Críticas
Un meteorito lovecraftiano
Color Out of Space
Richard Stanley. EUA, 2019.
El mundo del terror y del horror siempre me ha fascinado, y si bien tengo que afirmar que mi acercamiento a Lovecraft ha tenido lugar bastante tarde (pero he podido traducir dos libros suyos, así que mis pecados han sido limpiados), la influencia indirecta de este autor ha sido muy grande: desde el cine de John Carpenter hasta series como Stranger Things, el escritor de Providence ha dejado y sigue dejando su huella, como si su presencia fuera algo de lo que nadie pudiera escaparse. Efectivamente, si Poe fue el padre del cuento del terror en cuanto producción literaria de gran valor, Lovecraft es quien supo darnos un producto moderno, llevando hasta el extremo las posibilidades que el terror, en su forma de cuento o de novela breve, nos otorga; no solo, Lovecraft es quien supo crear, o por lo menos darle una forma más nítida, al concepto de lo cósmico, de algo que nos desvela la absoluta insignificancia del ser humano. Que nadie olvide esto si lo que queremos es entender cómo razona este autor: nosotros no somos nada, y si bien creemos ser los dioses de esta tierra (creencia consciente o menos, el hecho es que así actuamos, lo queramos o no), la verdad es que nuestra importancia es nula. Tema siempre vigente, me doy cuenta, sobre todo en este período de pandemia global, y por esto, a lo mejor, delicado; pero ¿no tendríamos que hacer como los hombres medievales y reírnos de la muerte, pintándola así como es, mofándose de nuestras seguridades?
Esta necesidad de una anagnórisis de nosotros mismos, un gnóthi seautón (conócete a ti mismo) universal, es a lo que, efectivamente, nos empuja Lovecraft: nuestra existencia, en un universo infinito o casi, es comparable a lo importante que es la de una hormiga para nosotros. Además, lo que nos rodea, en especial manera en los planetas lejanos, intentaría hacernos daño, destruirnos, matarnos, pero no por cuestiones morales (la moral no existe en Lovecraft), sino por cuestiones ontológicas, las que pasan entre un ingeniero que quiere crear un dique y los moluscos (ni siquiera los peces) que allí viven. Si nada somos, esto significa que nuestros deseos, así como nuestros dolores, no valen nada ante un cosmos que no tiene conciencia y en el que los conceptos de bien y mal (demasiado humanos) no tienen vigencia; el mal no existe de por sí, solo existe lo que nos puede provocar sufrimiento, pero no a posta, sino como daño colateral. Es este concepto, típicamente lovecraftiano, que Richard Stanley (director y guionista) y Scarlett Amaris (guionista) demuestran haber aprendido y analizado pormenorizadamente, sin dejar nada al caso.
Hubiera sido imposible trasladar a la pantalla sin cambio alguno lo que pasa en el cuento de Lovecraft (The Colour out of Space, 1927); imposible, porque no hay un protagonista y, como pasa normalmente con el escritor, el cuento tiene muy poco de cinematográfico. Stanley y Amaris deciden entonces presentarnos a una familia (protagoniza al padre un fantástico y over-the-top Nicolas Cage) viviendo en un bosque, lejos de un mundo del que han querido huir, para volver a lo que la naturaleza es capaz de donar. La llegada del meteorito, aquella piedra que trae consigo el color que viene del espacio (¿cómo poder representar algo que teóricamente no existe, un color nunca visto? El director hace lo que puede y el resultado, para quien escribe, es muy bueno) significa la pérdida de una armonía delicada, quizás demasiado, que se había ido creando (es lo que deducimos los espectadores) entre los miembros de la familia Gardner. La mutación necesaria por la que pasan estos personajes, el cambio psicológico que se concreta en la decisión de alejarse de la civilización se verá así reflejada en la mutación biológica, concreta, que transforma sus cuerpos (sus células, su ADN) en algo nuevo, diferente y horrendo.
Nos acercamos así al horror somático del Carpenter de La cosa (The Thing, 1982), como también a aquel asco que nos provocan las primeras películas de David Cronenberg; no se trata simplemente de splatter, de enseñarle al público lo que el público no quiere ver (pero, ¡cuánta satisfacción nos provoca!, como nos enseña la fascinación por lo prohibido), sino también de un conjunto que funciona, de una estructura donde todo encaja, donde es posible experimentar el miedo a lo que no conocemos, el necesario darse cuenta de que nuestra importancia (nuestro valer algo en cuanto seres humanos) no existe; nada somos y nada siempre seremos, lo cual indica una falta completa de aquellos valores (la familia, el amor, la vida) que pensamos universales, perennes. La piedra que cae del cielo y pone patas arribas la vida de la familia Gardner demuestra ser así la metáfora de una toma de conciencia de nuestra situación real, de lo que realmente somos (animales que pueden morir en cualquier momento) ante lo que fingimos ser (seres superiores, con una cultura refinada). Stanley, entonces, no solo ha logrado captar y transmitir lo que podemos definir como el núcleo más profundo del pensamiento de Lovecraft, sin que haya sabido ofrecernos una obra entretenida, llena de aquel horror que nos lleva a cerrar los ojos: Colour out of Space no es simplemente una buena película de terror, es sobre todo uno de los mejores filmes lovecraftianos, y por esta razón, una vez que hayamos terminado de verla, su mensaje seguirá obsesionándonos.
Tráiler:
Ficha técnica:
Color Out of Space , EUA, 2019.Dirección: Richard Stanley
Duración: 111 minutos
Guion: Scarlett Amaris, Richard Stanley (Historia: H.P. Lovecraft)
Producción: SpectreVision / ACE Pictures Entertainment / XYZ Films
Fotografía: Steve Annis
Música: Colin Stetson
Reparto: Nicolas Cage, Q'orianka Kilcher, Joely Richardson, Tommy Chong, Madeleine Arthur, Brendan Meyer, Julian Hilliard, Elliot Knight, Melissa Nearman