Críticas

Un payaso se ha colado

Terrifier

Damien Leone. EUA, 2016.

Puede decirse que Terrifier ha sido un descubrimiento más que un reencuentro. Esta obra que ha pasado más o menos desapercibida durante seis años en algunas plataformas ha cobrado una relevancia significativa por ser la hermana pequeña del fenómeno Terrifier 2. Las redes sociales y los portales especializados en cine de terror sacudían internet este Halloween por ver en pantalla grande a un payaso disfrutar como un niño pequeño mientras torturaba y ejecutaba adolescentes de las formas más horribles posibles. Esa insistencia irracional hacia la atrocidad ha dejado a la juventud americana impactada y encantada con los resultados. También aturdida, pues se han necesitado de ambulancias en algunas salas debido a ciertos desmayos de espectadores durante la proyección. Pero todo esto puede sonar a plan de marketing de ciertas compañías para colarnos otra de sus obras de la que no están muy seguros de su funcionamiento en salas, ¿o no? Decido ver la primera parte y corroborar qué tan terrible es este nuevo psychokiller y qué esconde el director Damien Leone bajo la manga. Sí es cierta una cosa, la secuela de Terrifier ha dejado a Halloween Ends (Halloween: El final, David Gordon Green, 2022) fuera de foco (pese a su aceptable taquilla) y le ha quitado protagonismo a Michael Myers, celebridad asesina de los setenta al que han vuelto a despertar para hacer una trilogía bastante discutible. Y mientras se le concedía un minuto de silencio a Myers, un misterioso payaso se ha colado por la antesala y ha cundido el pánico.

En lo que es algo parecido a un sótano mugriento o un taller de artesanía de cuya dichas herramientas no se destinaron precisamente a cortar madera, un enigmático individuo se maquilla, se viste de payaso y afila su artillería en la noche de Halloween mientras retransmiten en un pequeño televisor un programa en el que sale como invitada una mujer con la cara desfigurada. Art the Clown, así se hace llamar misterioso personaje que recorre la tradicional noche de octubre con una bolsa negra a cuestas en busca de presas adolescentes con cierto grado etílico en las venas. Cuando Art se topa con dos jovencitas que no pueden arrancar el coche para irse a casa, aún no somos conscientes, al igual que ellas, de la graduación tan amarga que dispensa el filme, una amargura ácida que consigue que tu estómago se encoja mientras tu rostro se endurece.

Esta obra te deja completamente solo. No hay trama existente a la que uno pueda agarrarse, ni tan solo personajes con los que uno pueda empatizar seriamente. Su naturaleza excesivamente violenta es mucho más cercana al cine exploitation y al padre del gore Herschell Gordon Lewis que al terror clásico como relato contado. Su escaso presupuesto ha ido destinado a estetizar la tortura de los cuerpos hipervisibles y mutilados que arrinconan al espectador por su explicitud. Tan retorcida resulta la mente de este director que ha fantaseado en cómo podría haber sido la ejecución de una mujer que fue víctima de la retorcida mente de Ed Gein, célebre asesino en serie y ladrón de tumbas estadounidense que ha inspirado innumerables historias y personajes de cine como El silencio de los corderos (The Silence of the Lambs, Jonathan Demme, 1991), Psicosis (Psycho, Alfred Hitchock, 1960) o La matanza de Texas (The Texas Chainsaw Massacre, Tobe Hooper, 1974).

Ante semejante perturbación de horror nihilista y totalmente festivo no cabe decir que no hay ápice de moral en sus ochenta y dos minutos de duración. Lo excesivo es aquí una ceremonia sangrienta por la cual se justifica su existencia. Plato de mal gusto, desde luego, sus intenciones son básicas y viscerales. Su director recrea unos escenarios en los que la maldad pura se recrea libremente como si estuviese en un parque temático y sus víctimas fuesen sus atracciones; apenas hay resistencia u obstaculización para que el mal pueda verse comprometido de algún modo, la agonía humana expuesta desnuda ante el escaparte de un lúgubre y enfermizo individuo. Así pues observamos que la forma es una combinación entre dos mundos: un psicópata del que se nota que hay un gran interés en su estética para que se pueda perfilar como un personaje icónico e interesante como lo eran los psycokillers de los setenta, así como unos elementos de reminiscencias slasher combinada con unas muertes puramente gore. Al mismo tiempo su fondo es un desierto lúdico de extravagancias bizarras y sensaciones al límite donde el cuerpo es el receptor de deformidades y mutilaciones y, por ende, también de diversión.

Puede que todo este fenómeno sea pasajero, pero lo cierto es que su secuela, Terrifier 2, se ha convertido en la película de terror más rentable del año. También es cierto que su director a recalculado ruta y ha integrado en su segunda parte una heroína como protagonista y una trama compacta que la dota y le da consistencia. Aún así me pregunto cómo es posible que semejante película se haya colado en ciertos circuitos comerciales de Estados Unidos: ¿No estaba el cine extremo francés, por ejemplo, vetado en pantalla grande? ¿Estamos ante un personaje tan icónico como los clásicos? y ¿Es el cine de terror, debido a sus altas pulsaciones y experiencias sensoriales, el único género lejos de las grandes superproducciones que seduce en taquilla?

Si el año que viene en la noche de Halloween veis a una persona vestida de blanco y negro y maquillada como un siniestro payaso será algo realmente trascendente, porque eso significará que el slasher más crudo y marginal ha triunfado y se ha hecho un hueco en la cultura popular. Cuando Art the clown sonríe la cosa se pone seria.

 

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Ficha técnica:

Terrifier ,  EUA, 2016.

Dirección: Damien Leone
Duración: 82 minutos
Guion: Damien Leone
Producción: Dark Age Cinema
Fotografía: George Steuber
Música: Paul Wiley
Reparto: Jenna Kanell, Samantha Scaffidi, David Howard Thornton, Catherine Corcoran, Pooya Mohseni, Matt McAllister, Katie Maguire, Gino Cafarelli, Margaret Reed, Julie Asriyan, Ursula Anderman, Erick Zamora, Daniel Rodas, Gloria Jung

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