Guiones 

Alien 3 – Ward y Fasano

Los cambios que se ponen en marcha en el desarrollo de las secuelas se basan principalmente en la necesidad de reconocer las dobles vertientes a las que están atadas las estructuras globales de una película de este tipo: por una lado está la voluntad de cambiar los elementos para que salga algo nuevo, algo fresco, mientras que por el otro encontramos el valor de lo conocido, lo (pre)establecido, con el cual se entienden las expectativas por parte del público de volver a encontrar aquellos engranajes (protagonistas, antagonistas, etc.) que ya forman parte de su mundo ficticio. La creación de algo que logre darles su justa cantidad a ambas partes es, obviamente, algo muy difícil de obtener, y muchas veces podemos ver cómo algunas secuelas, amadas cuando salieron, son hoy vistas como poco interesantes, exactamente como algunos productos recibidos de forma negativa son hoy en día redescubiertos y alabados por una nueva generación de críticos. El juego, entonces, estaría en saber dosificar bien los elementos por parte del o de la guionista (o, hasta, guionistas, al plural), lo cual, como es muy bien sabido, es algo muy difícil de llevar a cabo.

El guion de Ward y Fasano para la tercera parte de la franquicia del alienígena de Scott (criatura nacida de la mente de O’Bannon) intenta crear una serie de elementos capaces de darle al universo de Ripley una estructura más amplia y, por esta razón, diferente. Se intenta, en palabras más llanas, ofrecerle al público algo nuevo, algo cuya presencia visual pueda llevar a que la experiencia del filme se convierta en una explosión de fuerza imaginativa. El planeta en el que se encuentra nuestra protagonista está así hecho de madera, poblado por monjes parecidos a los medievales y que, por supuesto, basan su propia vida en las revelaciones de un dios que divide el mundo en buenos y malos, en creyentes y pecadores, y que lleva a que el planeta mismo esté dividido según las reglas dantescas (arriba el cielo, abajo el infierno, ideas, estas, a las que llamamos dantescas no por haber sido descubiertas por el poeta florentino, sino por su presencia estructural en el conjunto de la Comedia). Esta decisión artística lleva a que los ojos del público puedan abrirse ante unos panoramas diferentes, y sería imposible negar su valor estético global.

El problema de este guion, entonces, se reduce no a una presencia visual de este tipo, ya que el cambio supone una serie de novedades cuyo resultado es, de por sí, muy interesante. Lo que no funciona es la arquitectura narrativa, ya que el juego que se pone en marcha es una reproducción de algo que ya hemos estado viendo durante las dos precuelas: otra vez estamos ante la lucha por la supervivencia, lucha que termina con Ripley escapando del planeta (y, por lo que es posible afirmar, con el alienígena que sigue vivo en el interior de un perro). Desaparecen los personajes que habíamos conocido en la película de Cameron, con Newt, Hicks y Bishop muertos, y los nuevos no parecen tener mucha profundidad para que adquieran una presencia que vaya más allá del simple “víctimas”. No hay un verdadero arco narrativo, desafortunadamente, ya que Ripley no cambia del principio al final, y el coprotagonista, cuyas dudas morales e intelectuales podrían resultar un poco interesantes, termina siendo otro de los muchos cuerpos que el alienígena deja en su camino.

Si algunas de estas ideas serán usadas en el guion oficial de la tercera entrega de la franquicia, entonces, lo que resulta interesante es que en la metamorfosis general es posible vislumbrar una cuestión muy precisa: ¿qué hacer, efectivamente, del mundo de Alien? Sería incorrecto hablar de cierta incapacidad narrativa en relación a este guion, sino más bien de una voluntad de darle más importancia al aspecto de world-building y mucho menos a una estructura que poco espacio le regala a la originalidad de los eventos. Ward y Fasano expanden la biología de los alienígenas, sí, y nos presentan una evolución (o adaptación) de esta especie, exactamente como explicando mejor cómo funciona su nacimiento y desarrollo en el interior de las víctimas, pero casi inexistentes son las opciones en relación con el cuento que se nos narra en las páginas. El resultado es una obra hecha de partes desiguales, en las que la belleza de la imaginación y de la presencia estética chocan con un cuento que no deja paso a las novedades y que nos hace pensar si no sería mejor terminar este suplicio para siempre.

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