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Dentro/Fuera

Definición del espacio: algo que allí está. Mejor definición del espacio : algo que allí está y que se puede llenar de cosas. La pregunta es, entonces, si las cosas de las que el espacio se llena son o no parte de él, ya que se pueden añadir o quitar sin que el “espacio” cambie: cinco metros cúbicos son siempre cinco metros cúbicos, estén llenos de agua o de aire. Sin embargo, el espacio, más allá de una cuestión de metros, es también lo que nos rodea en cuanto Tierra, o sea, planeta que se sitúa en una parte de lo que definimos, que se me perdone la repetición, espacio. Cuando levantamos los ojos, entonces, durante las noches en las que, fuera de las ciudades con su contaminación visual, se pueden ver detallada y claramente las estrellas, el espacio es lo que se nos presenta como un “allí afuera” que, al fin y al cabo, es en realidad el “aquí adentro”. Cuestión un poco retorcida, quizás, pero el espacio no es solo el más allá, sino el elemento que nos contiene.

Dualidad completa: espacio en cuanto a lugar vasto, inmenso, casi infinito (o quizás totalmente), y espacio en cuanto a lugar cerrado, con sus bordes, totalmente finito. Una visión que nos recuerda la cuestión de lo macroscópico y de lo microscópico, lo cual, una vez que nos detengamos para elaborar su concepto, se sitúa en la necesidad de tomar un punto de vista: gigante no es lo que objetivamente es grande, sino lo que resulta ser más grande que nosotros. Lo mismo se puede decir de lo muy pequeño. Es una cuestión de miradas, entonces, ya que, según los ojos que vean, cambia total y claramente la perspectiva y la interpretación del objeto. Algo no muy diferente de la cuestión de presa y depredador; cuando mi gata juega con un lagarto, ¿no es verdad que la tragedia del bicho es el divertimiento del mamífero?

En lo narrativo, el depredador por excelencia es el animal que está fuera de nuestro espacio, de nuestra sociedad. Es el monstruo que se sitúa en lo que definimos como lo desconocido, lo que está más allá del borde de las leyes con las que nos comportamos ante nuestros compañeros. El monstruo vive en el espacio negro, en la falta de cultura social que nos permite pensarnos defendidos y amados; allá, donde el ser humano ya no es el ápice de la naturaleza, nos convertimos en simples elementos secundarios que solo pueden esperar que nuestro instinto de supervivencia nos ayude a ver otro día. Es efectivamente una cuestión de espacios: aquel de nuestra especie, el de las ciudades y de los pueblos, y aquel de lo otro, el de los bosques y de los desiertos, habitados por seres que pueden matarnos no solo sin problemas, sino sin pensar demasiado en nuestro dolor. Somos los lagartos de gatos amorales.

El espacio abierto de Alien representa un cosmos en el cual el ser humano no es la criatura principal, admirada y agasajadas por la naturaleza. Todo lo contrario, estamos otra vez en el marco de los cuentos de hadas, en los cuales el orco está a punto de cortarnos la garganta para después cocinarnos y comernos. Epifanía horrible, no somos otra cosa que comida para algunos animales. El espacio abierto, decíamos, es un lugar en el cual todo puede esconderse y, más terrible aún, es el hecho de que el color principal es el negro que, como sabemos, es la falta misma del color. Un negro que se espeja en la piel de la criatura de O’Bannon y Giger, distante de nuestro mundo y, al mismo tiempo, receptáculo de nuestras peores pesadillas sexuales. El espacio físico se combina, entonces, con el espacio cerrado de las fobias mentales.

Se trata de una cuestión de claustrofobia multidimensional. El espacio nos ahoga en su ser infinito y, por esta razón, lleno de peligros. La nave espacial es un mundo que intenta dejar fuera de sí lo que puede matarnos (la falta de oxígeno, por ejemplo) y que al final acaba siendo una constricción física, un espacio en el cual se sitúa un elemento externo capaz de matar. Algo, quizás, que nos recuerda la cuestión de los virus y de nuestro cuerpo, dos elementos que se unen con terribles consecuencias (la pesadilla del Covid, si bien nos parece lejana y algo a lo que no regalar demasiado tiempo de nuestros pensamientos presentes, sigue viva en nuestra historia personal). El espacio cerrado de lo interior, de la comunidad humana, se derrumba ante la posibilidad de que, sin demasiados preámbulos, un elemento del espacio exterior, de la naturaleza, logre penetrar con cierta violencia (presente o futura).

Lo asfixiante entonces revela una cuestión más profunda: lo que se supone tendría que defendernos de un espacio infinito y negativo puede convertirse en una trampa para nosotros. El alien que se mueve por la nave espacial se adapta a su nuevo mundo y nos transforma en simples objetos, personajes sin importancia de una narración en la que no hay ni moral ni justicia eterna. La dicotomía del espacio, lo exterior y no interior, es entonces una división muy débil, casi ficticia, que se basa en una visión subjetiva, terriblemente humana, y que, ante la realidad, puede derrumbarse con mucha facilidad. No solo vivimos en un espacio que esconde peligros, sino que nuestras mismas defensas pueden, sencillamente, no servir para nada. ¡A la supervivencia, entonces!

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