Críticas

Slacking off

Clerks

Kevin Smith. EUA, 1994.

“Lavorare stanca” (trabajar cansa), decía el escritor suicida Cesare Pavese, quien tuvo una vida bastante difícil en la que el éxito no logró ayudarlo a que sintiera cierto amor por el hecho de seguir respirando. Sin embargo, este cansancio se debe a que, efectivamente, casi nadie quiere vivir sudando una y más veces simplemente por tener que comprar algo de comida con el sueldo que se nos concede cada fin de mes, un sueldo con el cual podemos también pagar las facturas, los vestidos (no podemos caminar desnudos por las calles, como hacían nuestros antepasados cuando las calles mismas no existían), la gasolina (o lo que sea), hasta darnos cuenta de que quizás nos serviría un poco más de este dinero si bien no tenemos ningunas ganas de hacer un esfuerzo mayor para que la cifra final suba de nivel. Es un cansancio humano, natural, debido a que a veces lo que sí nos gustaría hacer es pasar nuestro tiempo haciendo cosas placenteras, como jugar (con nuestros amigos, con nuestros hijos) o ver un filme; demostrar, en otras maneras, que el nihilismo de esta sociedad no es una visión así negativa, sino el darse cuenta de que, al fin y al cabo, nuestra condición de esclavos laborales es algo del que cada uno de nosotros querría deshacerse.

Esta singularidad humana, la pérdida de una voluntad de tener éxito y el querer vivir dejándose llevar por la corriente (de qué río o viento es otra cuestión) es lo que está en la base de la primera obra de Kevin Smith, en la cual la fuerza de atracción de una tienda americana en la que trabajan nuestros dos protagonistas hace que se amontonen una serie de eventos de carácter ánarquico y caótico. El resultado es una explosión de divertimiento que pone en marcha una sensación de inutilidad de la vida que, por supuesto, nos permite apreciarla mucho más, en este juego de relaciones interdependientes que se establecen entre los diferentes personajes. La absurdidad de nuestra existencia, de hecho, se relaciona con la falta de proyectos para un futuro que parece existir en tanto elemento neutro, cansado, él también, por una repetición de movimientos todos similares, parecidos, como las caras de los clientes que se apilan durante los días todos iguales, incapaces de cambiar. Nada metafísico, por supuesto, sino la revelación ordinaria de una situación de agotamiento de la que, quizás, todos nos hemos dado (o nos estamos dando) cuenta en nuestras mismas vidas.

Es así que Dante Hicks y Randal Graves se sitúan en el imaginario común gracias a unas caracterizaciones (y actuaciones, por supuesto) que subrayan por un lado su normalidad y por el otro sus particularidades. En estos elementos de anonimidad y de singularidad es entonces donde todo el filme confluye y se abre para que nos reconozcamos en cada detalle, demostración esta de la consistencia intelectual de Kevin Smith. Cada engranaje de esta película funciona en tanto evento de un guión con una narración perfecta, eventos de los cuales podríamos también deshacernos; es un desafío, entonces, el del director/guionista, quien esconde detrás de una estructura episódica superficial un sentimiento más profundo sobre la arquitectura de un arco narrativo y personal que se desmorona completamente hacia el final, demostrando la inutilidad de lo ocurrido y, por esta razón, su belleza en relación a lo liviana que es la existencia.

Descarada, majestuosamente llena de palabrotas, esta obra encarna la visión que tenemos de Smith y de todas sus siguientes películas, divididas entre la voluntad de dejarnos reír y la necesidad de abrirle paso a un diálogo sobre nuestras mismas existencias, descubriendo la simplicidad y la superficialidad de estas sin que, por esto, caigamos hacia las simas de un nihilismo universal. Comedia, entonces, o algo más sublime, que se encamina en dirección de querer dejarse el mundo atrás, con sus problemas, y desmitificar al ser humano gracias a la presencia de protagonistas minúsculos, casi sin importancia alguna. Exactamente como nosotros, con nuestras vidas, con nuestros trabajos que odiamos, y con aquel cansancio existencial que supone, a veces, la absurdidad de darle mayor peso a lo que, en definitiva, es algo totalmente superficial. Como con el número 37.

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Ficha técnica:

Clerks ,  EUA, 1994.

Dirección: Kevin Smith
Duración: 92 minutos
Guion: Kevin Smith
Producción: Scott Mosier, Kevin Smith
Fotografía: David Klein
Música: Benjie Gordon
Reparto: Brian O'Halloran, Jeff Anderson, Marilyn Ghigliotti, Jason Mewes, Lisa Spoonauer

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