Series de TV
Ripley
La reciente adaptación de las novelas de Patricia Highsmith en formato serie ha recibido una valoración, en nuestra opinión, muy desmedida. Si llamas Ripley a una serie, no puedes desmerecer tanto al gran personaje literario de una saga narrativa cardinalmente genial por el perfil psicológico tan misterioso, oscuro y atrayente de su protagonista, además de por una fábula de suspense acuciante. Ripley es un encantador de serpientes muy hábil, por eso encontré perfecta en Ripley’s Game (2002) la interpretación sensual, elegante y cínica del siempre provocador Malkovich, que aquí se homenajea. Impecable asimismo la interpretación de aire perverso del gran Dennis Hopper en The American Friend (1977), obra notable del maestro Wenders. Una personal adaptación de atmósfera enrarecida, introspectiva pero fría, que expresa bien la indagación sobre la corrupción del alma humana incluyendo juegos lumínicos y encuadres muy ricos, junto a los grises de la ciudad. Por su parte, The Talented Mr. Ripley (1999) fue más accesible y apegada al texto, incluye el binomio Matt Damon-Jude Law, que fue memorable. El filme refleja fielmente el parecido que Tom Ripley poseía con el hombre al que quita la vida por no corresponder a lo que a todas luces es un enamoramiento frustrado, ambos están excelentes. Todos estos “Ripleys” poseen un primer referente en pantalla de encanto y belleza incomparables en Plein soleil (1960), Alain Delon, quien además realizó un trabajo muy verosímil. Dejaremos a un lado las adaptaciones menos relevantes de los directores Roger Spottiswoode, 2005, y Hossein Amini, 2014.
Así pues, tras estos notables trabajos de Alain Delon, Dennis Hopper, Matt Damon y John Malkovich: ¿Por qué se ha encumbrado tanto la interpretación cara-de-acelga de Andrew Scott? Crea un tipo parco, seco, bobote, sin discurso, que destila inseguridad. Ripley es genuinamente un manipulador, por eso puede ser estafador, falsificador, filtrarse en la alta sociedad como una escurridiza anguila que pasa, devora, se desliza y escapa. En la serie se conforma un Ripley que, como el de la novela, ha de engañar a todos, pero desde el inicio se le interpreta como un tipo incómodo con ojos de besugo pasmado, con el brillo oscuro e inerte de los psicópatas, pero sin encanto. Cae mal al espectador y a los restantes personajes, que desconfían de él de forma generalizada. Scott es un actor excelente, pero no es Ripley. Los actores están mal dirigidos, Dakota Fanning puede dar mucho más de sí, resulta irritante; Marge fue mejor encarnada por Gwyneth Paltrow en la referida obra de 1999, que se ve por ende enriquecida por Cate Blanchett como secundaria.
Tampoco Johnny Flynn como Dickie Greenleaf reverbera el brillo radiante que Jude Law sí le imprimió a su magnífica interpretación de dicho personaje, ni supera tampoco a Maurice Ronet en Plein soleil (curioso el parecido físico entre el joven M. Ronet y Jude Low). Low representó a la perfección al personaje rico, indolente y vanidoso que Highsmith creó, un joven bello y adorable ante los ojos del tan necesitado Ripley. Hay mucha más Highsmith en The Talented Mr. Ripley de A. Minghella que en la pretenciosa, lenta y plúmbea serie que comentamos. Tampoco aquella esconde o entibia el enamoramiento de Ripley hacia Dickie que tanto ensombrece Zaillan, mojigatamente, 25 años después. En la novela queda claro que Ripley no lo mata por su dinero, sino por no corresponder a su amor, algo que Tom ve en los ojos de Dickie en: «sus ojos azules y enojados todavía, sus cejas rubias, casi blancas a causa del sol, y pensó que aquellos ojos no eran más que unos pedacitos de gelatina azul, brillantes y vacíos, con una mancha negra en el centro, sin ningún sentido ni relación que a él se refiriese. Decían que los ojos eran el espejo del alma, que a través de ellos se veía el amor, […]. Pero en los ojos de Dickie no pudo ver más de lo que hubiera visto de estar contemplando la superficie dura e inanimada de un espejo. Tom sintió una punzada de dolor en el pecho […] como si, de pronto, le hubiesen arrebatado a Dickie». Tras el descubrimiento de esta dura verdad, lo asesinará, poco después.
Y quedan la fotografía y la iluminación, sí, desde luego, lo que hace tan difícil juzgar globalmente esta serie que tanto cojea por un tempo narrativo pesado, enlentecido, torpe, que llega a aburrir por momentos, además de por la escasa presencia de su empobrecido protagonista y los dos zombis que lo acompañan. Más vivaz, sin duda, resulta el empecinado inspector muy bien interpretado por Maurizio Lombardi. Pero el homenaje a Caravaggio y su luz junto a los planos y encuadres, las texturas finísimas de los grises, el uso del b/n, el Arte y su representación… Todo ello es una experiencia estética memorable, sí, pero los recursos fílmicos no deben ser nunca en el Arte cinematográfico mera retórica exhibicionista, sino que deben estar al servicio de lo que se pretende contar. Esto no es pintura ni una exposición fotográfica, esto es cine. Aquí todos estos, repito, excepcionalmente hermosos efectos, en mi opinión, estropean la adaptación de este Ripley tan lamentable. El b/n se elige con un propósito artístico que alcanza su objetivo estético, sin embargo, traiciona la expresión de felicidad que recorre la obra literaria inicialmente. Dickie y sus amigos se pegan la vida padre en Italia, gozan, ríen, en la novela se capta la magia de esa península en verano. En la serie, sobreabundan los cielos plomizos, opacos, alguna lluvia tristona; parecen todos un poco amargados, pequeños, sin encanto y grises, claro. No me ha gustado, me ha aburrido a ratos, algo insólitamente contrario a la apasionante lectura de Patricia Highsmith, pero sí, oiga, Señor Zaillan, la música, la luz, la fotografía, todo ello muy bonito.