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El nadador y el río de piscinas azules

Cuando me enteré de que la historia de El nadador (The Swimmer, Frank Perry, 1968)  sucedía en un domingo de verano y que su protagonista,  interpretado por Burt Lancaster, atravesaba a nado todas las piscinas de su vecindario para llegar a casa, me pareció un reto muy sugerente a nivel visual y narrativo y sentí que era una de esas películas que por su originalidad merecía ser vista.

Partiendo de un sobresaliente relato corto del escritor John Cheever, Eleanor Perry, reconocida guionista y esposa de Frank Perry, adaptó la historia, ayudada por el propio Cheever, hasta conseguir la no fácil tarea de convertirla en un largometraje. El resultado es una película que he visto varias veces y que siempre me resulta fascinante, además de que el tiempo parece sentarle muy bien. Sigue tan vigente, después de más de cincuenta años, como el icónico bañador que lleva Burt Lancaster, totalmente atemporal.

La película es un retrato de la sociedad americana de la década de los sesenta y del excesivo valor que se daba a las cosas materiales, en uno de los momentos más álgidos del capitalismo, justo antes de que las protestas por la Guerra de Vietnam y el Mayo del 68 lograran dirigir la mirada de los ciudadanos a problemas con un carácter más social.

Hablar de los espacios que Ned Merrill, el protagonista, recorre durante la película, es hablar de esa sociedad americana burguesa de clase alta cuya máxima preocupación se traducía en ganar cuanto más dinero mejor y exhibirlo de forma constante. Había que poseer pero, además, demostrar todo eso que se poseía. Así las conversaciones durante todo el film girarán en torno a mansiones, piscinas, posesiones, viajes, fiestas y electrodomésticos de última generación. Son espacios y propiedades que sirven de escaparate a un grupo social triunfador que necesita gritar a los cuatro vientos la felicidad intensa que los inunda.

El personaje de Ned, una especie de antihéroe ambiguo, muestra la otra cara de la moneda. Bajo la aparente fuerza de su atlética figura arrastra el peso del fracaso, de la angustia de aquellos que no han podido, no han sabido o no han querido encajar con las exigencias sociales  y que tratan de sobrevivir en un mundo que les es en cierto modo ajeno.

Es esa imprecisión que presenta el personaje de Ned, de quien desconocemos casi todo,  lo que le hace diferente del resto y posibilita esa especie de libre albedrío que impulsa sus acciones frente a la los demás personajes que van apareciendo, por cierto, bastante prosaicos, y que se mueven determinados, encorsetados, por el canon social prevaleciente.

En la primera escena, Ned reaparece en la lujosa urbanización donde solía vivir, tras haber estado, según parece, un tiempo ausente. Descalzo y en bañador, se sumerge en una piscina de limpias aguas azules. Le veremos nadar varios largos de manera distinguida y cuando emerge del agua  muestra su mejor sonrisa como si todo siguiera igual que siempre. El día luce espléndido y comienza una animada conversación con sus vecinos que mencionan cómo se han ido construyendo varias nuevas piscinas en la urbanización. Esto lleva a Ned a pensar en una idea que despierta su propio entusiasmo: volverá a su casa, donde cuenta que lo esperan su mujer y sus hijas, cruzando el condado a través de todas esas piscinas, como si de un río imaginario se tratase.

A partir de ese momento  Ned comienza un viaje físico real, yendo de propiedad en propiedad e introduciéndose casi religiosamente en cada una de las piscinas, tratando así de cumplir lo prometido y llegar hasta su casa pese a  los obstáculos no previstos que se irán interponiendo en el camino, haciendo mella en su inicial optimismo. Puede que haya fracasado otras veces pero también puede que ahora esté ante lo que podría ser una última oportunidad para hacer las cosas tal y como se deben. Quizás por ello le motiva tanto hacer ese trayecto de forma diferente,  un camino nuevo, un río de piscinas que atravesará nadando. Una especie de metáfora sobre lo que el imaginario colectivo de la época entendía por felicidad.

Hablando del tratamiento del espacio, la película contiene algunas escenas intermedias que se desarrollan en otros lugares, en concreto en una zona de naturaleza con campos y bosques, tal vez en un intento por alargar el metraje de la película, que debía estar quedándose algo corto. Aunque estas escenas de transición han sido en general muy criticadas por los saltos de continuidad, dado su aspecto otoñal frente al verano idílico del resto de escenas, y por los efectos visuales utilizados, propios al fin y al cabo de esa época, en mi opinión podría dárseles una segunda lectura. Visto desde el actual momento, en el siglo XXI, donde se aceptan películas con más libertad narrativa (se me ocurre el ejemplo de Pacifiction, Albert Serra, 1968) creo que añaden matices a la historia. Así las caléndulas, los hongos del bosque, el fresno sin hojas, son signos inequívocos de que el verano se está yendo y la plenitud vital de Ned va quedando atrás. Vive los últimos retazos que le quedan de juventud. Si aceptamos que es un personaje que ha fracasado, tampoco tiene ya tiempo material de redimirse. El verano y su plenitud se apagan.

El rodaje de la película fue muy controvertido. La presencia de Burt Lancaster subió el nivel de un proyecto ideado de forma independiente por los Perry. La inversión económica creció y también la presión. Esto acabó suponiendo el despido del propio Frank que fue sustituido por Sidney Pollack en la filmación de las últimas escenas. También se generaron muchas dificultades para poder rodar en las piscinas privadas de la zona. Fue una enorme batalla de producción en la que se tuvo que negociar con cada propietario. El planteamiento de que el espacio de rodaje no fuera un set construido abarataba costes pero generó muchos retrasos.

Cada una de las piscinas, convertida en una escena, servirá para  confrontar a Ned Merrill con su pasado, su presente y su futuro. Su figura irá perdiendo el aplomo y confianza iniciales. Su nadar elegante se irá diluyendo de piscina en piscina hasta llegar un momento, cuando trata de nadar en la última, donde ya ni siquiera le es posible hacerlo. Hay tanta gente que apenas logrará  moverse y se verá obligado a pedir paso para poder avanzar mientras su cuerpo, maltrecho y con frío, choca con otros cuerpos que le miran con evidente rechazo. Aunque sea un excelente nadador, está fuera de su medio.

Las diferentes escenas, haciendo referencia al espacio, acaban mostrándonos lo mismo. Es una repetición. Todos los personajes, propietarios burgueses, coinciden en una misma meta, en una misma forma de ver  la vida. Todas las residencias se parecen. Así son las nueve primeras piscinas por las que pasa Ned. La última, sin embargo, ofrece un cambio. Es una piscina pública, donde la multitud de bañistas se refresca del cálido día de la manera que pueden permitirse por su nivel social. No significa esto que su humanidad sea diferente. Es la misma. Están ahí porque no tienen más remedio. Al fin y al cabo la sociedad siempre se muestra como una pirámide y existe la parte alta y la baja. Si alguno de ellos tuviera un golpe de suerte, lo primero que haría es comprarse una residencia con piscina y codearse con el resto de vecinos de su nuevo nivel.

El intrépido nadador terminará asfixiado, ahogado en ese río de piscinas que lo acaba desfondando. Son más fuertes que él. Lo que comenzó como un paseo feliz y distendido, se volverá una odisea. Por mucho que Ned se empeñe, el pasado no cambia y, además, tiene consecuencias. El río de piscinas azules, aunque nos suene bonito, no acerca nunca a la felicidad. Es una mentira que muchos han creído a pies juntillas. Y aquellos que han intuido que se trataba de una farsa, han mirado a otro lado para seguir posando junto a las azules y exitosas aguas. Ned Merrill, que bien me caes.

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3 respuestas a «El nadador y el río de piscinas azules»

    1. Excelente interpretación de la peli. La ví hace como 40 años en la tele…x lo visto con cortes…pero se interpretaba. Gracias x este reencuentro. Siempre creí de ser el único q la vió…si no fuera x Burt Lancaster creería q fue mi imaginacion.

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