En foco 

Atascados en la ciénaga

Una inminente tormenta se asoma detrás del cerro. Un disparo se oye a lo lejos, quizás fue un trueno, quizás no. Es difícil distinguir. Los pimientos se secan al sol, ajenos a lo que sucede. Con movilidad limitada, consecuencia de la borrachera, Mercedes se sirve otra copa de vino. Su mano coge un bloque de hielo y lo deja caer en la copa. El tintineo del vidrio y el hielo irrumpe el silencio como una campanilla que despabila los demás cuerpos tirados al sol alrededor de la pileta. Como vacas en un pastizal que de pronto se percatan que han perdido la sombra, los personajes tambalean y se arrastran hacia un lugar más fresco. El desgano es auditivo. Las sillas se arrastran con pesar, como si la gravedad fuera un enemigo. Segmentos de cuerpos anónimos cruzan la cámara. Son espectros sin rostro.

Afuera, la dejadez. Adentro, el cansancio. Momi e Isabel duermen la siesta. ¿En el cuarto de quién? No lo sabemos. El calor es tal que la única solución es dormir y esperar que pase. El verano detiene el tiempo. Lo dilata. Momi reza por un amor imposible y no correspondido. Otro disparo. Otro trueno. De pronto inquieta, Mercedes pregunta por su hijo. Palabras salen de su boca, pero nadie responde, nadie escucha. En el monte, los niños corren detrás de los perros hasta que encuentran una vaca atascada en el lodo que procura inútilmente salir. Un chico apunta el arma al animal, es Joaquín, cuyo rostro desfigurado por un accidente revela la desidia enquistada en su familia.

Porque el abandono ha tomado la casa de campo como un parásito. Ha ensuciado la pileta, ha corroído los espacios y las relaciones. Cuando Mercedes recoge las copas, cae al piso de cara y se corta el pecho. Pero ni la sangre inmuta a los demás que están a su lado, quienes fingen no haber visto ni escuchado la caída. Son Momi e Isabel quienes acuden a ayudarla muy a pesar de Mercedes, quien está segura que la empleada de la casa roba las toallas.

En pocos minutos, la secuencia inicial de La ciénaga (2001) de Lucrecia Martel desvela el ocaso de la clase media argentina, tema central de la película que atestigua la disolución de una familia en crisis, al mismo tiempo que plantea un relato aletargado que escarba y observa tensiones cotidianas.

En La ciénaga, los espacios son difusos y fragmentados. No se vislumbra en su totalidad la casa de campo de la familia, como si se quisiera obviar el pasado en un fuera de campo latente. En las habitaciones de la casa, los personajes entran y salen no siempre en la misma dirección, y en un mismo cuadro suceden acciones simultáneas pero no relacionadas: Gregorio se seca el pelo inadvertido de la gravedad del accidente, mientras Isabel busca un vestido del ropero y Momi grita con urgencia que hay que llevar a Mercedes al hospital.

Pareciera que los personajes de Martel están atascados en una ciénaga invisible. El lodo y el agua acumulada les impide moverse, como si estuvieran resignados a esperar que termine la desgracia temporal o que llegue la muerte. La casa es un pantano, y ellos, la vaca. El pasado pesa como el calor húmedo del ambiente. El miedo a repetir el ciclo, de volverse en aquello que despreciaron de chicos se reitera con insistencia, pues la ciénaga es un estado de letargo, de rechazo a admitir que por más que lo intenten, no podrán salir de ahí.

FILMOGRAFÍA

La ciénaga, Lucrecia Martel, 2001.

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