Críticas

El espía que surgió de la nada

Testigo

La mécanique de l'ombre. Thomas Kruithof. Francia / Bélgica, 2016.

 El joven realizador francés Thomas Kruithof se aventura en el terreno del thriller paranoico para darse a conocer en el campo del largometraje. Su primera película para la pantalla grande, Testigo (La mécanique de l’ombre, Francia, 2016), es un desasosegante relato acerca de los misteriosos enredos entre las corporaciones privadas y la política a gran escala. Territorio exigente, peligroso y resbaladizo cuando se tiene, a primera vista, bastantes ambiciones estilísticas y no menos pretensiones estéticas de lograr un producto con ínfulas de autor. Para ello, recurre a un guion original, firmado en compañía de su colaborador, Yann Gozlan. El resultado, en conjunto, es una ópera prima, por momentos, hechizante, de los que enganchan, que te mantienen atado a la butaca y te sumerges en una atmósfera inquietante y turbia. Por lo tanto, queda anotado el nombre del cineasta y habrá que estar pendiente de su futura trayectoria, que ojalá no tarde en aparecer con un nuevo título.

Además, las intenciones de Kruithof no se limitan a ilustrar con solvencia un libreto armado con los requisitos más afines al género, mostrando un saber hacer narrativo aplicado y convencional, sino que va más allá de la más simple corrección para explorar, desde la textura, el aspecto visual y la temática, el canon del thriller norteamericano de los años 70. Para ello, su mirada se fija en la cortina sombría y corrupta de organismos estatales cercanos a la delincuencia. Su propuesta, para nada conformista, se adentra, con paso decidido, en los más siniestros tejemanejes del poder, cuyos tentáculos, casi siempre anónimos, pero letales si la cuestión se tuerce, están en la sombra, agazapados, hasta que el sistema falla y permite un rasguño en su impermeabilidad, revelando los contubernios facinerosos de organizaciones secretas que juegan con nuestra vulnerabilidad.

Para hacer creíble y atosigante esta clase de tramas enrevesadas y oscuras, es importante no solo la pericia del cineasta y una puesta en escena acorde con el mundo depravado que retrata, sino implementar en el reparto un actor capaz de transmitir apariencia de antihéroe superado por el asfixiante y subterráneo contexto. El actor galo François Cluzet cumple a la perfección con el tipo de hombre solitario, introvertido, desengañado e inmerso en una crisis existencial. Cluzet, magnífico y sobrio, interpreta a Duval, un administrativo cualificado, que trabaja en una compañía de seguros y detecta una irregularidad en un informe. Es despedido y queda traumatizado y desprotegido. Ha perdido la seguridad que tenía. Dos años después se le ve depresivo. Acude a reuniones de Alcohólicos Anónimos. Aquí coincide con una chica, Sara (Alba Rohrwacher), que presenta idénticos síntomas de decaimiento y derrota. A la vez, recibe una rocambolesca oferta de trabajo. Su tarea, muy bien pagada y de absoluta discreción, consiste en transcribir las conversaciones que escucha en cintas magnetofónicas. Acepta el ofrecimiento por necesidades económicas, aunque moralmente pone reparos por oír asuntos que no le conciernen.

Este planteamiento de la historia sorprende, aunque no es novedoso. Testigo se inscribe, por su sequedad, en el cine conspiratorio americano de la década de los setenta que tan buenos títulos ejemplificaron su visión de un país mafioso y torticero. Sin duda, a la película que más se parece es a La conversación (The Conversation, Francis Ford Coppola, 1974, USA). Duval, en su paranoia y desajuste mental, es un atormentado remedo de Harry Caul (Gene Hackman). Los dos son títeres que se dedican a escuchar, con mucha atención, diálogos aparentemente insignificantes. El equilibrio se rompe cuando oyen algo sospechoso o provocador de males mayores, y se activa en su conciencia la moralidad intachable o ambigua. Del aspecto moral nace su intención de frenar la criminalidad latente y pretenden corregir la villanía con las pocas fuerzas con las que cuentan. Perturbadora encrucijada en la que ambos, y salvando las distancias, optan por utilizar idénticas actitudes y compromisos con sus éticas y valores.

Duval representa, en su significado alegórico, la figura del ciudadano de a pie, normal y corriente, con sus temores y prejuicios, vapuleado por una sociedad egoísta y vanidosa. Personaje abandonado a su suerte, refugiado en su austero y mortecino domicilio y hombre de apagado porvenir. Su entretenimiento consiste, como no podía ser de otra manera, en completar difíciles puzles de muchas piezas que le exigen concentración. Esta actitud cavilosa es una acertada idea de guion que interactúa como extensión de la alambicada trama política que ha descubierto en la cinta seis, que le pone en alerta y le induce a cuestionar el trabajo de espía involuntario que viene desempeñando.

Para recalcar el desconcierto, y que Duval sea presa de una situación kafkiana, el debutante Thomas Kruithof ubica a su personaje en un piso desprovisto de todo adorno y da la sensación no solo de aislamiento y aturdimiento, sino que su carácter taciturno queda enmarcado entre cuatro paredes, sinónimo de su estado mental. La rutina tediosa del antihéroe es apabullante. Cluzet, sin apenas gestos, se encarga él solo de transmitir el vacío y angustia existencial. El decorado y la luz mortecina engullen al personaje. Este no se mueve de la silla y teclea la máquina de escribir con precisión. Es interesante este juego, de humor irónico y negro, impuesto por su jefe, de evitar cualquier rastro de la tecnología digital. En la era de la revolución tecnológica, Duval regresa a los tiempos de los años 70, sólo le falta la gabardina y una pipa. En todo este bloque se concentra la mejor parte del filme. Todo cuanto acontece a Duval, como un ser que funciona como una marioneta al servicio de sucios enjuagues muñidores de corrupción, resulta creíble, en un nihilismo como hacía tiempo que no se veía en una pantalla. Hasta aquí, bien. Son secuencias muy bien hilvanadas, sin apenas contraste. Duval termina su faena diaria y en casa le espera la misma desazón. Tampoco resultan aliviadoras sus visitas terapéuticas a la asociación que le ayuda a abandonar la bebida. Sus leves y frágiles contactos con Sara, un personaje femenino errático, anuncian un cariño soterrado, y su coqueteo es una válvula de escape, quizás poco desarrollada.

A partir de la irrupción de otros personajes vinculados con el complot y la aparición de las fuerzas del orden, la película se vuelve novelesca y arbitraria. En un principio, se impone el modo de trabajar el tema del espionaje como lo hubiera descrito John Le Carré, para dejar paso, en la parte final del filme, a un giro más espectacular y comercial, tal y como lo habría narrado Frederick Forsyth.

Tráiler:

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Ficha técnica:

Testigo (La mécanique de l'ombre),  Francia / Bélgica, 2016.

Dirección: Thomas Kruithof
Duración: 88 minutos
Guion: Yann Gozian y Thomas Kruithof
Producción: Coproducción Francia-Bélgica; Casting 7/ Scope Pictures, Silenes Media
Fotografía: Alex Lamarque
Música: Grégoire Auger
Reparto: François Cluzet, Alba Rohrwacher, Simon Abkarian, Sami Bouajila y Denis Podalydés

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