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Oscar 2013

Michelle Obama en la entrega de los Oscar

La participación de la primera dama de Estados Unidos, Michelle Obama, como lectora del veredicto del Oscar a la mejor película, que fue precedida por la intervención del ex presidente Bill Clinton como presentador de Lincoln en el Globo de Oro, da a entender que la temporada de galardones del cine de Hollywood, y el Premio de la Academia en particular, fueron un espectáculo de propaganda del gobierno demócrata de Barack Obama.

¿Lo son también las películas nominadas al Oscar este año? La pregunta es retórica en lo que respeta a Argo, que está basada en la historia real de un proyecto ficticio de película para engañar al gobierno iraní en una misión de rescate de la CIA. Es la reivindicación de un método que contrasta con el fracaso de la operación militar Garra de Águila para tratar de sacar de Irán al personal que fue tomado como rehén en la Embajada de Estados Unidos en Teherán. Eso significa la “I” de “inteligencia” de la CIA para los realizadores, a lo cual se añade la burla de la épica que la propaganda de guerra suele tomar prestada de Hollywood.

Operaciones como la de Argo, sin embargo, no han sido la regla en la actuación de la CIA. Para hacerse una mejor idea de su naturaleza, la agencia merecía un prólogo como el que se dedicó al despotismo del sha de Irán. El interés implícito en esa omisión, que se añade a la del desastre de Garra de Águila, es lo que establece el vínculo entre la película de Ben Affleck y la intervención de Michelle Obama. El actual gobierno de Estados Unidos ha recurrido a un escamoteo similar al criticar a la administración anterior por aceptar la tortura, a la vez que esconde que la operación para matar a Osama bin Laden, parecida a la de las fuerzas militares en Irán, aunque exitosa, también fue un crimen: un asesinato político.

Una cuestión de métodos

El problema de los métodos oscuros de la democracia estadounidense también está presente en otros dos de los filmes nominados al Premio de la Academia, Lincoln y Zero Dark Thirty, lo que lo convierte en meollo de la pregunta acerca de si los filmes del Oscar son oficialistas.

LincolnBill Clinton usó estas palabras para calificar la historia de Lincoln, que trata del cabildeo para la aprobación de la enmienda constitucional que abolió la esclavitud en Estados Unidos: “Una ruda lucha contra una Cámara de Representantes amargamente dividida. Ganarla requería que el presidente hiciera un montón de acuerdos desagradables”. Visto así, el filme pareciera ser una apología de las negociaciones de la política, que pueden parecer turbias para la gente común pero serían la única manera de hacer valer los más nobles principios.

Pero el Abraham Lincoln de Steven Spielberg es mucho más que eso. El personaje expresa una concepción de la justicia que reclama hombres con luces para discernir y hacer lo que es justo por sobre la oscuridad de los intereses, las bajas pasiones y lo que establecen las reglas. La llama con la que se compara a Lincoln al final de la película es elocuente en ese sentido.

Figuras como esa causan aprehensión entre los que defienden la democracia porque puede no haber manera de distinguir con claridad entre un héroe justo y un tirano que se crea iluminado. No debe olvidarse, en ese sentido, que el problema de Lincoln en el filme es hacer constitucional la decisión de abolir la esclavitud que tomó en el ejercicio de poderes de estado de excepción. Pero la posición de los realizadores es la defensa de ese tipo de liderazgo para que los países puedan salir adelante cuando atraviesan crisis como la Guerra de Secesión o la de la economía en la actualidad. Estados Unidos necesita un Lincoln del siglo XXI, plantea el filme, lo cual no es propaganda sino un llamado al actual presidente, o a cualquier otro que pueda venir después, para que asuma la que consideran una tarea histórica.

Tarea del ciudadano

ZeroDarkThirtyLa tortura, uno de los métodos de la democracia estadounidense en su “guerra contra el terrorismo”, ha sido el centro de las críticas a Zero Dark Thirty. Es curioso que las reacciones no hayan sido igualmente encarnizadas con respecto al asesinato político, y ese otro aspecto oscuro del gobierno de Barack Obama es el tema de la película, escrita por Mark Boal y dirigida por Kathryn Bigelow, sobre la operación en la que mataron a Osama bin Laden.

En Zero Dark Thirty se adopta una perspectiva para tratar los temas controversiales que causa confusión entre los que requieren ser guiados para darse cuenta de cuál es el mensaje. La película puede ser vista como una puesta al desnudo de la lógica de la venganza con la que Estados Unidos actúa contra los “terroristas islámicos”, en un filme que comienza con voces grabadas en los atentados del 11 de septiembre de 2011 y termina con el asesinato de alguien que probablemente fue el autor intelectual. Pero también puede parecer apología de las intervenciones estadounidenses en el extranjero y de las violaciones de los derechos humanos. Es el espectador de Zero Dark Thirty el que debe adoptar una posición frente a la historia.

Que salga Obama diciendo que Estados Unidos no debe torturar parece contradecir eso. Pero también hay un funcionario de su gobierno que reclama a los agentes “give me targets to kill”, gente que matar. Por esa ambivalencia el filme no puede ser considerado propaganda, y si hay espectadores que simpatizan con la cacería de Bin Laden, o llegan a la conclusión de que la tortura es útil, son ellos los que fallan como ciudadanos con conciencia moral, no la película.

La pregunta que queda en el aire es qué hubiera pasado si Michelle Obama hubiera dicho “and the Oscar goes to Zero Dark Thirty”. La decisión de recurrir a ella indica qué tan alta era la probabilidad de que ganara la políticamente correcta Argo, si es que puede concedérsele a la Academia el beneficio de la duda y no sospechar del secreto del resultado.

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