Críticas

Inicios y finales

Vivir deprisa, amar despacio

Plaire, aimer et courir vite. Christophe Honoré. Francia, 2018.

El autor francés, Christophe Honoré posee una larga trayectoria, tanto en la dirección de largometrajes como en el mundo de la literatura, en el que ha escrito numerosas novelas para jóvenes y adolescentes. Su última película, Vivir deprisa, amar despacio, compitió en la Sección oficial de largometrajes en el Festival de Cannes y consiguió en el de Sevilla el galardón de mejor actor para sus dos protagonistas, Vicent Lacoste y Pierre Deladonchamps. 

Christophe Honoré nació en 1970. Dicha fecha le marcaría. A algunos de sus ídolos cineastas o escritores, no pudo conocerlos por muertes prematuras. Fallecimientos, muchos de ellos a causa de la plaga de los noventa, el sida. Además, la fatalidad impidió redondear o rematar trayectorias de valor incuestionable.

En este filme, Honoré rememora la década de los noventa en sus primeros años, situándose esencialmente en París y Bretaña. El intérprete Pierre Deladonchamps encarna a Jaques. Se trata de un hombre de treinta y cinco años (maduro entonces), escritor, homosexual y enfermo de sida. Todavía le queda aliento y fuerza física para seguir con devaneos sexuales, ocuparse de su hijo pequeño o relacionarse con la madre del menor. También deja espacio para cultivar amistades e incluso permitir enamorarse. Arthur, interpretado por Pierre Lacoste, es un joven de 20 años que reside en Bretaña y  disfruta con la lectura. Aun teniendo clara su orientación, todavía se relaciona sexualmente con mujeres. Y se encuentra confuso por su futuro, que alberga pocas posibilidades de desarrollarse fuera de provincias. Mientras tanto, tiene desatendidos los estudios y participa como encargado en un  campamento de verano para niños. Pero se encuentra inquieto. Desea ampliar mundo, quizá rodar una película… La vida de ambos personajes, de Jaques y de Arthur, se cruzarán, para acabar con un final acelerado por la relación.

Casi hemos empezado por el final, pero consideramos que es lo mejor de la obra. Un remate al que no estamos acostumbrados en esta temática, con esa enfermedad ya no tan terrible, llamada sida. Pero si  nos retraemos algunas décadas, no muchas, además de mortal, muchos la consideraban como una plaga enviada por el demonio a un grupo muy específico de pecadores. Una homofobia que todavía permanece latente en amplios sectores de la sociedad. Basta con recordar, en la misma Francia, cuando miles de individuos ocuparon las calles para oponerse al matrimonio gay. 

La película sigue de forma paralela la vida de los dos protagonistas. La coincidencia de sus encuentros, a mitad o a término, de forma física o más profusamente, por vía epistolar o telefónica. Esos encuentros irán desgranándose a lo largo de todo el filme, mostrando probablemente a un único personaje en dos etapas de la vida, su juventud y su existencia como adulto. Estamos, ya lo habrán adivinado, frente a una realidad mezclada con la ficción, en donde se entrecruzan elementos autobiográficos y escenas inventadas por el propio guionista, el mismo Cristophe Honoré. Un modo de afrontar carencias y revivir historias propias que recuerda a la última y maravillosa película de Pedro Almodóvar, Dolor y gloria (2019).

Mientras ocurre todo lo anterior, a la cámara no le importa detenerse los minutos que hagan falta en plano fijo, con una escena, ya viendo y escuchando el diálogo entre personajes o saboreando una canción, dando en todo caso preferencia a la diégesis. Precisamente, la banda sonora se presenta poderosa, correspondiente a la época retratada o clásica, como Prefab Sprout, Massive Attack, Cocteau Twins o la ópera Ariodante de Georg Friedich Händel.

En todo este recorrido, visitamos la ciudad de París y lugares emblemáticos de la urbe como la Brasserie Lipp, el Café de Flore o alguno de sus famosos puentes. La recreación se presenta muy correcta. Por cierto, ¿en los noventa se llevaban unos cascos tan grandes para oír nuestras canciones favoritas en los reproductores portátiles de turno? Mientras tanto, vemos transcurrir un breve periodo en la vida de nuestros personajes, un final y un arranque que conmueven por momentos. En otros, queda el poso de haber sido ya visto. Imposible no rememorar las recientes propuestas galas sobre la homosexualidad y el sida. Entre ellas, 120 pulsaciones por minuto (120 battements par minute), del realizador Robin Campillo de 2017, también centrada en el mismo sitio y en la misma época. Igualmente nos acordamos de Théo & Hugo, París 05:59 (Théo et Hugo dans le même bateau), de los directores Olivier Ducastel y Jacques Martineau, producida en 2016, también ubicada en la capital francesa, pero en tiempos actuales. 

En Vivir deprisa, amar despacio, se echa en falta, al contrario que en 120 pulsaciones por minuto, un aire reivindicativo, un activismo activo para la lucha por los derechos del colectivo. La asociación ACT UP, coalición fundada por aquellos años para lograr reconocimiento legislativo y promoción de la investigación y asistencia a enfermos de sida, apenas se nombra. Y cuando lo hace, parece que no se la mira con buenos ojos. En cambio, se recorren cementerios como el de Montmartre, en donde, por ejemplo, podemos observar la lápida de François Truffaut, o museos como el Centro Pompidou, con atención especial al Arlequín de 1923, de Pablo Picasso. Toda la película está repleta de referencias cinematográficas, musicales y literarias. Además de los ya citados, también tienen su momento de gloria Hervé Guibert, Bernard-Marie Koltès o Jacques Demy. Todos fallecidos por las fechas en que se sitúa el largometraje de Christophe Honoré a causa del sida. Tampoco faltan referencias a Léos Carax o a la realizadora Jane Campion, con su película El piano (The Piano, 1993).

Estamos ante una película irregular, cuyos mejores aciertos se encuentran en la relación de Jaques con un amigo homosexual de mayor edad. Se trata de Mathieu, interpretado por Denis Podalydes. Entre ambos se dibuja un vínculo profundo de amistad, maduro y solidario. Un cariño y una lealtad que se sostiene, a pesar de peculiaridades individuales, traumas o enfermedades. El filme, independientemente de su duración, no carga. Se ve con interés y agrado, incluso con el lastre de la falta de originalidad en los temas abordados. Promiscuidad, anhelos artísticos o egos demasiado elevados son asuntos que visitamos de nuevo en este largometraje, al que no le falta un tono lírico. Eso sí, como ya hemos comentado, no busquen prisma alguno reivindicativo. No lo encontrarán. Básicamente, estamos ante una historia de amor que choca contra un muro que en el momento en el que se desarrolla resulta imposible de saltar. Júbilo y tristeza, como la vida misma. 

Tráiler:

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Ficha técnica:

Vivir deprisa, amar despacio (Plaire, aimer et courir vite),  Francia, 2018.

Dirección: Christophe Honoré
Duración: 132 minutos
Guion: Christophe Honoré
Producción: Les Films Pelléas / arte France Cinéma / Canal+ / Ciné+
Fotografía: Rémy Chevrin
Música: Le Braz/ Agnès Ravez/ Cyril Holtz
Reparto: Vincent Lacoste, Pierre Deladonchamps, Denis Podalydès, Rio Vega, Willemijn Kressenhof, Adèle Wismes, Clément Métayer, Sophie Letourneur, Marlene Saldana, Teddy Bogaert, Adèle Csech

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