Miradas sobre... 

Oppenheimer

EL DERRUMBE MORAL

Seguramente, para un director tan apasionado de la ciencia como lo es Christopher Nolan, Oppenheimer quede situado en el centro como uno de los personajes más importantes de la historia. Todo puede discutirse, sin embargo, el físico y padre de la bomba atómica constata con hechos que su invento parte la historia de la humanidad en dos. El mundo antes de su invención es uno, y después del satisfactorio resultado en Los Álamos se convierte en otra cosa muy diferente. Crear bombas destructivas para evitar guerras finales. Es paradójico.

Mucho se ha comentado ya sobre los aspectos subjetivos de su personaje principal, indicando el derrumbe moral por las decisiones tomadas. Pero no puedo considerar el filme de Nolan como un exhaustivo trabajo sobre la psicología de su personaje. Si bien hay muestras de ello, el conglomerado es tan extenso y tan poco reposado que las percepciones más ambiguas del físico quedan constatadas pero no resaltan en un filme tan abrumador. Las tres horas de duración están trifurcadas con un ritmo que apenas deja respiro a sus planos. El denso diálogo (Oppenheimer es una película extremadamente textual) no da pie a demasiados momentos de silencio. Por lo cual, el debate interno de su protagonista lo descubrimos por el artefacto creado por Nolan o por unos movimientos de cámara excelentes, que es lo interesante mostrar al lector y/o espectador; de qué forma audiovisual su director muestra esa ambigüedad del alma, más que vomitar a la pantalla de forma textual y obvia su malestar.

Un momento clave del filme, cuando observamos que Oppenheimer (Cillian Murphy) tiene verdaderos problemas con su creación, es con el resultado devastador que ha provocado su bomba posteriormente en Japón, concretamente en Hiroshima y Nagasaki. Hay una sala repleta de gente sentada. Un proyector y una voz en off de una persona explicando el suceso. La cámara de Nolan jamás mira lo expuesto por el proyector, lo que hace es acercarse lentamente hacia el rostro de Oppenheimer que está presente en la sala. Pero su mirada es cabizbaja; él tampoco mira la pantalla. Aquí observamos el remordimiento de su protagonista, incapaz de ver el horror que ha provocado. Y Nolan es inteligente al no mostrar las imágenes y enmarcar únicamente al responsable, porque esas imágenes que muestra el proyector ya las hemos visto todos. Dieron la vuelta al mundo. Ya sabemos lo que se está proyectando, y entonces entendemos que su protagonista, con la cara encogida y la mirada perdida, desearía estar en otro lado.

Pero seguramente la escena que mejor representa el derrumbe moral de Oppenheimer sea el momento en el que la película pasa de ser un thriller a convertirse en un filme de terror. Esto ocurre en un mitin en el que Robert Oppenheimer sale a la palestra para celebrar la victoria del éxito y el fin de la guerra. Está subido en un atril. Un rebaño de personas entusiasmadas espera sus palabras de victoria. En el ambiente hay un aire de felicidad. Las sonrisas y las lágrimas están al borde. Las noticias vuelan. En ese momento su protagonista hace de tripas corazón y envalentona aún más a la parroquia. Pero sus palabras de alardeo no están en consonancia con sus gestos faciales. Él sabe las consecuencias del fin de la guerra, pero no todos tienen tanta información. Oppenheimer dice una cosa pero siente otra. Cuando todos aplauden, su líder se fija en silencio en sus rostros. Un halo de luz blanquecina hace presencia y la piel de los que ríen y aplauden de felicidad empieza a quemarse. Sus bocas ya no sonríen, gritan de dolor. Por supuesto, gran parte de la escena es pura subjetividad. Nunca ocurre tal cosa salvo en la mente de su protagonista. Es en ese punto cuando Nolan muestra audiovisualmente que Oppenheimer está totalmente partido en dos. Lo que dice y lo que siente nunca están tan separados como en ese momento. Esa escena filmada en primeros planos de la piel derritiéndose ante las palabras de su salvador es el punto álgido de la cuestión moral.

Pero no toda la cuestión moral de Oppenheimer está directamente relacionada con la invención de la bomba atómica. La vida ordinaria/sentimental del físico también resultaba un tanto convulsa (lástima que no se le diera más importancia en el filme a su vida personal). En otra línea paralela, la del juicio o encerrona de la audiencia de seguridad, el protagonista tiene que dar explicaciones de su pasado supuestamente comunista, así como de su hermano o de su vida sentimental. Para ese entonces, en esa línea temporal, Oppenheimer mantiene una relación seria y está casado con  Katherine Kitty (Emily Blunt). Durante el proceso, Katherine está sentada justo detrás de Oppenheimer. Una de las preguntas más delicadas trata sobre Jean Tatlock (Florence Pugh), su amante. Al parecer, el físico veía esporádicamente a Tatlock mientras estaba con Katherine. En un ejercicio de puro cinismo, un representante de la audiencia lanza una pregunta al entrevistado sobre esas supuestas visitas y, entonces, se crea uno de los mayores y escasos silencios de todo el filme. Esa pregunta desnuda a Oppenheimer ante toda la sala, pero la respuesta no se muestra verbalizada. El fantasma desnudo de Tatlock aparece encima del entrevistado, moviéndose como si le estuviese haciendo el amor. Otra subjetividad que muestra visualmente lo vulnerable que se siente el protagonista. La pregunta también desnuda su alma, pero esta vez no miente. Su sentido moral, por forzado que parezca, anuncia una verdad reveladora. Es entonces cuando la cámara, que estaba colocada detrás de la cabeza del entrevistador, deja un espacio a su izquierda para ver el tortuoso rostro de Oppenheimer. Cuando este contesta, la cámara se desliza suavemente hacia su izquierda, haciendo desaparecer la cabeza del entrevistador y dejando a Oppenheimer en la derecha mientras que la profundidad de campo revela otra silueta: es el rostro desencajado de Katherine. Es un momento visualmente fantástico y algo extraño, ya que el filme está armado casi por completo por conversaciones en plano contraplano.

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Una respuesta a «Oppenheimer»

  1. Que curioso. Justamente la que a mi me parece la peor escena de ls película (la del interrogatorio y la mirada de Katherine siendo testigo de la infidelidad de su esposo) es la que más destacas. Posiblemente se deba al valor que cada uno da a lo real y verosimil (para mi lo mejor es la secuencia de la prueba de la bomba) y el subconsciente y lo inverosimil. Nolan es un genio jugando con el sonido y las sensaciones subjetivas, pero ese juego llevar al límite la verosimilitud del relato (de riesgo) y de convertir cada instante en espectaculo creo que le pierden en ciertos momentos.

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