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La casa lobo, el hogar del horror
La casa lobo es un engaño. Prisión mental, espacio mutante, aterrador laberinto de recuerdos inconexos, de historias entremezcladas en el horror sin sentido de imágenes regurgitadas desde el delirio. La nada se desliza para engullir cualquier atisbo de cordura, pesadilla psicodélica de realidad fragmentada en colores y emociones sin destilar, desde los ecos de un cuento de hadas enfermizo y perturbador.
La inocencia del primer paso hacia las entrañas de este monstruo infinito, hasta el descenso a los infiernos de la protagonista, cada recoveco de la casa es efímero, imposible, invitación a lo profundo de nuestros miedos. Acompañados por la voz de María, pasear por la Casa Lobo es el desasosiego, la pérdida total de contacto con el exterior, la aceptación de unas reglas indescifrables, el exilio momentáneo en un universo de caos donde no hay paz, tan solo locura, trauma y dolor.
Joaquín Cociña y Cristóbal León construyeron esta odisea extraña con el material del que se fabrican los (malos) sueños. Recogieron semillas en el folclore y las mezclaron con los oscuros lodos de la realidad. La presencia fantasmal de los terribles hechos que inspiran a estos dos directores es la esencia de los tenebrosos ambientes en los que deriva La casa lobo. El escalofriante relato de la Colonia Dignidad sirve de chispa para la ficción, ahondando en el drama del superviviente, que carga en su alma con el destructivo peso de los abusos y el maltrato.
Cociña y León dan voz a una superviviente que ha escapado de las manos de una secta destructiva y se esconde en una casa abandonada en medio de la nada. En su interior, el nuevo hogar se transforma en un ente con vida propia, que parece reaccionar, como en una especie de simbiosis, a los sentimientos de María, la protagonista que da voz a su propia penitencia. El relato oral, obsesivo y enajenado, es el camino por el que las estancias de este no lugar, en apariencia infinitas, se deshacen, recolocan, cambian o se suceden en el oscuro caleidoscopio en el que se transfigura la propia conciencia de María, catalizador del profundo océano de pesar que es el tránsito por la Casa Lobo.
La animación es un arma poderosa en manos de Cociña y León, guías de mundos tenebrosos de posibilidades inabarcables, al servicio de la imaginación perturbadora de dos artesanos. El stop motion dota al conjunto de aspecto primitivo y salvaje, premeditadamente rudimentario; alimenta con su magnífico feísmo las hogueras del horror desatado entre las paredes de la Casa Lobo. Viaje sin épica, sin destino, fruto del miedo, La casa lobo es inclasificable en todos sus términos.
Hay películas que se agarran a lo más profundo de nuestra mente, perduran las imágenes en la cabeza durante mucho después del encendido de las luces de la sala. La casa lobo es de esa clase de obras totalmente sensorial, lanzando a través de imágenes una turba de emociones difíciles de gestionar por su potencia, por el caos interno que provoca enfrentarse a las habitaciones demenciales de este lugar infame. La incomodidad y la sorpresa son las impresiones primordiales que se harán fuertes en el interior del espectador.
Los creadores de esta pesadilla demuestran con autoridad el poder de los espacios, un juego de caos controlado. Infinitas mutaciones en aspecto de extraña claustrofobia, la tormenta interior de María se torna oscuridad mugrienta, dimensión de pesares en forma física sobre paredes que lloran, donde lo real no tiene cabida y solo queda el grotesco manto de la alucinación.
Ya es todo un cliché decir eso de, más que una película, una experiencia. En el caso de La casa lobo no queda otro remedio que sacar a colación la frase, porque las intenciones de Cociña y León son romper las reglas de la narración, transformar la fábula en algo nuevo, sublime y terrorífico a partes iguales, reto al espectador que puede sentirse abrumado por el constante bombardeo de fantasías oscuras. En esta casa no hay lugar donde esconderse, te atrapa y te engulle. El horror ha encontrado un hogar, y nos recuerda que alguien no se puede perder cuando no hay ningún sitio al que llegar.
Visión deformada y monstruosa de Los tres cerditos, La casa lobo aplasta los convencionalismos, esboza el espanto casi esquizoide con imágenes destinadas a permanecer como un eco insano en nuestra memoria. Pocas veces una película me ha despertado emociones tan puras de repulsión incómoda, recorriendo mi cuerpo como una corriente eléctrica, asombrado y fascinado, incapaz de apartar los ojos de estas estancias inverosímiles, espacio impracticable extirpado de la angustia.
No es una película fácil de ver. Demasiada intensidad, el espectador es abandonado a su suerte por dos directores que atacan con dureza a una audiencia que observa con zozobra que las reglas se han reescrito en cada fotograma.
La casa lobo es un experimento despiadado. Atrévanse a cruzar su puerta. Sientan la amenaza invisible al otro lado de la pared, no intenten aplicar la lógica. Les aseguro que el paseo por los rincones de la casa será algo diferente.
Metaverso del terror