Festivales 

San Sebastián 2019: Idénticos ámbitos, mismas voces


La 67° edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián, el más prestigioso certamen de todos cuantos se organizan en el territorio español, ha dejado, en su sección oficial a concurso, un poso, nada anecdótico, acorde con el actual paradigma (no sé si llamarlo movimiento) en alza sobre las miradas y atenciones al universo femenino. Muchas de las películas proyectadas tenían como clave y locomotora de sus temáticas a la mujer como pilar fundamental en el que se sustentaban las premisas de sus historias. Está claro que la tenacidad y la onda expansiva de la gestión del #MeToo está dejando huella. El cine no es que se vuelva más femenino solo que en la pantalla grande vemos más experiencias y trozos de vida, de todos los rangos, encarnadas por las chicas. Su presencia, a mi modo de ver, ha supuesto situaciones aguerridas, inmejorables interpretaciones, nuevos talentos y una amplia gama de emociones, templadas o beligerantes, que enriquecen sus propuestas.


En el aspecto glamuroso, el Zinemaldia es una apuesta rotunda y muy atractiva. La visita de carismáticos artistas hace volcar a los ciudadanos de la ciudad hacia los aledaños de los edificios para tratar de ver de cerca a las estrellas y conseguir el fetiche que desean para compartirlo inmediatamente en las redes sociales. Una climatología benigna y la belleza natural de la Bella Easo convierten cualquier evento en un espectáculo. Los premios Donostia de esta 67° edición han homenajeado a tres figuras de intachable categoría y mayúsculo respeto. La osadía y valentía de Costa-Gavras, detrás de la cámara y como escritor de sus guiones, me parece incontestable. Su cine, el pasado y el presente, continúa crispado y sigue hurgando en la actualidad política y social más inmediata para armar sus demoledores aguijones. Donald Sutherland, de presencia imponente y gesto ya quijotesco y cansado, puede presumir de haber trabajado a las órdenes de dos de los más creativos cineastas italianos, Federico Fellini y Bernardo Bertolucci. Su carrera, resumiéndola, es impresionante. En la recta final, cuando la sección oficial se daba por terminada, llegó y deslumbró Penélope Cruz, guapa y cercana. Nuestra diva del cine español, con una fisonomía y potencia arrolladora que parece esculpida por el cine italiano (hubiera sido una gran mamma) hechizó a sus seguidores y está en un momento de su trayectoria, todavía entre la juventud y la madurez, que un premio que avala su trabajo es un triunfo que no debería objetarse.

En la parcela de acreditados, su número aumenta año tras año. Se hace evidente y palpable en las largas filas para acceder a los distintos locales de proyección. En lo referente a obtener invitaciones para los pases que no son de prensa, se ha incorporado de otros festivales, como el de Berlín, la modalidad de un impreso con todas las películas a proyectar en el día para que el enviado especial seleccione aquellas por las cuales está interesado. De esta manera se acelera un trámite engorroso y fastidioso que estaba causando cabreos e insatisfacciones. De tal manera que tienes que tener muy claras cuáles son tus preferencias y evitar las dudas y los colapsos que estas incidencias causaban a primera hora de la mañana.

La sección oficial a concurso arrancó con la proyección de la película Blackbird (Roger Mitchell, EUA, 2019), un remake, con Susan Sarandon y Kate Winslet de principal reclamo, de un filme danés, Silent Heart (Bille August, Dinamarca, 2014), proyectado en la edición 62° del festival donostiarra. La eutanasia enfrenta a los miembros de una familia, divididos entre los partidarios de aceptar la voluntad de la enferma terminal, Susan Sarandon, de ayudarla a morir dignamente y de los que se oponen, por cuestiones morales, a permitir tan drástica decisión. Una película que no molesta pero es innecesaria.

La odisea de los giles (Sebastián Borensztein, Argentina-España, 2019) participó fuera de concurso, pero dejó en su pase de prensa vítores y rostros de felicidad entre los asistentes. Gracias a su tono desenfadado, irónico y burlesco sobre individuos cabreados cuando el sistema es canalla y desampara a los perdedores. Una comedia lenguaraz, marcada por el acento y musicalidad del hablar argentino, sobre un grupo de emprendedores que ven perder toda su inversión por la ventajista y facinerosa actividad de un banquero sin escrúpulos. Capital y maniobras chanchulleras justo en el inicio del «corralito» es un asunto feo y vergonzoso. Para obtener justicia y reparar el daño causado a la gente sencilla y luchadora, no hay nada como la colectividad y la unión hace la fuerza. Sátira simpática, con grandes actores (Ricardo Darín, Luis Brandoni, entre otros) y narrada con chispeante simpatía. También se quedó fuera de la competición Diecisiete (Daniel Sánchez Arévalo, España, 2019), una producción Netflix que a modo de fábula busca en una road movie la estructura para que dos hermanos enfrentados arreglen sus diferencias a bordo de una autocaravana y acompañados de su abuela, a la que han sacado de una residencia para darle un final cariñoso y emotivo. Guion valiente, diálogos elaborados y bien construidos, y cine edificante y con valores. El título de clausura fue The Song of the Names (François Girard, Canadá-Reino Unido-Hungría, 2019) una obra sobre la búsqueda, la música y la fe. Elegante puesta en escena que envuelve un relato de mucho sentimiento y emoción. Un virtuoso del violín no comparece a un expectante concierto y deja arruinado a su promotor. El contrariado hijo de este, treinta años más tarde, decide buscar al violinista. Entonces encontrará las claves y razones por las cuales un hombre decide ocultarse y centrarse en una tarea que se puede expresar en términos musicales, con las notas desgarradoras del dolor.

A concurso:

Mano de obra (David Zonana, México, 2019) es una modesta producción, filmada con un presupuesto bajo y de aspecto minimalista. Incide en uno de los graves problemas más acuciantes de las sociedades capitalistas y sus ramificaciones de poder, el de la explotación del ser humano. En este caso la acción se sitúa en Ciudad de México, en el gremio de la construcción. Trabajo precario, condiciones laborales poco seguras, sueldos ínfimos y nóminas pendientes de abonar. Nada que no hayamos visto a lo largo de la historia del cine. El realizador británico Ken Loach, junto a su guionista, Paul Laverty, suele tratar estos asuntos. Aquí el relato es despiadado, inmoral y sórdido.

Al comienzo de la película, en un plano general fijo, vemos a una cuadrilla de albañiles trabajar en la puesta a punto de una mansión de lujo. De repente, aparece en la toma un cuerpo que irrumpe entrando por arriba y se desploma en el suelo. Un trabajador se ha caído y se ha matado. Un informe amañado justifica que el obrero estaba bebido y, a consecuencia de su embriagamiento, tuvo un descuido y se precipitó al vacío. El accidente queda impune y no se indemniza a la viuda que está embarazada. El hermano, Pancho, pide explicaciones, pero desoyen sus requerimientos. La viuda se suicida, incapaz de hacer frente a la vida. Pancho decide pasar a la acción más beligerante y encargarse de tomarse la justicia por su cuenta.

En los derroteros argumentales del largometraje, Pancho consigue paralizar la obra, adueñarse de la propiedad e invitar a otros desarrapados y familias humildes a compartir el mismo techo. Lo que empieza como una cooperativa de ocupas, contribuyendo equitativamente al sostenimiento de la colectividad se complica cuando factores humanos como la avaricia y el poder entran en juego. El obrero, en un momento dado, actúa como verdugo. Ha aprendido a golpes de sus amos y cuando le conviene actúa con fórmulas parecidas, pero repercuten entre los suyos, entre los parias. Cuando la utopía y la felicidad se quiebra, su alma y conciencia se pervierte y el explotado vende a sus colegas. Salva el pellejo, agarra el dinero y huye.

Mientras dure la guerra (Alejandro Amenábar, España, 2019) se acerca al sangriento conflicto de la Guerra Civil española para fijar su mirada en la dimensión moral del pensador y rector de la Universidad de Salamanca, Miguel de Unamuno. El escritor mantuvo una postura ambivalente a veces y otras, muy definida por su firma en manuscrito, en el que se le incluía afecto al levantamiento militar. Amenábar reúne una producción que se deja ver y realiza una película técnicamente irreprochable. Responsable del guion y encargado de componer la música, diríase que estamos ante una obra de autor. Su factura está acorde a su acostumbra épica sentimental, siempre retumba. La forma y la estética quedan solapadas por el servilismo del espectáculo visual. Con las mejores intenciones y elaborando un fresco histórico con momentos editados con talento, en líneas generales, su relato, enfocado al discurso final, queda bonito y sentimental, pero sin alcance, sin la emoción necesaria para salir conmocionados de la sala de proyección. Los personajes son una parte crucial del relato. Sin las características y perfiles de sus figuras más destacadas, la película se diluiría como un azucarillo en el agua. Karra Elejalde, como Miguel de Unamuno, está esforzado y contenido; su peculiar timbre de voz le delata y sus soflamas y pensamientos quedan arrugados. Eduard Fernández, como el general Millán Astray, está soberbio, caricaturesco, chulesco y da la talla de la personalidad canallesca y monstruosa de un ser repugnante. Santi Prego, que encarna al canijo y atiplado caudillo Franco es la gran revelación del largometraje. Quizás uno de los actores que más me ha gustado de la película.

A Dark, Dark Man (Adlikhan Yerzanov, Kazajistán-Francia, 2019) representa al típico cine exótico que tiene un peculiar sentido de componer los géneros. La película es un thriller que juega en la cuerda floja. Parece inspirarse, para ponerle referencias por todos conocidos, del estilo de Kaurismaki, de los hermanos Coen, incluso del realizador coreano Bong Joon-Ho. Mixtura que se deja ver casi desde el comienzo. Tampoco es descabellado sugerir que a veces veo también un western peculiar, sobre todo por la utilización de un espacio tan amplio como los parajes naturales en los que se ha rodado. Filme con un tono bufonesco, paródico y payasesco que habla de la corrupción generalizada de las instituciones kazajas, desde la policía, forenses y justicia. Un vertedero de personajes que, en medio de la actuación de un asesino en serie que está matando niños, encierra una visión caótica, decadente y deprimente de unos seres que se mueven solo por dinero. No es de extrañar que los más felices de esta tonta y absurda producción sean unos cuantos infelices y santos inocentes que, inmersos en su mundo, son inmunes a una visión pesimista y marrullera de la sociedad.

La mu yu ga bei (Sonthar Gyal, China, 2019) replica en temas burocráticos para estructurar una farsa acerca de la inestabilidad de las relaciones sentimentales y de pareja. La acción transcurre en una zona tibetana, por lo tanto, la espiritualidad y el karma están muy presentes en el contexto. Se puede ver como una comedia dramática sobre los avatares de un joven por conseguir un documento que valide su divorcio para poder casarse con su nueva pareja. Pero esta es una chica que ignoraba que su amante estuviese comprometido. El muchacho se lanza a buscar a su desaparecida esposa, convertida en una monja y tratar de convencerla para que se separe. Este curioso filme, divertido e irónico, está estructurado como una road movie y retrata el ambiente y rutina, con apuntes antropológicos, de una comunidad enclavada en las montañas, en la que conviven aportes modernos con las tradiciones más seculares de sus gentes. Largometraje que me dejó rastro, me pareció interesante en su mirada costumbrista, con acento triste y apesadumbrado, con una fotografía en colores apagados, ritmo sereno y visión rica en matices.

Il pleuvait des oiseaux (Louise Archambault, Canadá, 2019) aborda un tema delicado, como es la vejez, el deterioro físico, la decisión de elegir el momento de tu muerte, el sexo acompañado de mucho cariño y ternura en edad avanzada y el aislamiento en medio de un bosque cuando el paisaje urbano no te ofrece ninguna posibilidad de estar a gusto contigo mismo y con tus valores. Una película complaciente, atiborrada de buenos sentimientos, filmada con bastante tacto y sensibilidad y que presenta a un reducido grupo de hombres ermitaños, ajenos a los avatares de la sociedad, a quien se les une una mujer que huye de las plomizas residencias de ancianos y todos, con un lago como testigo y la espesura de los árboles, consiguen establecer unos vínculos afectivos desarrollados con ternura contenida. Una periodista busca ponerse en contacto con hombres y mujeres que sufrieron las consecuencias de los pavorosos incendios que asolaron los montes de la zona de Quebec, y en su investigación se encuentra con tres hombres que tras el desastre decidieron escapar e instalarse en un entorno paradisíaco y tener a la naturaleza como principal aliado.

The Other Lamb (Malgorzota Szumowska, Irlanda-Polonia-Bélgica-EUA, 2019) se adentra en el mundo de fanatismo religioso y las sectas. Salvando las distancias, guarda cierta conexión con el éxito televisivo de la serie El cuento de la doncella. Un gurú, un iluminado, ha forjado una comunidad de concubinas que se distinguen entre esposas e hijas. Viven en medio del bosque, ajenos a la sociedad. El hombre, con una fisonomía y trazas que recuerda a la figura de Jesucristo, actúa como un ser todopoderoso que lanza soflamas como maltrata a sus chicas. Película de terror psicológico, con una imagen muy cuidada y visualmente amenazante. El filme se acoge a la tendencia del empoderamiento femenino y dibuja una rebelión encabezada por una joven indomable que ve las flaquezas de un servilismo despótico e infame. Su tratamiento formal es de pesadilla y el montaje, a veces sincopado, intercala planos de animales cercenados que impactan emocionalmente y anuncian los elementos sobrecogedores del final de la historia.

Pacificado (Paxton Winters, Brasil, 2019) es una visión naïf de los cruentos conflictos de las favelas de Río de Janeiro. Un drama criminal castrado de crudeza y violencia extrema ( Ciudad de Dios y Cuerpo de élite, dejaron un poso difícil de superar) para apostar por el buen talante y la redención. No por ello está exenta de crispados momentos e instantes de tensión, de rivalidades entre bandas y reflejo de las penosas condiciones de vida en sus chabolas, pero el realizador aspira a dejar un tono arrugado y unas pasiones entre sus personajes muy cómodas, sin gancho ni fuerza. El libreto tiene algún agujero y la historia es bienintencionada, pero te olvidas de ella al salir de la sala de proyección. El largometraje, muy bien fotografiado, por cierto, con tomas nocturnas coquetas, cuenta la salida de prisión de un importante cacique de una favela que, coincidiendo con la apertura de las olimpiadas, intenta pacificar a los más exaltados, mientras él decide retirarse, buscando la paz y la tranquilidad.

Proxima (Alice Winocour, Francia-Alemania, 2019) incide en el tema de la maternidad y en los esfuerzos de una astronauta, encarnada con brillantez por la actriz Eva Green, por conciliar el trabajo y la responsabilidad de ser madre de una niña de siete años. De nuevo una película que enfoca como arma principal el papel que juega la mujer en la sociedad como elemento indispensable en el mantenimiento del sistema. Eva Green ejerce de chica separada que se enfrenta a la tensión y nerviosismo que le causa ser elegida, junto a dos compañeros varones, como cosmonauta en una misión a Marte. Sabe que el viaje al espacio la va a tener separada de su hija casi un año. Por eso intenta volcarse para estar junto a ella lo más posible, mientras en los exigentes entrenamientos y pruebas a las que tiene que someterse no para de acordarse de la distancia que dentro de poco las va a alejar. La película, como se demuestra en los títulos de crédito finales, es un homenaje al puñado de mujeres que eligieron una profesión arriesgada, casi siempre vista desde la masculinidad de la aventura espacial, y que no por ello se olvidaron de su familia. Largometraje muy bien desarrollado, con alguna escena que debería haberse quedado en la sala de montaje que estropea el equilibrio mantenido a lo largo de su metraje.

Zeroville (James Franco, EUA, 2019) nos lleva al mundo del cine de Hollywood y a una época también visionada por Tarantino en Érase una vez en América. El heterodoxo James Franco sitúa el tono y el estilo en cierto aire de farsa y gamberrismo. Apabulla con la estética y con los efectos de montaje, elucubrando una peculiar historia, cercana al cómic, en la que dimensiona su personalidad y cierto sello de autor al erigirse el cineasta como demiurgo de una visión distorsionada del glamour cinéfilo. Su propuesta, arriesgada y algo distópica, nos muestra una fotografía alucinada del mundo del cine, contemplado desde el punto de vista de un personaje, el propio Franco, con unas peculiaridades físicas muy acentuadas (pelo rapado y tatuajes) que, tras recibir una educación ultra religiosa conoce el sueño del cine gracias al pase de la película Un lugar en el sol, de George Stevens, e interpretada por Montgomery Cliff y Liz Taylor. Es tal el impacto que le causa este drama que lleva dibujados en su cráneo el famoso beso de los dos intérpretes y su intención es entrar en el universo de Hollywood para construir una iglesia. Una vez adentro, conoce a un ramillete de su fauna más en la honda y queda atrapado para siempre en una montaña rusa donde descubrirá que más que un sueño todo es desenfreno, locura, amores, tragedias y creatividad provocada por las drogas. Un filme extraño con trazas lisérgicas.

Das Vorspiel (Ina Weisse, Alemania-Francia, 2019) se conocerá como La audición. La acción transcurre en Berlín, en el ámbito de la música y los conservatorios. Nina Hoss, una de las actrices más valoradas del cine alemán, encarna a una obsesiva, contradictoria, insegura y acomplejada profesora de violín que se empeña en volcarse en la preparación de un alumno que apunta maneras de virtuoso del violín. La mujer tiene un carácter ambivalente y su conciencia, alma y corazón arrastran secuelas de una educación severa y difícil. Su tormento interior e imprevisible comportamiento se deja sentir en su entorno familiar, compuesto por un apacible, bonachón y tranquilo marido y un hijo, intérprete también de violín, que es celoso, frío, perverso y malvado. En un ambiente en el filo de la navaja, la música es un refugio salvador como también un calvario. Se libera a veces con un amante, compañero de profesión, pero sus signos están muy marcados y la pesadumbre y la agitación le perturban. La realizadora, Ina Weisse, filma la parte dura del relato por la noche, eligiendo la oscuridad para dar forma a un filme áspero, donde sobresalen la actitud de los personajes grises y torvos, que le dan un barniz cruel y desalmado.

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos (José Luis Torres Leiva, Chile-Argentina-Alemania, 2019) nos lleva al terreno y metaficción propias de un director frío y experimental. Torres Leiva es un nombre asociado a un cine muy personal, austero, bien escrito, que se apunta con solidez a los senderos de la creación. Propone ventanas nuevas, llenas de curiosidades y abierto a muchas interpretaciones. El trabajo que comento causó asombro entre unos pocos, como airadas fobias. Drama desolador y triste. Salvando las distancias, vi una lectura de Gritos y Susurros, de Ingmar Bergman, como reflexión sobre la muerte y punto para que Leiva incruste interludios fantasiosos que son ajenos a la columna vertebral de la película. Dos mujeres lesbianas (fantásticas Amparo Nogueira y Julieta Figueroa) son amantes, se quieren y gozan de su amor y libertad. Una de ellas tiene una enfermedad terminal y su compañera decide cuidarla, ampararla y darle todo el cariño que se merece. Contada de esta manera es un drama sobre el dolor, la futilidad de la vida, el respeto y la solidaridad. Pero este bosquejo lo hemos visto infinidad de veces en muchos títulos a lo largo de décadas. Torres Leiva decide irrumpir la linealidad para intercalar episodios que nada tienen que ver, acompañados de voces narrativas que pueden descolocar a un espectador desprevenido. En cualquier caso, vista toda la sección oficial a concurso, Vendrá la muerte y tendrá tus ojos fue, con bastante diferencia, la producción que se apartó de los caminos trillados y ofreció otra manera de contar el ocaso de la existencia.

La trinchera infinita (Aitor Arregui, Jon Garaño y José Mari Goenaga, España-Francia, 2019) es una incursión en los devastadores y salvajes efectos de la cainita Guerra Civil española. La acción transcurre en un pequeño pueblo andaluz. Después del golpe de estado, el ejército nacional inició su inclemente purga. Gente afín a la asonada denunció sin contemplaciones a vecinos y amigos. Antonio de la Torre, espectacular en su papel de represaliado, no tiene más remedio que ocultarse en un escondite construido en su propia casa para evitar ser fusilado. Desde el agujero, con el temor y la ansiedad de ser descubierto, pasa 33 años encerrado. Durante ese tiempo de convivencia junto a su mujer, encarnada con pasión y credibilidad por Belén Cuesta, son muchas y variadas las emociones que sufre el cautivo, como la diáspora de los sentimientos que le flagelan. A pesar de la peculiaridad del argumento, el confinamiento doméstico de un ser al que le han cercenado la libertad, la película no es claustrofóbica ni asfixiante. Aunque sí angustiosa y desesperada. Se abre un drama que te encoge el alma sobre una especie de Conde de Montecristo, cuyo territorio es un mínimo escondrijo y ve pasar la vida y las necesidades físicas y temperamentales de su mujer cautivo y varado bajo tierra. La permanente amenaza de un resentido que pide venganza y otras situaciones que soliviantan el ánimo del preso hacen de este largometraje uno de mis preferidos.

Thalasso (Guillaume Nicloux, Francia, 2019) apuesta por cierto toque irreverente, sardónico y trufado de farsa para concebir un irónico aguijón que hace reunir a dos figuras tan distantes como el controvertido y polémico escritor Michel Houellebecq y el actor, en evidentes horas bajas, Gérard Depardieu. Dos hombres que por distintos motivos se encuentran en un resort de lujo para aplicarles talasoterapia y aliviar sus males físicos. Guillaume Niclox había realizado en 2014 El secuestro de Michel Houellebecq y convencido de su impacto, escribe esta boutade, en la que el ensayista y pensador desgrana, a ratos con vitriolo, su peculiar análisis de la realidad más inmediata de cualquier rama, mientras se salta todas las normas y reglas del local de masajes junto a un pendenciero, bebedor y glotón indesmayable Depardieu. Alguna subtrama sin mucha chispa y aburrida repercute en que su esencia se limite a diálogos impertinentes, situaciones rocambolescas y humor desigual. Todo este apelmazado contingente para urdir una propuesta con metalenguaje incluido.

La hija de un ladrón (Belén Funes, España, 2019) se arrima al cine social que respira verdad y naturalidad. Se asocia con la mirada documentalista de su realizadora, la muy prometedora Belén Funes, para construir el día a día de una joven luchadora, Sara (Greta Fernández), mujer de 22 años con un bebé, cuyo propósito no es otro que bregar para armar una familia sólida y superviviente. Su gran hándicap y principal quebradero de cabeza es su errático padre, Manuel (Eduard Fernández), de pasado turbio y carácter airado. A pesar de las diferencias y desafectos, no quiere desvincularse y hace un esfuerzo tremendo por evitar la ruptura definitiva. Este sólido, áspero y rasposo drama está narrado de forma valiente y atrevida para una cineasta primeriza. El guion está trabajado hasta el fondo, arañando en las entrañas de los personajes y para que parezcan de carne y hueso, Belén recurre a estilos de realismo a pie de calle, tipo Ken Loach o los hermanos Dardenne, con la estética de la desesperación en el tono visual.

Patrick (Gonçalo Waddington, Portugal-Alemania, 2019) apuesta por la perturbación, la inquietud y la depravación humanas. Su historia esconde un huevo de la serpiente, es decir, uno de los espantos más abyectos del ser humano. La depravación más torva y despreciables se encuentra aquí. La película arranca en París. El hilo conductor es Patrick, un joven taciturno y explosivo. Su desconcertante deambular manifestando su ira y trauma interior acaba cuando es detenido por la policía francesa y extraditado a Portugal, en la que había abierta una denuncia por desaparición. Al lado de su madre y en un ambiente calmado, donde recibe calor y tacto, sale a la luz su calvario y desgracia personal. El exorcismo es convulso y revela que sus demonios estaban justificados. Realmente no se llama Patrick. Este nombre se lo puso el horror, es decir, alguien que lo veía jugar al fútbol cuando tenía ocho años y decidió raptarlo. Prólogo y epílogo tienen ritmo y agilidad. La parte central es densa, algo plomiza y al realizador debutante le cuesta centrar la raíz del desasosiego. La solución final tiene ecos de la oscuridad de Haneke, el hombre es un ser podrido que esconde vicios perversos que mata la inocencia de los demás.

Rocks (Sarah Gavron, Reino Unido, 2019), como su título indica, habla de una persona pétrea, dura, resistente y determinada a asumir responsabilidades, aunque algunas decisiones no sean las más acertadas. Para tener esa fortaleza y ánimo resolutivo no hay nada como vivir en una familia desestructurada, habitar un piso en una colmena de apartamentos, ubicarse en la periferia de una gran ciudad, estar acompañado de gentes multiculturales y, sobre todo, tener una madre que un día cualquiera te deja una nota en casa comunicándote que se va y que te apañes y atiendas a tu hermano. Rocks (Bukky Bakray, me gustó mucho su interpretación) es una chica negra de quince años, de origen nigeriano, alegre y divertida con su grupo de amigas, que ve cómo se corta de cuajo su felicidad y, al mismo tiempo que le suprimen el suministro de electricidad en su casa, tiene que huir con su hermano a vagar sin rumbo fijo, intentando ocupar el lugar de su madre, no caer en sus errores y proveer de atención a un niño para que no se note la ausencia de la madre huida. Cine social, pegado a un ambiente y entorno urbanos, que es un recorrido entre frívolos (juergas con nuevos amigos) y desesperantes, procurando esquivar a los agentes de servicios sociales y evitar la separación de los hermanos. Un drama que perfectamente hubiera firmado Ken Loach, aunque con una estética más acorde a su rasposa tendencia a mostrar a los perdedores.

Fotografía del pasillo

La crónica de la 67° edición del Festival de Cine de San Sebastián está redactada poco antes de conocer el fallo del jurado internacional presidido por el cineasta irlandés, Neil Jordan. Una vez finalizada la sección oficial a concurso, junto a otros acreditados, amigos y colegas de muchas batallas festivaleras, realizamos nuestro personal palmarés, postulándonos por aquellos títulos que nos gustaría que ganasen en las categorías señaladas por la organización. Por supuesto, pocas veces nuestros gustos y preferencias coinciden con las inclinaciones y, a veces, componendas, de los miembros del jurado. Después de conocer las decisiones de Jordan y su equipo, no he modificado ningún criterio y lo que escribo es la respuesta que cada título me dejó al abandonar la sala de proyección. Desde luego, mi favorita, nunca fue Pacificado, y sí otras propuestas como Mano de obraLa trinchera infinitaLa hija de un ladrón.  Pero, el jurado es soberano y su decisión inapelable, y dejó un regusto amargo con la siguiente concesión de premios:

Premios oficiales:
CONCHA DE ORO A LA MEJOR PELÍCULA
– ‘Pacífico (Pacified)’, de Paxton Winters

PREMIO ESPECIAL DEL JURADO: Próxima, de Alicia Winocour.

CONCHA DE PLATA A LA MEJOR DIRECCIÓN: Aitor Arregi, Jon Garaño y José Marí Goenagapor por La trinchera infinita.

CONCHA DE PLATA A LA MEJOR ACTRIZ: Ex aequo para Nina Hoss por The Audition y a Greta Fernández por La hija de un ladrón.

CONCHA DE PLATA AL MEJOR ACTOR: Bukassa Kabengele por Pacífico (Pacified).

PREMIO DEL JURADO AL MEJOR GUION: Luis Bermejo y José Mari Goenaga por La trinchera infinita.

PREMIO DEL JURADO A LA MEJOR FOTOGRAFíA: Laura Merians por Pacífico (Pacified).

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