Festivales 

69 SSIFF: Normalidad garantizada y buen cine

Del 17 al 25 de septiembre se celebró la 69a. edición del festival de cine internacional de San Sebastián. Un número icónico que precede a la septuagésima cita, que prevé una efemérides a lo grande, bajo el amparo del restablecimiento de la normalidad deseada. Si por curiosidad el lector quiere repasar la crónica del año pasado que firmé para EL ESPECTADOR IMAGINARIO, leerá en la introducción del texto que me hacía eco del desaliento que la situación pandémica había causado en general a todos los eventos, del signo que fueran, y abundaba en la disciplina sanitaria ejercida por la organización, ofreciendo espacios seguros gracias a las extremas condiciones de seguridad en la desinfección de todos sus locales y salas. La terrible amenaza de contagio ocasionada por la COVID-19 afectó e inquietó mucho, alejando a mucha prensa. La crisis vírica diseñó una tristeza ambiental y cierto aire deprimente. La preocupación era máxima entre el colectivo de acreditados. El retrato general era desmoralizante e inspiraba desánimo.

Transcurridos 365 días, más o menos, el paisaje después de la dura batalla ha variado, pintando un panorama completamente distinto. La alta pauta de vacunación entre la población y la remisión del virus han devuelto a la ciudad su aspecto jubiloso y festivo. El paradisíaco enclave del país vasco ha retomado el imán turístico que posee. El certamen se ha desarrollado con síntomas semejantes a la normalidad total, pero todavía con lógicas restricciones (uso obligatorio de la mascarilla en interiores, aforos limitados, desinfección rigurosa entre proyecciones y renuncia a las aglomeraciones) que no han impedido, para nada, el cumplimiento de su programación. Es más, por la calle y las inmediaciones de los centros neurálgicos del festival se palpaba ajetreo y ganas de empaparse del chapoteo que genera un gigante como San Sebastián. En este sentido, el aumento de periodistas e informadores se ha hecho notar. También los profesionales de industria han elevado su cota de asistencia. Por el interior de las tripas del Kursal, sede del festival, se palpaba confianza y algarabía. A la vez, el flujo de figuras de renombre y estrellas ha sido incesante. La actriz francesa Marion Cotillard y el intérprete norteamericano Johnny Deep fueron los premios Donostia 2021. Los dos calaron hondo y dejaron momentos glamorosos. El norteamericano tuvo gritos de apoyo. Los agradeció. Todo parecía ajustarse al protocolo y planes previstos. La sensación de la 69a. edición es que todo funcionó y acuñó una dedicatoria: el curso que viene, más y mejor.

Las secciones del Zinemaldia responden a patrones fijos y rara vez están abiertos a pequeñas modificaciones. La sólida programación se sustenta en sus principales epígrafes. Que no son otros que su sección oficial a concurso, perlas de otros festivales, nuevos realizadores, horizontes latinos y zabaltegui-tabacalera. Estos bloques configuran el grueso de su agenda. Todo un buque insignia de mucho atractivo y notable expectación. Hacia esa parte noble mira el periodista cinematográfico en busca de la esencia de su profesión, el significado de los largometrajes. Este año nos han puesto una oferta seleccionada con gusto. Vamos a su repaso.

La sección oficial reunió dieciséis títulos dispuestos a competir. Son las reglas del juego en todos los encuentros de este tipo. Dos largometrajes fuera de concurso, una serie televisiva, La fortuna (2021), de Alejandro Amenábar y un cortometraje, Rosa rosae (2021), de Carlos Saura, con tema musical del cantautor aragonés José Antonio Labordeta, que se pudo ver en la gala de inauguración por delante del largometraje escogido para abrir el certamen.

El comienzo de la competición significó el reencuentro con un cineasta que tuvo su época de esplendor en los años noventa. El otrora autor deslumbrante por su fuerte temática alegórica, Zhang Yimou, presentó Un segundo (Yi miao zhong, China, 2021), un cálido y emotivo homenaje al cine. Una versión, salvando las distancias, de Cinema Paradiso (1988), de Giuseppe Tornatore, trasladando y contextualizado la acción en la China de la revolución cultural en los años sesenta. El segundo al que alude el título de la película responde al breve fragmento de celuloide de un noticiario de propaganda, en el que aparece la hija del personaje central. Un hombre que ha burlado a las autoridades penitenciarias y recorre un largo camino para vislumbrar la aparición en pantalla de su hija. Se narra su peripecia personal, rebelde y contestaria, pero sin añadir matices de disidencia política para no molestar al gobierno chino. Su peripecia, con pinceladas chistosas al comienzo, permite varios encuentros fortuitos con un par personajes de cierto peso. Pero el más emocional es la relación que establece con un veterano proyeccionista, que enseguida te pone en la referencia del citado y recordado filme de Tornatore. Su sombra es alargada. El argumento está localizado en una zona rural, cuyos vecinos reciben su correspondiente carga ideológica y moral a través del cine. La película habla de la persistencia y tenacidad del protagonista por redimirse de un pasado oscuro y alcanza sus momentos más emotivos en la doctrina de la colectividad para restaurar una bobina del informativo dañada en su transporte. La puesta en escena es académica y clásica, sencilla, con buena fotografía, pero sin rastro del Yimou admirado por la cinefilia.

La producción española estuvo bien representada. Todas las piezas a competición generaron el consabido debate y la disparidad de criterios. Pero no hubo una tendencia negacionista ni ofensiva hacia unas señas de identidad que ocasionan borrasca y fuertes discusiones. La 69a. edición permitió el reencuentro con un realizador ecléctico como Fernando León de Aranoa, autor, entre otras, de Los lunes al sol (2002). Su sarcástica farsa, El buen patrón (2021), reveló una canallesca alegoría sobre el marrullero funcionamiento del mecenas empresarial. La historia presenta a un individuo sibilino. Un vendedor de arrogancia camuflado bajo un barniz bonachón y comprensivo. El cínico e hipócrita se llama Julio Blanco, encarnado con irónica dualidad por un fantástico y venido arriba Javier Bardem. El villano es un ganador de los placeres de la vida y modelo de magnate falso y traidor. Representa la desvergonzada extensión del industrial que aparenta cercanía y cordialidad. Presume de conciliador y actúa como un patrón familiar, cuando realmente es un ogro disfrazado de cordero. Un bellaco que propaga los lemas de su empresa, pero le puede la soberbia del sistema económico que defiende.

El valenciano Paco Plaza apuesta por su código preferido, el fantástico. Firma La abuela (2021), que ilustra un sobrecogedor guion de Carlos Vermut, responsable de la dirección y libreto de Magical Girl (2014), a la que alude en un par de ocasiones. Durante su proyección se escucha el célebre bolero No marques las horas, que despliega una letra enganchada al sentido del relato. El filme es un cuento de terror ubicado en un piso enorme y siniestro. Un escenario que guarda secretos y la presencia de un ente maligno que posee cuerpos para perpetuar su dinastía y hegemonía. A este lugar acude Susana (Almudena Amor), en la cima de su progresión como modelo, cuya actividad en París debe posponer para atender a su querida abuela, víctima de un accidente vascular. La fortuna de su éxito laboral se trastoca y sus proyectos se anulan. Para certificar este desmoronamiento y caída en un pozo oscuro, Paco Plaza recurre a mesurados efectos de impacto, giros dramáticos de shock y a la fuerte presencia del personaje de la abuela, interpretada con sequedad y rigor minimalista por la actriz Vera Valdez. Nada nuevo sobre los fenómenos sobrenaturales de casas encantadas, misterios familiares y el ocaso de una chica que ve cómo se va al garete todo su maravilloso mundo. Los rescoldos familiares son terribles y pasan factura.

Maixabel (2021), dirigida por Icíar Bollaín y escrita por la propia realizadora y la guionista Isa Campo, lleva a la pantalla grande una historia inspirada en eventos reales que narra un hecho relacionado con los dramáticos y desoladores episodios de terrorismo de la banda ETA. Un asesino de la organización, Luis (Luis Tosar), que participó en el atentado criminal que costó la vida del político vasco y gobernador civil de Guipúzcoa, Juan María Jáuregui, quiere verse con la viuda Maixabel (Blanca Portillo) para pedirle perdón. Han transcurrido diez años. La cárcel, el aislamiento y la disconformidad con las garras del terror resetean la conciencia del matón. Pedir disculpas es un gesto franco, que le redime como humano. Pero más audaz y valiente, aunque no restañe la ausencia del infortunado, es hacerlo a la cara de la mujer que sufrió lo indecible, la pérdida del marido, y sobre todo, una actitud de cara a la sociedad vasca y a simpatizantes y miembros de la banda terrorista. El largometraje se cuenta desde el punto de vista de la viuda, su hija y el sicario. Perspectivas que entretejen un drama que sacude, que pega con fuerza. El villano, el arrepentido asesino, conmueve gracias a Luis Tosar, inmenso y desgarrador. El trabajo de Icíar te atrapa la mirada y cautiva el corazón. Una pieza honesta, sincera, con el arrojo suficiente para enganchar, sin especular y con las ideas motrices dosificadas con transparencia.

Daniel Monzón, responsable de trabajos como Celda 211, se apoya en el escritor cacereño Javier Cercas y en su novela Las leyes de la frontera para narrar, desde el contexto de la naciente pero convulsa democracia en España, un episodio sobre la pérdida de la inocencia. El largometraje estuvo fuera de concurso y cuenta el agitado trayecto que debe recorrer un adolescente de provincias (Girona), a finales de los años 70, para envalentonarse, escapar de las humillaciones y agresiones, estar al lado de la chica que quiere y tomar decisiones muy arriesgadas que forjan un modelo de existencia para el que no está preparado. La película hay que leerla en clave de cine quinqui, tendencia popular de la década de los setenta en España, para exprimirle sus mejores cualidades, aunque resiente la escasa autoridad y cuño de su principal protagonista, Ignacio Cañas (Marcos Ruiz), apodado el Gafitas, un joven que no imprime el carácter necesario para conquistarte.

La cinematografía francesa tuvo bastante presencia y se pudieron ver las últimas aportaciones de cineastas solventes. Un fijo de San Sebastián, Laurent Cantet, propuso uno de los títulos más convincentes, compactos y actuales. Arthur Rambo (2021) es un rabioso texto de nuestros días, de redes sociales, provocaciones y odios. Define, a grandes rasgos, la demagogia y tiranía de los perfiles en las distintas aplicaciones de las redes. Una trampa que se convierte en un avispero si lo convertimos en un campo de batalla. Karim D (Rabah Nait Oufella) es un joven escritor aupado al éxito gracias a sus dos primeros libros que lo señalan como una nueva voz narrativa, que refleja con afilada mirada contemporánea la situación de los emigrantes magrebís. El éxito le sonríe y está a un paso de conquistar la fama. Pero la ensoñación dura apenas nada. Las redes sociales comienzan a vomitar tuits escritos hace cinco años en los que expresaba todo un arsenal de intolerables calificaciones hacia los judíos, homosexuales, lesbianas, etcétera. Su posición se desmorona y los aliados le rechazan. Se queda solo y aislado. Tiene que bregar con su desafortunado pasado y el mundo virtual le reprende. Cantet no mortifica a su criatura. La deja en manos de las fieras que aplican su justicia demoledora. En su desesperado intento de lavar su imagen se encuentra desprotegido y su propio entorno de amistades le repudia. En medio de este fragor, también mediático, una conversación con su hermano eleva la temperatura y deja un filme brillante y muy tenso.

Enquête sur un scandale d’état (2021) se adentra en los códigos del thriller. Lo firma Thierry de Peretti. Se inspira en eventos reales y narra el proceso de creación de una exclusiva periodística, a cargo de un reportero que construye un reportaje acerca de la implicación de oficiales de la agencia del Estado francés contra el  narcotráfico, con algunas remesas de droga incautada en sus redadas. El informador cuenta con la inestimable ayuda de un topo, que primero trabaja para el aparato policial y cuando se percata de que ha sido engañado, decide vengarse revelando datos de incalculable valor. Aquí se explora la actitud dudosa y algo confusa del chivato, que desconoce los rituales y pasos del periodista para construir su investigación, así como el papel que desempeña la fuente. El estilo que sigue el realizador se aparta del vigor y la angustia que suelen caracterizar los relatos sobre reporteros emboscados, sorteando innumerables obstáculos y flirteando con el riesgo. La pauta seguida no es intrigante, carece de ardor, y los hechos están observados sin emoción y empatía. También es verdad que la trama me pareció dispersa y que ningún personaje, salvo la imperial y breve presencia de Vincent Lindon, me dejó rastro. Una visión antiheroica del periodismo.

La cineasta Claire Simon recurre al minimalismo y, también, al periodismo para armar su historia. Vous en désirez que moi (2021) está basada en hechos reales y adapta el libro Je voudrais parler de Duras, de Yann Andréa. El largometraje, de apenas dos personajes, pone en imágenes la entrevista que la novelista y colaboradora de la revista Marie Claire, Michéle Manceaux (Emmanuelle Devos), realiza a Yann Andréa (Swann Arlaud), que solicitó ser entrevistado para contar su pasional historia de amor con la escritora, guionista y directora de cine Marguerite Duras. La entrevistadora llega a la casa del entrevistado, no escuchamos sonido todavía, y cuando la redactora pone en funcionamiento su grabadora, se activa el sonido y comienza una relación de preguntas y confesiones que descubren episodios insólitos, hermosos y ariscos. Yann es homosexual y queda deslumbrado por la visión del filme India Song. A raíz del arrebatador descubrimiento de la película, inició una persistente correspondencia de rendida admiración que, al final, llamó la atención de Duras. Esta, 38 años mayor que él, lo convirtió en su amante y lo incorporó como actor en algunos de sus trabajos cinematográficos. Toda la potencia de este largometraje está centrado en la sencilla pero enorme interpretación de Arlaud, sentida y humilde, que desgrana recuerdos con contención y tacto. Es un filme muy textual, literario, que puede engancharte con facilidad por la delicadeza del intérprete.

El veterano Terence Davies, vuelve por sus fueros de exquisita orfebrería fílmica con el apasionado largometraje Benediction (2021), un bello relato, rodado con la exquisitez y elegancia que caracteriza al autor británico, que nos traslada a los tiempos de la Primera Guerra Mundial para acercarnos a la figura del poeta Siegfriend Sassoon, encarnado con sublime belleza por el actor Jack Lowden. Sassoon se alistó en el ejército y tras conocer las atrocidades humanas de la contienda se convirtió en objetor de conciencia. Fue expulsado y comenzó su producción literaria, a la vez que peleaba internamente por reconocer su homosexualidad. Tuvo relaciones con varios hombres y terminó contrayendo matrimonio con una amiga que le dio un hijo. Davies traza un arco temporal y sitúa la acción en varios períodos, describiendo, con puntillismo y detalle, años agitados en lo humano y frustrantes en la parte íntima y sentimental del personaje. El proceso de juventud, oposición al heroísmo, crítica mordaz al estamento militar y trayecto personal y amoroso está contado con clasicismo formal. Memorables son las transiciones para cambiar de época, y la utilización de imágenes de archivo de batallas y muertos, para apuntalar el discurso, quizás sean excesivas. Pero el conjunto es muy hermoso.

Camila saldrá esta noche (2021) es una producción argentina y supone el cuarto trabajo de la directora Inés Barrionuevo. La realizadora dispara fuego. Sabe lo que cuenta y tiene entre sus manos un personaje dimensional, pese a su todavía poco cuarteada existencia. Criaturas proteínicas. Puedes estar a su lado o en su contra. Me pongo a su favor, porque me atrae su discurso y defiendo posturas de su línea. Camila (Nina Dziembrowski) es una adolescente en esa edad crucial de experimentar, conocer y catalizar la experiencia de su nuevo destino en Buenos Aires para forjar el temperamento y sus respuestas ante los retos. La chica es despierta, cauta y rabiosa. Larva una postura inflexible y mordaz. Su postura representa el lado contestario de una parte la sociedad. Los jóvenes se ideologizan, asumen discursos y salen a la calle a protestar y reivindicar. La película explora el entorno familiar, educativo y sentimental de Camila. Indaga en las parcelas más íntimas de la protagonista y sus escarceos amorosos. Su historia está contextualizada en un momento clave de la Argentina, con las mareas feministas y las manifestaciones a favor del aborto. La cámara se instala en la calle. El objetivo capta los movimientos, los eslóganes, las peticiones. Camila está en el epicentro, porque siente que eso le pertenece y quiere participar en las protestas. Es una joven abierta y comprometida. Estudia en un colegio católico e interviene en su repulsa por una educación hipócrita e inmovilista.

La cineasta de origen peruano Claudia Llosa, presentó una de las sorpresas de la sección oficial. Distancia de rescate (2021) se adentra en las claves del género fantástico para abordar un rasposo tema: de qué es capaz una madre para evitar perder un hijo. Adaptación de la novela de Samanta Schweblin que la directora de La teta asustada lleva al terreno sobrenatural y los rituales selváticos encaminados a resucitar la vida de un ser muerto. El filme se abre con estilo de terror y la narración está conducida por la voz en off de un muchacho que narra su experiencia como “regresado”, cuando a su entorno llegan para pasar sus vacaciones una mujer y su hija. Dos huéspedes que pronto confraternizan con la administradora de la casa en la que van a disfrutar su descanso. Ella es una maravillosa e inquietante Dolores Fonsi, y la inquilina, una ajustada con rasgos vulnerables María Valverde. Dos madres frente a frente. La primera ha sufrido una tragedia con su muchacho y desea absorber su desgracia, maniobrando en la felicidad de su nueva amiga. La voz narrativa nos advierte que estemos atentos a los detalles. Me fijo en todo. Mientras, la desazón y la perturbación suben enteros. El asunto es cruel pero merece ser visionado. Llosa plantea una estructura compleja y baila con los géneros. Consigue un cuento provocador de virus y contagios. No es oportunista. Solo un factor bien utilizado.

Las últimas cintas que he visto del nuevo cine rumano son broncas y grabadas con estilos agresivos. Ponen el acento en cuestiones dramáticas y conflictos entre personajes soliviantados y agresivos. Crai nou / Blue Moon (2021) reúne algunos de los aspectos anotados más arriba. Supone la ópera prima de su realizadora, Alma Grigori, que también se encarga del guion. Gira en torno a una joven que trata de labrarse un futuro, postulándose para estudiar en Bucarest, mientras libra una batalla muy caótica y chillona con su disfuncional familia. Retrato efervescente de un clan familiar que regenta un hotel de montaña y los violentos choques entre sus miembros. Las mujeres son las que padecen una presión agobiante por parte de uno de los parientes masculinos, que no solo tiene un odioso comportamiento muy visceral, sino que encarna al típico controlador machista que cree que todo debe pasar por su temperamental criterio. Excesiva y explosiva en los caracteres de los personajes. Su pretensión es satirizar la endogamia de los clanes familiares, denunciar los trapicheos inmorales que ejercen y censurar el descaro de un patriarcado galopante. Un filme psicótico que, en su vertiente psicológica, quiere explorar las personalidades de las féminas, verdaderas sostenedoras del drama.

Desde los primeros compases de Du som er i himlen / As in Heaven (2021), producción danesa escrita y dirigida por Tea Lindeburg, sobresale el tono fantástico y el predominio del color rojo en su estética inicial. Pronto te enganchas y adviertes que si el desarrollo del argumento va a incidir en esos términos expresivos, estamos ante un muy atractivo debut detrás de las cámaras. La ópera prima de Lindeburg cuenta las obligaciones que debe asumir Lisa (Fiora Ofelia Hofmann), la primogénita de un matrimonio de granjeros daneses de estricta educación religiosa a finales del siglo XIX. Su devenir está expuesto a las rigurosas leyes ancestrales del dogmatismo moral. Un percance grave la va a situar al frente de las tareas agrícolas. Toda la historia está narrada desde el punto de vista de Lisa. Una chica de catorce años, en edad de jugar con sus hermanos y de tener los primeros enamoramientos. Es atenta, lista y perspicaz. Su madre, embarazada de nuevo y a punto de parir, le ha concedido la oportunidad de abandonar el ámbito rural y marcharse a estudiar a la ciudad, ante la hosca desaprobación de su padre. Drama nórdico, de corte clásico en su forma, que retrata con costumbrismo las ocupaciones y estratos de la hacienda y describe con fuerza dreyeriana el fervor de unas gentes a los mandatos del luteranismo, sus miedos a Dios y el sentimiento de culpa, aspectos que tienen mucha presencia dramática en el desarrollo de la historia.

Una película que descolocó por su desopilante textura y su siniestro estilo visual fue Earwig (2021), realizada por una cineasta habitual del certamen, la francesa Lucile Hadzihalilovic. Generadora de escenarios malsanos y extraños, de aspecto fílmico deprimente, su cine sufre pocas mutaciones en sus claves formales y estéticas, y el largometraje presentado contiene muchas referencias a su obra precedente. Ambientes teñidos de escalofriante aspereza y desazón, por los que transitan ogros infames y niños en proceso de sufrir experimentos aberrantes. En este caso, en un apartamento en penumbra, de fotografía sobrecogedora, un hombre, Albert (Paul Hilton), cuida a una niña, Mila (Romola Garai), a la que somete a un mórbido tratamiento dental. Apenas hay diálogo y casi toda la acción se concentra en la perturbadora vivienda. La relación de los personajes es fría y desapasionada. Se limitan a tareas mínimas y a los ensayos odontológicos. La oscura monotonía preside el relato solo alterada por la presencia de un cuadro que observa Mila, que anticipa el perturbador desenlace. El tercio final cambia de ubicación, pero la atmósfera sigue siendo la misma, mientras descubrimos la razón del secreto de los dientes. Lucile Hadzihalilovic en estado puro.

No lo puedo negar. El mejor aval de la producción norteamericana The Eyes of Tammy Faye (2021), de Michael Showalter, es la fascinante y exuberante interpretación de la actriz Jessica Chastain, que hace un trabajo descomunal. Se mimetiza hasta el mínimo detalle en un personaje real, Tammy Faye, una mujer procedente de la América profunda y rural que se convirtió, junto a su esposo, Jim Bakker (Andrew Garfield), en telepredicadores, consiguiendo un reconocimiento incondicional por millones de seguidores. Montaron un tinglado televisivo, gracias al cual se embolsaron grandes cantidades de dinero que derrochaban en fastos ridículos. Su montaje bíblico se desmoronó, cayeron en desgracia y se vieron perjudicados por varios escándalos. Inspirada en hechos reales, el largometraje es un espectáculo fascinante de Jessica Chastain, que te hipnotiza, se apodera del alma del filme y, gracias a su recreación, te olvidas de una historia contada hasta la extenuación. El auge y caída de pintorescas piltrafas es una receta audiovisual explotada con asiduidad encaminada, si toca, a mostrar la redención del personaje fabulador causante de mucho daño. El planteamiento no esconde la irónica perversidad y tomadura de pelo de estos engranajes mediáticos servidos por pomposos hipócritas que utilizaban sortilegios religiosos para favorecer su avaricia y egolatría.

El punto oriental lo puso el debutante pero reputado fotógrafo Zhang Yi, con, Ping yuan shang de mo xi (2021), un thriller policíaco, de trama rebuscada, que sigue los pasos de recientes éxitos de la cinematografía china en este terreno, como El lago del ganso salvaje, de Diao Yinan, cuyo operador de cámara era, Zhang Yi. Para apuntalar la producción y orientar al inexperto realizador Yinan, ejerce las funciones de productor y sus postulados y directrices se notan en la textura de la película como en la visión que el gigante asiático estaba experimentado en sus pilares socieconómicos. Para armar el argumento se echa mano de una trama criminal que empieza en 1997, con un asesino en serie que elimina a taxistas, que genera desconfianza y miedo entre la población de una ciudad y permite la relación de amistad de un joven atribulado por el amor y un policía. El agente es abatido en un tiroteo, la chica desaparece misteriosamente y cuando la acción se ubica en 2005 ,el muchacho se ha convertido en policía y reabre el caso de su amigo para intentar buscar a su asesino y, de paso, solucionar el paradero de su amiga. Muchas líneas argumentales, todas ellas bien resueltas, sin solapamiento que, aparte de la intriga, persiste una historia romántica que obsesiona al policía y, de paso, las consecuencias que se derivan del cierre de empresas y la pérdida de su tejido industrial que provoca el éxodo a otros lugares de trabajo, todo ello, envuelto en un atmósfera de desencanto y desilusión, violentada, además, por el relato criminal.

A grandes rasgos, la 69a. edición del Festival de Cine de San Sebastián ha seguido un curso que ha dejado atrás el miedo a una pandemia que remite y que ha propuesto una coyuntura pensada para agradar y convencer. Firmas ilustres y reconocidas se han compaginado con nombres nuevos para equilibrar la balanza de veteranía con savia joven y prometedora. En líneas generales, el nivel de las películas a concurso ha sido aceptable, poniendo el foco en imágenes de la vida, atendidas desde métodos narrativos dramáticos, interactuando con aportaciones, cuyos vuelos visuales y estéticos apuntaban al cine de género. Ninguna obra maestra, pero sí un puñado de material fílmico que daba gusto ver y desentrañar sus historias. Quizás uno de los factores o fenómenos que más me atraen de los certámenes cinematográficos sea su variedad y las licencias, métodos y técnicas que los autores y autoras utilizan para desarrollar sus historias, que nos dejan un poso en forma de imágenes, que nos abren puertas para desmenuzar su mensaje o discurso o proceder a reseñar sus virtudes técnicas y narrativas. Tarea fatigosa en un certamen, pero atendida con inmenso placer.

Queda para la polémica, más o menos intensa y agria, el fallo del jurado y su decisión de pintar su palmarés con un claro color feminista. Bastantes fogonazos, algunos atemperados, otros iracundos, han transitado por las redes sociales, cuestionando el reparto de premios. Una maniobra que solo saben los miembros certificadores y cuáles fueron los baremos que emplearon para concluir con su postura. Sus valoraciones son, en todo caso, soberanas. Justas o injustas, respecto a los criterios de los informadores y analistas. Pero, al fin y al cabo, la arbitrariedad y subjetividad son posturas personales. Todos tenemos un criterio técnico y artístico y sobre esa escala puntuamos y valoramos. Sí es verdad que la producción ganadora, la rumana Blue Moon, no entraba en ninguna quiniela. Es más, desde que se proyectó, careció de atención y empatía por parte de los acreditados. Sin embargo, para los miembros del jurado, fue la Concha de Oro.

Palmarés:

Concha de Oro a Mejor Película: Blue Moon de Alina Grigore
Concha de Plata a la Mejor Dirección: Tea Lindeburg por As in Heaven
Concha de Plata a Mejor Interpretación Principal: Flora Ofelia por As in Heaven y Jessica Chastain por Los ojos de Tammy Faye
Concha de Plata a Mejor Interpretación de Reparto: El elenco de Quién lo impide de Jonás Trueba
Premio Especial del Jurado: Earwig de Lucile Hadzihalilovic
Premio del Jurado a Mejor Guion: Terence Davies por Benediction
Premio del Jurado a Mejor Fotografía: Claire Mathon por Undercover
Premio Nuev@s Director@s: Unwanted de Lena Lanskih
Premio Horizontes: Noche de fuego de Tatiana Huezo
Premio Zabaltegi: Vortex de Gaspar Noé
Premio del público: Petite maman de Céline Sciamma
Premio del público a la mejor película europea: Between Two Worlds de Emmanuel Carrère
Premio Irizar al cine vasco: Maixabel de Iciar Bollaín
Premio Cooperación Española: Noche de fuego de Tatiana Huezo
Premio Feroz Zinemaldia: Quién lo impide de Jonás Trueba

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