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La Sociedad de los Poetas Muertos: Romper para construir
Inspirada en una historia real vivida de primera mano por el guionista Tom Schulman, la película busca establecer las bases de una discusión siempre polémica: el modelo educativo que pendula entre la tradición y la renovación, entre las expectativas sociales de éxito y fracaso como elementos que motorizan la vida de los educandos y construyen los caminos que seguirán para edificar sus futuros. Schulman estereotipó el personaje del profesor Keating (Robin Williams), a partir de la figura real del profesor de literatura Samuel Pickering, quien le había dado clases en la Academia Montgomery Bell de Nashville, Tennessee, y que le abrió las puertas a un mundo de ideas y razonamientos más amplios y descontracturados, rompiendo con las estructuras más conservadoras de la educación. Así, la película toma ese derrotero argumental para trabajar la cuestión, poniendo como excusa la formación del famoso Club de los Poetas Muertos, grupo que el ficticio Keating había creado en su juventud, y que sus noveles alumnos toman como modelo y resucitan con la energía que tenían contenida, en una suerte de rebelión intelectual con la que intentan resistir las anquilosadas normas educativas de los años cincuenta en los Estados Unidos y, al mismo tiempo, vencer distintos traumas y represiones que cada uno venía sobrellevando en soledad y que no lograban expresar ni individual ni grupalmente.
En la faz cinematográfica, el director Peter Weir, utiliza diferentes ángulos de cámara para dejar sentada, por ejemplo, la figura de los profesores tradicionalistas, cuya jerarquía se trasluce en contrapicados que acentúan su posición de poder sobre los alumnos que, a su vez, son mostrados en picados y desde la perspectiva de aquellos. Esta disposición visual cambia cuando aparece Keating, al que siempre se lo ve en un pie de “igualdad” con sus alumnos, buscando nivelar la figura del educador con las de los educandos, recurso visual que traduce la intención de Keating de convertir a los jóvenes en los protagonistas de la historia, y de Weir en objeto central de los encuadres.
La planificación educativa de Keating para socavar la disciplina y estrictez del claustro escolar en el que se mueve, incluirá máximas literarias como el Carpe Diem (Aprovecha el día) del poeta romano Horacio, y el Oh Captain! my captain! del poema Lincoln, de Walt Whitman, dirigidas a la finalidad de abrir la mente y encender la pasión de los alumnos, reprimidos y atrapados por las convenciones familiares de la época. La conciencia es liberada por las bellas letras, con un claro mensaje romántico y místico de parte del profesor, que se instala como un líder casi subversivo, que rompe las reglas academicistas que, entre otras cosas, utilizaban el racionalismo analítico para criticar el carácter emocional de la poesía. Keating buscará insuflar en sus alumnos el culto al conocimiento desde un punto de vista crítico, con la estética como experiencia sensorial primordial y la libertad de expresar juicios de valor personales sin contención, como mascarones de proa y puntas de lanza hacia la educación personal, total, plena y completa. Hacia la construcción del individuo, como centro de la sociedad y núcleo de la vida.
Pero pese a su imagen de instructor disruptivo y subversivo, Keating no intenta cuestionar la autoridad paterna ni destruir el sistema educativo como tal, ni va en contra de la disciplina, sino que busca transmitir el amor y la pasión por el conocimiento, para que sus discípulos adviertan su belleza y no utilicen sus estudios como mera herramienta para una existencia vacía y solo dirigida al trabajo. La vida es más que eso, y el trabajo es solo parte de ella. La poesía y el arte pueden ser una forma de vivir intensamente, sin que por ello esa intensidad deba ser vivida con irresponsabilidad, ni hacer del placer un culto al desorden. Valorar las pequeñas cosas, apreciar la belleza más mínima, aprovechar el día.
Carpe Diem.
Tradición, honor, disciplina y excelencia. Los cuatro pilares de la institución académica en la que desembarca Keating se verán las caras con la máxima horaciana establecida antes de Cristo. Y Keating, contrariamente a lo que se podría suponer al visionar el film, está muy lejos de dar supremacía a una por sobre los otros. El profesor busca la interrelación de todos los elementos para completar una educación plena, que no privilegie, eso sí, la rigidez por sobre la apertura de miras, y que, fundamentalmente, haga del discípulo un ente pensante, con libertad de criterios y decisión sobre su destino. Este será el punto en el que se hará inevitable el choque con la consuetudinaria presión familiar para que sus hijos elijan una carrera “para toda la vida” que, aun cuando fuera, claro está, bienintencionada, muchas veces podía arruinar la vida del adolescente, ávido del apoyo de sus padres para encarar proyectos que, quizás, se salieran de las vías tradicionalmente “correctas” o socialmente “aceptadas” en ese estadio temporal específico. Keating quiere formarlos como personas, no solo transmitirles contenidos. No quiere manipularles el futuro, sino ayudarlos a decidir el mejor camino para llegar a él, y al mismo tiempo, a disfrutar de la belleza de las pequeñas cosas.
«Somos alimento para los gusanos. Lo creáis o no un día todos vamos a dejar de respirar, enfriarnos y morir», explica Keating a sus atónitos alumnos. «Hagan que sus vidas sean extraordinarias”, continúa, y con ello, los insta a vivir, no una vida disoluta, sino con el control de sus riendas. Los aguijonea para pensar por sí mismos, dejando de lado la sumisión al poder, al rigor exagerado y a la obediencia ciega que les imponía la enseñanza de la conservadora institución.
La Sociedad de los Poetas Muertos coloca en el centro del cuestionamiento toda la estructura de ritualidad tradicional de las aulas, que se transmite de generación a generación y que constituye el canal a través del cual se establece la comunicación cultural. Esa ritualidad puede ser enriquecedora para las generaciones de educandos. Debería serlo. Pero en muchos momentos de la historia de la educación, el excesivo ritualismo tradicionalista ha supuesto un elemento nocivo, que abre una grieta entre la institución educativa, que se aferra a los clichés y estereotipos fijados por la directiva, y los destinatarios de esos programas, que empiezan a reaccionar y a resistirse. Se observa claramente el vacío en la relación entre profesores y alumnos, hasta que aparece Keating, que, con sus métodos novedosos y no exentos de impacto, comienza un camino que rompe con algunas de las pautas de la escuela tradicional, con el fin de que los alumnos se conviertan en seres pensantes, en lugar de repetidores de conceptos, analistas, en lugar de meros receptores. A través de sus formas, crea un clima diferente al que los alumnos estaban acostumbrados, evidenciándose en ello el enfoque “constructivista” del docente, en oposición al modelo “conductista” que primaba en la época. El constructivismo, según Díaz y Balmaceda, considera al sujeto como “constructor activo de su conocimiento”, y allí es donde Keating asume el rol de facilitador del aprendizaje por medio de metodologías que potencien las habilidades innatas de los jóvenes, transformando el claustro de un mero espacio físico acartonado en un aula-taller, como estrategia pedagógica dirigida a romper las estructuras impuestas y enquistadas en la institución educativa.
El simple y sencillo aprendizaje enciclopédico, rígido e inmodificable, como aporte programado de datos e información vacía de vida propia, desprovisto de estímulos que aviven el interés de los alumnos, se debería repensar cambiando su eje hacia la creatividad, y eso es lo que, en síntesis, intenta expresar el film a través de la postura romántica de Keating, que tiene sus pilares en Whitman, Thoreau y Tennyson. Hacer que la “disciplina, el honor, la tradición y la excelencia” contribuyan a la formación de las personas, pero haciéndolo mediante el crecimiento de su capacidad de ser libres, responsables e inteligentes.
Sin embargo, La Sociedad de los Poetas Muertos no es una película panfletaria, no asume una mirada parcializada. El trágico final solo constituye una forma, impactante y movilizadora, como debe serlo todo desenlace cinematográfico, de dejar expuesta la relatividad que toda postura lleva en su seno. El romanticismo literario de los autores que Keating utiliza como estrategia pedagógica para despertar la intelectualidad y la pasión reprimida de los jóvenes discípulos, lleva el germen de su propia cojera. Les ha inoculado el ardor por la vida, por el hedonismo intrínseco al “carpe diem”, pero de ellos solo adquiere un aspecto, el más sentimental y, valga la redundancia, “romántico”, con su cuota de mezcla alocada de ensoñación, anhelo utópico y júbilo exacerbado, sin que se advierta ni cuide el equilibrio, absolutamente imprescindible, para dominar la voluntad, siempre proclive a la exaltación del yo y al deseo sin freno, y dirigirla hacia el servicio del bien.
Por otra parte, la relación estrecha que nace entre el profesor y sus alumnos muestra un camino de ida y vuelta, un objetivo común de aprendizaje. El profesor también aprende de sus alumnos. Quien enseña aprende al enseñar, y quien aprende enseña al aprender. El mensaje está muy presente en el film y el vehículo catalizador de esta situación es el añorado club de Keating, que los jóvenes hacen resurgir como sociedad secreta, sitio de confidencias y camaradería, y centro de sus nuevas experiencias hacia la superación de sus miedos y represiones.
Pocas películas han tratado con seriedad el tema de la educación y sus defectos, eludiendo la propaganda ideológica o política. Muchas menos lo han hecho con un guion tan efectivo y, a la vez, tan interesante, profundo y entretenido en el aspecto cinematográfico. La riqueza conceptual y visual del film lo definen como una obra importante, que no pasa inadvertida, que atrapa por su forma y su fondo, que ha marcado un hito en la historia del cine, que sacude los cimientos de la educación y que ha dejado, ciertamente, una impronta en la conciencia de todos aquellos que, apreciando el mensaje de disfrutar cada momento de la vida como algo único, han sabido “aprovechar el día”.
https://www.youtube.com/watch?v=j64SctPKmqk&t=36s
Referencias bibliográficas
Peter Weir: Interviews (Conversations with Filmmakers Series) John C. Tibbetts, et ál., 22 enero 2014, University Press of Mississippi editor.
El Club de los Poetas Muertos, Nancy H. Kleinbaum, Editorial Plaza & Janés, 1995.
Oh, capitán!, mi capitán!, Walt Whitman, Literatura Random House editora, junio 2017.
Historia del Cine, Román Gubern, Editoral Baber S.A., 1995
140 Grands Realisateurs de Hollywood et d’Ailleurs, Librairie Gründ Editeur, 1985.
El Cine, Enciclopedia Salvat del Séptimo Arte, 1985.
Díaz, R. y Balmaceda, C. (2010), Piaget, Vigotski y Maturana. Constructivismo a tres voces. Buenos Aires: Ed. Aique.
Freire, P. (1997). Pedagogía de la autonomía. Saberes necesarios para la práctica. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores.
Freire, P. (2014). Cartas a quien pretende enseñar. (2º ed.). Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores.
Super interesante su contenido.
Fue una excelente pelicula que atesoro entre mis recuerdos.
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Gracias Lala. Realmente es una película que conmueve. Toca las fibras más íntimas y llama a repensar muchas cosas. Saludos
¿Qué materias daban en esa escuela?
Me gustó la perspectiva de análisis, superadora de dicotomías. Gracias!
Gracias a ti Jacqueline por tu comentario. Me alegro de que te haya resultado interesante.
Creo que la película también expone el poder de la juventud, para vivir para crear .
Volveré a ver la película con nuevos ojos, muchas gracias por tu labor Eduardo, un gusto 🙂