Críticas

Fluye

Avatar: el sentido del agua

Otros títulos: Avatar: el camino del agua.

Avatar: The Way of Water. James Cameron. EUA, 2022.

Cuando Méliès estrenó su Viaje (a la luna, por supuesto) en 1902, durante los primeros años de vida del cine, lo que hizo no fue simplemente crear una historia, sino demostrar hasta qué punto el medio podía llegar. Su pasión por la técnica se basaba en la voluntad de enseñar cómo el cine, en tanto modalidad de narración visual, podía ir más allá de la simple reproducción de lo real, como se había visto con la estación de trenes de los hermanos Lumière. La producción de Méliès no tiene, efectivamente, mucho que contar desde un punto de vista narrativo, ya que las limitaciones eran tales que no permitían profundizar las estructuras de los “cuentos”, sin embargo la importancia del director francés se basa sobre todo en su visión de vanguardia que ha permitido abrir una serie de elementos técnicos que han ido desarrollándose hasta nuestros días: sin el director francés, de hecho, no tendríamos hoy ninguna de aquellas películas que usan efectos especiales para contarnos historias en el espacio profundo (pero, tampoco, en nuestro mismo mundo). Se puede debatir si Méliès fue el padre de todo esto o si, simplemente, si no hubiera sido él, otra persona hubiera hecho lo que él hizo; un debate, este, que poco sentido tiene (los “si… entonces” a veces no ayudan para nada en la creación de un discurso concreto), y que no puede hacernos olvidar que, nos guste o no, el francés es uno de los padres del cine y merece, entonces, su lugar en la historia de este medio.

La sensación que recibimos de la primera secuela de Avatar, entonces, se une a la serie de elementos nacidos de la mente de Méliès y demuestran, rotunda y llanamente, cómo la técnica en el cine ha ido mejorando hasta momentos estéticamente increíbles. “Momentos”, obviamente, y no simples imágenes, ya que el juego de la cámara no se limita a hacernos ver algo estático, sino que el elemento “movimiento” se inserta en la espectacularidad de lo que se nos sitúa ante los ojos. Sería así imposible negar el nivel gráfico de esta obra, un nivel alcanzado no solo por la capacidad excelente del director canadiense, sino también por el trabajo de todos sus colaboradores (verdaderos amanuenses o, en palabras menos medievales, artesanos). Desde este punto de vista, la película no puede sino ser definida una apuesta acertada (apuesta por la cuestión de lograr crear un ambiente acuático gracias al CGI, algo que ha llevado a esperar muchos años antes de proseguir con el cuento original), y el resultado final, si de técnica hablamos también en su vertiente de modalidad de contar una historia, es de primera calidad y demuestra, así, cómo lo estético puede seguir maravillando a los espectadores.

Un problema más grande, por supuesto, si más allá del entertainment quisiéramos ir, sería lo que a la vertiente puramente narrativa se refiere. La espectacularidad de unas imágenes en movimiento no logran, efectivamente, permitirle al público sintonizarse con lo que ve en la pantalla si la narración resulta carente, algo que, afortunadamente, no pasa en el caso del guion y de la realización visual de este capítulo. Si de simplicidad del cuento hay que hablar, esto no fluye hacia una caída (o derrumbe) del factor narrativo, y lo que se nos propone, si bien no muy profundo, sigue una estructura muy sólida en el desarrollo del cuento. Hay algunos elementos que hubieran podido ser explotados con más profundidad, por supuesto, pero esto significaría no darse cuenta de que lo que Cameron nos quiere ofrecer no es un estudio psicológico, sino una narración, cuyo objetivo es seguir un camino muy claro. No es algo, entonces, muy diferente de lo que hemos visto en Aliens o en Terminator (sobre todo la segunda parte), en los cuales la acción se transforma en el eje principal de una voluntad de entretener.

El problema de Avatar, entonces, se sitúa en la necesidad de posicionarse en un nivel de diálogo con la película misma. En palabras más llanas, si la cuestión de la humanidad, en tanto poblada en su mayoría por personas horribles y de los indígenas de la luna (Méliès estaría contento) como seres inocentes (o casi), puede resolverse en la voluntad de darle al público un cuento simple, como los de hadas, diferente es la cuestión de algunas elecciones sobre la teórica gran madre (o lo que sea) que lleva a pensar que los conocimientos de los indígenas son de por sí mejores de cualquier descubrimiento científico humano por el simple hecho de estar conectados con su medio ambiente. Una lectura, esta, que, analizada de forma racional, disminuye el impacto de la película y nos deja pensar si, efectivamente, el mensaje que Cameron nos quiere dar tiene o no sentido, ya que no puede sustraerse a una confrontación con una realidad diferente. Volvamos, entonces, a Méliès: como con la luna francesa, la obra del director canadiense tiene todo derecho en lo que a su posición en la historia del cine se refiere. Más allá de su valor en tanto función narrativa (cuento que nos es contado), la secuela de Avatar es la representación de una capacidad técnica y estructural casi insuperable, objeto de culto y, se supone, de elemento fundamental de la historia del cine y de la cultura popular en la que estamos sumergidos (en el bien y, desafortunadamente, en el mal). ¡A verla, sí, sin olvidar que los mensajes se pueden (se deben) criticar!

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Ficha técnica:

Avatar: el sentido del agua  / Avatar: el camino del agua (Avatar: The Way of Water),  EUA, 2022.

Dirección: James Cameron
Duración: 192 minutos
Guion: James Cameron, Rick Jaffa, Amanda Silver
Producción: James Cameron, Jon Landau
Fotografía: Russell Carpenter
Música: Simon Franglen
Reparto: Sam Worthington, Zoe Saldaña, Sigourney Weaver, Stephen Lang, Kate Winslet

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