Críticas

El virus viaja en tren

El puente de Casandra

The Cassandra Crossing. George Pan Cosmatos. RFA, 1976.

Los años 70, proclives al cine de catástrofes de todo tipo, no podía obviar el colapso que podía provocar la idea del desparrame de un virus de rápida propagación que pondría en peligro a la humanidad. En esta tesitura se sitúa El puente de Casandra, un típico filme de la época, a imagen y semejanza del producido en los Estados Unidos, con una historia dramática sobre una enfermedad, e interpretada por una glamorosa pléyade de estrellas. La participación en el cartel de los distinguidos actores no es más que un reclamo comercial para afianzar la rentabilidad de la producción, en manos del ambicioso Sir Lew Grade, que poco tiempo más tarde se estrellaría en la taquilla con el costoso proyecto de Rescaten el Titanic (1980), de Jerry Jameson.

El comienzo de la acción del entretenido filme del cineasta de origen griego, George Pan Cosmatos, que también participa en el guion junto a Tom Mankiewicz y Robert Katz, no está exento de cierta ironía. En la sede de la OMS en Ginebra, supuestamente una institución bunkerizada y con una fuerte custodia, tres maleantes penetran en sus instalaciones, logran acceder a la zona que guarda letales sustancias, donde uno de ellos se contagia y, en su huida, se monta en un tren. Una vez a bordo del convoy, solo hace falta esperar saber quiénes son los ilustres pasajeros que en ruta a Estocolmo van a experimentar una situación de angustia y pánico.

The Cassandra Crossing

Dos escenarios van a centrar el desarrollo argumental. Por una parte, la oficina de control de la crisis, al mando de un oficial del ejército norteamericano, el coronel Mackenzie (Burt Lancaster), de turbio comportamiento, y la doctora Elena Stradner (Ingrid Thulin), precavida y juiciosa. En el otro lado, un largo ferrocarril en cuyo vagón de primera clase se reúne un puñado de personajes con cierta importancia. Los más destacados y cuya labor es fundamental son: el Dr. Chamberlain (Richard Harris), Jenny Rispoll (Sophia Loren), Nicole Dressler (Ava Gadner), Haley (J.O. Simpson), Herman Kaplan (Lee Strasberg) y Robby Navarro (Martin Sheen), entre otros. Todos ellos se convertirán en inesperados héroes al sumar a la colectividad como una camaradería para enfrentarse a una situación límite.

La frialdad y sequedad de la sala de seguimiento contrasta con el bullicio y tumultuosidad que se vive y respira en el tren. Dos enfoques que representan maneras y modos de encauzar un problema de proporciones mayúsculas. Mientras el mando militar adopta su postura marcial y nada piadosa y procura que el incidente se resuelva satisfactoriamente, pero sin que su ponzoña salpique a nadie que no viaje en el interior del convoy. En pocas palabras, neutralizar un episodio lamentable para no justificar la falta de seguridad en el enclave norteamericano de la OMS. Su oponente, la doctora Elena, intenta racionalizar el serio percance desde la perspectiva científica. Ni qué decir tiene que su visión es frenada y engullida por la arrogancia de Mackenzie. Es decir, un virus tiene que combatirse por la fuerza, si fuese necesario, en vez de aplicar soluciones médicas, cuando se constata que un perro infectado y sacado del vagón experimenta una notable mejoría gracias al oxígeno enriquecido.

Todo lo contrario sucede en la zona afectada del tren, donde se va a librar una batalla por la supervivencia y donde van a discurrir los instantes más vistosos, dramáticos y espectaculares. Incluso, jugando con el suspense y el salvamento en el último segundo. Un modelo de cine que dio buenos resultados y que era muy agradecido para el espectador, porque después de un largo trayecto de sufrimiento y el corazón en un puño, el público experimentaba una explosión de alivio cuando el desenlace era satisfactorio, pese al sacrificio de algunos personajes que resultaban simpáticos y entrañables.

El término Cassandra hace referencia a una diosa Troyana que predecía catástrofes y advertía a la gente la llegada de calamidades. En este caso, el puente del mismo nombre, situado en Polonia y cerca de un antiguo campo de concentración (lectura sionista muy recurrente también en el cine de los setenta), es una construcción obsoleta y en mal estado. La autoridad militar quiere desviar el convoy a ese lugar para que no logre cruzarlo y se despeñe al agua.

En este sentido, la película es pesimista, demoledora y fascista. La cúpula castrense desea la muerte de todos los viajeros para que el estallido vírico no se conozca por la opinión pública y evite incómodas denuncias. Con tal de informar que el descarrilamiento del tren ha sido un desafortunado accidente, asunto concluido y archivado. Qué diferencia, en otro orden de referencias, cuando Burt Lancaster se convertía en un genuino héroe en la formidabl, El tren (1964), de John Frankenheimer, protegiendo obras artísticas del saqueo de los nazis.

Tráiler de la película:

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Ficha técnica:

El puente de Casandra (The Cassandra Crossing),  RFA, 1976.

Dirección: George Pan Cosmatos
Duración: 126 minutos
Guion: George Pan Cosmatos, Tom Mankiewicz y Robert Katz
Producción: Coproducción Alemania del Oeste-Italia-Reino Unido
Fotografía: Ennio Guarnieri
Música: Jerry Goldsmith
Reparto: Burt Lancaster, Richard Harris, Sophia Loren, Ava Gadner, Lee Straberg, Martin Sheen, Ingrid Thulin, O.J. Simpson, Lionel Stander, Alida Valli y Ann Turkel.

3 respuestas a «El puente de Casandra»

  1. Está tan bien redactado este artículo que ya me dieron ganas de buscar la película para verla…(es que no recuerdo haberla visto).
    Muchas Gracias por este trabajo.-

  2. Este film fué una promonición de lo que está sucediendo actualmente, desde marzo 2010 por el corona virus 19 yt la reacción casi ha sido la misma, los militares, que pintan en esta crisis haciendo caso omiso de los científicos. Ya ven el film más real que la vida misma.
    Una vergúenza que la Humanidad no aorenda de las tragedias, grip española, etc. etc….
    Y no les importa «un bledo», a los politicos, militares, etc. fascistas todos los muertos por la pandémia del corona virus. Y ahí lo dejo, como dice el inefable Sr. Boye.

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