Críticas

Un océano de sensaciones

Los niños del mar

Otros títulos: Children of the sea.

Kaijû no kodomo . Ayumu Watanabe. Japón, 2019.

Póster de Los niños del marA estas alturas no voy a descubrir nada a nadie si digo que la animación japonesa vive un momento dulce. Siempre ha sido fuente constante de pequeñas y grandes joyas, adelantándose durante años a la idea de que la animación no estaba destinada de manera única al público infantil. Es innegable la influencia de ciertas películas y autores, que han trascendido las fronteras de su país para convertirse en iconos imprescindibles de la cultura popular. En los últimos años hemos visto auténticas maravillas, como la inevitable Your Name, que lanzó al estrellato a su creador y puso de nuevo con fuerza el anime en el panorama internacional para el gran público. El último encuentro con el país del sol naciente es Los niños del mar (Ayumu Watanabe, 2019), inmersiva y sensorial historia de tintes fantásticos, que transporta al espectador a lo profundo del océano.

Los niños del mar nos presenta a Ruka, una niña algo especial que afronta, sin mucho éxito, la crisis matrimonial de sus padres. Con todo el verano por delante, pasa mucho tiempo en el acuario donde trabaja su padre. Es allí donde conoce a Umi y Sora, dos hermanos de misterioso pasado, conectados de manera orgánica al mar. Los tres afrontan sus singularidades, mientras descubren la auténtica naturaleza de los dos muchachos y la extraña sincronía que se establece entre los protagonistas, como si hubiese algo profundo y antiguo que los reclama desde el océano.

Ayumu Watanabe, director de la película, ofrece al espectador algo más que hora y media de exquisita técnica. Los niños del mar es algo cercano a la experiencia trascendental, que busca romper las barreras físicas de la pantalla e invita al público a la experimentación con las sensaciones que, por momentos, rozan lo físico. El envoltorio de la obra es sobresaliente, y es natural el sentimiento casi hipnótico que produce la apuesta visual de Los niños del mar. El diseño de personajes es una auténtica delicia; la animación es fluida, suave, una especie de realismo mágico que transforma los espacios naturales en paraísos oníricos, extraídos de un agradable sueño mecido por la brisa marina.

Imagen de Los niños del mar

El trabajo con las corrientes marinas y las físicas de los entornos acuáticos es pura paz, despliegue técnico puesto al servicio de las intenciones de la película. Es vidente el esfuerzo en este aspecto concreto de la producción, pero también se nota la honestidad, algo más que la simple demostración de músculo por parte de unos creativos en estado de gracia. La poesía con la que se ofrece la delicia visual de Watanabe consigue algo especial, muy íntimo, que conecta al espectador con el fondo de la obra.

El problema de Los niños del mar es, por muy irónico que parezca, producto de sus muchas virtudes. Es complejo mantener la película a base de unas emociones muy conseguidas, pero reiterativas en exceso, y lo que era belleza que enmudece puede convertirse en rutina. Watanabe apuesta por la poesía en imágenes, y deja de lado la pieza básica de contar historias. La trama avanza atropellada, confusa, incide de manera anecdótica en las relaciones entre los personajes, levantadas sobre cimientos bastante endebles, emociones prefabricadas para que la historia avance hacia donde pretende su director. Las cosas suceden demasiado deprisa o se estancan hasta lo desesperante, lo que produce cambios de ritmo desconcertantes que ponen a prueba la paciencia en el visionado.

Watanabe muestra fe ciega en el concepto espiritual, la poesía del elemento fantástico y la fuerza de las imágenes, pilares de Los niños del mar, y hay que admitir que el conjunto funciona, pero bien es cierto que el camino es confuso, falto de cierto pegamento narrativo, sustentado de manera única por ese viaje interno que la belleza de las tardes de verano provoca. En ese aspecto, es impecable. La música de las olas al reposar sobre la arena de la playa, el olor a sal, la paz del océano en calma y las sensación de flotar ingrávido entre las corrientes marinas son todo un regalo poco habitual.

A pesar de esos traspiés, el viaje merece la pena, porque, si a lo largo de la película queda patente la belleza de la propuesta, los últimos veinte minutos son sencillamente arrebatadores. La imaginación se hace dueña de la pantalla, y toda la carga fantástica se transforma en delirio visual, donde las formas se desvanecen para dar paso a pura explosión de vida. No hace falta buscar explicación a lo que ocurre en la pantalla, no es vital para rendirse a lo que es un triunfo de la animación como medio de expresión artística. El océano deviene en alucinación impresionista, mezcla de emoción y sensaciones.

La protagonista de Los niños del mar

Quizá en este momento podemos llegar a la conclusión de que Watanabe tenía como objetivo único este momento de alquimia perfecta de la forma y las intenciones, y que la narración no es otra cosa que una excusa. Puede ser, pero el resultado es tan apabullante que la trampa está justificada.

Añadimos a todo el brebaje la música de Joe Hisaishi y el cuadro completo gana todavía más empaque. El veterano compositor se aleja de lo habitual en sus partituras, y ofrece algo íntimo, pequeño en comparación a la épica de la que suele hacer gala, que encaja a la perfección con la envolvente exhibición artística de Watanabe. Hisaishi demuestra capacidad para la experimentación sin la pérdida de identidad, y es que no deja de sorprender la habilidad de convertir en música los sentimientos de este grande de las bandas sonoras.

Los niños del mar es artificiosa, confusa, atropellada. O confía mucho en la capacidad del espectador para sacar conclusiones o ignora por completo al susodicho, porque lo importante no es la comodidad del visionado, es sentirse atrapado por el fabuloso mundo que plantea. Eso, por supuesto, es la maldición de la película. Compensa todas las flaquezas con algunos de los momentos más mágicos e inusuales que nos ha dado el cine de animación reciente. El visionado merece la pena. El viaje te dejará exhausto y maravillado, palabra. Otra cosa es que busques respuestas. Ahí, querido lector, puede que nos ahoguemos en las aguas de este brillante océano.

Tráiler:

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Ficha técnica:

Los niños del mar  / Children of the sea (Kaijû no kodomo ),  Japón, 2019.

Dirección: Ayumu Watanabe
Duración: 110 minutos
Guion: Daisuke Igarashi
Producción: Studio 4°C
Música: Joe Hisaishi

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