Críticas

Cambio de imagen

El rostro de la medusa

Melisa Liebenthal. Argentina, 2022.

No tengo para ver sólo los ojos
Héctor Viel Temperley

Cartel de la película El rostro de la medusa“El rostro está en lo alto del cuerpo, en la parte delantera, es la parte noble del individuo; principalmente, es el lugar de la mirada. Lugar desde donde se ve y desde donde se es visto a la vez, razón por la que es el lugar privilegiado de las funciones sociales –comunicativas, intersubjetivas; expresivas, lingüísticas–, pero también soporte visible de la función más ontológica: el rostro es del hombre”(1). (Aumont, 1997: 18)

La cita, perteneciente al libro El rostro en el cine, permite introducir aspectos temáticos que tendrán lugar en El rostro de la medusa, la nueva película de la realizadora argentina Melisa Liebenthal (Las lindas; Constanza, y Aquí y allá), exhibida dentro de la Competencia Internacional de la 37° Edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, por la que obtuvo el premio compartido a mejor Dirección junto a la realizadora Ana García Blaya, por La uruguaya.

Desde las primeras imágenes, el conflicto se presenta sin preámbulos: Marina (Rocío Stellato) amaneció con su rostro cambiado de manera sorpresiva. Acude a diversos médicos, sin que ninguno encuentre explicación a su problema, ni tampoco suministran un tratamiento eficaz que le permita volver a ser la que era. Refugiada en la casa de sus padres, revisa fotos, comparando su imagen anterior con la del presente, y observa álbumes familiares para hallar el parecido genético de alguien de su entorno, aunque por más no sea, donde pueda sentirse reflejada. Absorta y desconcertada ante su nueva imagen, se mantendrá a resguardo de quienes la conocen hasta hallarse con su nueva identidad.

La metamorfosis kafkiana interpelará a la protagonista frente al espejo y ante la vida, que parece resetearse con la pérdida de sus rasgos. Sin duda, la falta de percepción de sí misma –al tener otra cara– y de quienes la rodean, afectará las funciones sociales y ontológicas a las que hace referencia Aumont.

La incógnita que envuelve al relato pondrá en diálogo el enigma inicial con otros géneros: el humor y el absurdo, y también el documental que se intercala entre las escenas. La realizadora contrapone la situación de Marina con el registro de animales en varios zoológicos del mundo, haciendo énfasis en la variedad de su morfología racial (pelaje, color, tamaño, raza) como en el rostro que los define para ser nombrados como tales. Sin embargo, lo que más le llama la atención de otras especies acuáticas, es que no tienen la posibilidad de ser nombradas e identificadas. Es el caso de las medusas, a la que hace referencia el título, al carecer de un rostro y una mirada que las diferencie de otros. Todas flotan en el agua, formando un conjunto de iguales, sin poder individualizarse. ¿Qué implica esa uniformidad, en relación a la heterogeneidad de los otros? ¿Solo somos a través de un rostro? ¿Cómo incide la mirada ajena en la construcción del yo?

Alejándose del formato documental que caracterizan sus trabajos anteriores, El rostro de la medusa se diferencia de películas que han abordado el tema de la transformación física y psíquica como Cambio de cara (1997), de John Woo; Este cuerpo no es mío (2002), de Tom Brady, y La piel que habito (2011), de Almodóvar, entre muchas otras, por el tono reflexivo y hasta cuasi científico propuesto por Liebenthal.

El rostro de la medusa, fotograma

El uso ficcional le permitió a la realizadora, entre otros recursos estilísticos, utilizar cierta retórica discursiva en torno a la libertad que le otorga a su protagonista, luego de reaccionar frente a sus nuevas facciones. Marina, a sus treinta años, aprovecha la oportunidad de jugar a ser otra. Un acto que posibilita el revelarse frente a la construcción del sujeto social que representamos. Escapar de nosotros mismos, del rostro y cuerpo que nos identifica, se transforma en el modo de desafiar la imagen, los modelos y la estructura impuesta por la sociedad.

Planteada como una fusión entre ficción y documental, el uso del lenguaje digital y la intervención de las imágenes generan cierta extrañeza formal que la asemeja al ensayo cinematográfico. Un rasgo ambiguo y experimental que diluye un comienzo que resultó más atrapante, derivando hacia la reflexión sobre el poder de la imagen, la construcción de la identidad y del peso de la mirada –propia y externa–; temáticas que ya fueron abordadas en su documental Las lindas (2016).

Singular, atrevida y desafiante, El rostro de la medusa es un ejercicio constante sobre la observación y la verdad detrás de esa máscara que tenemos por rostro. Anteponiendo preguntas sin respuesta, Melisa Liebenthal presta sus propias imágenes a la protagonista para abordar la complejidad de vivir sin el peso de la imagen que edificamos y nos representa. La película parece proponer al espectador el desafío de anteponer la esencia que nos habita para librarnos de la condena de esa máscara; intentar poner en práctica la idea de valernos más allá de un rostro, de una mirada, como las medusas que viven entre iguales con su andar liviano y despreocupado por el agua.

  1. Aumont, J. (1997). El rostro en el cine. Barcelona: Paidós Ibérica.
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Ficha técnica:

El rostro de la medusa ,  Argentina, 2022.

Dirección: Melisa Liebenthal
Duración: 75 minutos
Guion: Agustín Godoy, Melisa Liebenthal
Música: Música: Inés Copertino
Reparto: Rocío Stellato, Vladimir Durán, Camila Toker, Roberto Liebenthal, Irene Bosch, Federico Sack, Alicia Labraga

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