas de las localizaciones en las que se desarrolla la acción, un espacio acotado, cerrado a extraños. Un lugar en medio de la nada, rodeados de montañas y con la climatología hostil propia del terreno donde acontece un hecho insólito y desasosegante que alude, sin embargo, a cosas de la vida. De asuntos prosaicos, normales y corrientes, tan afines al ser humano como el trabajo y, sobre todo, el ansia maternal. Un planteamiento afectivo y sentimental, propio del melodrama, conducido derroteros importados del misterio sobrenatural para encontrar en el terreno de la alegoría y la simbología las claves del tormento de una familia de granjeros consumidos por su falta de descendencia.

María (Noomi Rapace) y su marido, Ingvar (Hilmir Snaer Guonason), forman un matrimonio que tienen en un lugar aislado una explotación ovina. Son muy trabajadores y dedican mucho tiempo y esfuerzo al cuidado y atención de sus animales. Pero después de años de casados y media vida entregada a las exigencias de la granja quieren ser padres pero el cuerpo es esquivo.

Sobre esta premisa, a simple vista, rutinaria y convencional, el realizador y guionista  teje, con admirable dominio, una extraña y asombrosa fábula acerca de la infertilidad y sus traumas. Para ello estructura su idea en tres capítulos sin epígrafe que aborda el inconveniente de la no creación conduciéndolo hasta el extremo más radical.

Las primeras imágenes entrelazan la cotidianeidad de la pareja atentos a sus costumbres más normales (jugar a las cartas, disfrutar del balonmano) con planos escalofriantes de los carneros de su propiedad. Sin recurrir al espanto y solo con el inserto de un macho cabrío que resopla con aliento amenazador, el cineasta subvierte el remanso de paz y altera, y de qué manera, el significado de la propuesta. Incluso es lícito imaginar el advenimiento de un aquelarre si se hace una lectura extravagante o llevar la tesis hacia una brutalidad surgida del deseo y del subconsciente. Todo es posible.

El espectador tiene ocasión de esgrimir sus teorías. La inclusión de la historia en el fantástico, descarto el terror, la lleva a una configuración emocional de gran calado e impacto. Una oveja expulsa una criatura, mitad bicho mitad humana. El recién llegado se incorpora a la familia como el vástago deseado.

A partir de aquí se desgrana una rivalidad de psicologías y temperamentos. María asume su responsabilidad como una madre que no admite la competencia de nadie y pone en marcha todo su carácter e instinto maternal para defender al ser que ha acogido pese a su monstruosidad. Ingvar recela pero al final se define como un padre ortodoxo y amoroso.

La plácida existencia no podía ser total. Se tensiona la situación. La inesperada irrupción de Pétur, el hermano de Ingvar, parece que va a friccionar el equilibrio. Pero los giros en el tercio final llevan el largometraje a un colofón inusitado y violento. Propio de la estirpe del género y la inteligente utilización de sus elementos que sobrecogen y aturden a partes iguales. Razones estilísticas y visuales para forjar una película emocional y sugerente a la vez. Que nos deja instantes colosales e imágenes sin resuello. Con el añadido de fomentar la divagación y el debate.

Tráiler:

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Ficha técnica:

Lamb ,  Islandia, 2021.

Dirección: Valdimar Jóhannsson
Duración: 106 minutos
Guion: Sjón Sigurdsson, Valdimar Jóhannsson
Producción: Coproducción Islandia-Suecia-Polonia; Black Spark Film & TV, Film I Väst, Go to Sheep, Madants
Fotografía: Eli Arenson
Música: Þórarinn Guðnason
Reparto: Noomi Rapace, Hilmir Snær Guðnason, Björn Hlynur Haraldsson, Ester Bibi, Ingvar Eggert Sigurdsson

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