Críticas

A las puertas de la cordura

Navalny

Daniel Roher. EUA, 2022.

Navalny aficheAlexéi Navalny y su reciente deceso resucitan la vigencia de este documental producido por la CNN. El acérrimo enemigo de Putin esboza su denodada lucha ante el poder. Uno de los principales líderes de la oposición; supo incomodar al presidente ruso al punto de sufrir un atentado con trágico final; presunto homicidio responsabilidad del gobierno ocurrido en la  colonia IK-3, en Kharp, una cárcel 60 kilómetros por encima del Círculo Polar Ártico, a casi 2.000 kilómetros de Moscú.

La figura de Navalny cobró notoriedad en marzo de 2017 durante las manifestaciones contra la corrupción en varias ciudades rusas. La mayoría fueron prohibidas; en Moscú, la gente colmó las calles para desafiar a las autoridades.

Aléxei fue condenado a pagar una onerosa multa acusado de organizar la masiva protesta. Se lo condenó a 5 años de prisión por desobediencia a la policía, aunque luego se le suspendió la pena.

Esta producción remite al intento de homicidio perpetrado en Siberia, luego de ser divulgados los resultados de la última investigación de la Fundación anticorrupción, bajo el título: “El palacio de Putin: historia del mayor soborno”. La respuesta fue automática; Navalny es envenenado en 2020 con Novichok, pero logra sobrevivir. La cinta rescata su recuperación en Alemania, el proceso de investigación para detectar a los responsables y el retorno del líder político a Rusia (2021), donde es prendido y condenado a 9 años de prisión, que luego pasarán a ser 19.

Documental galardonado con el Oscar 2023, cobra vigencia en el presente, oficia de homenaje a la lucha pacífica ante el poder de turno; una apología de la verdad y la libertad de expresión más allá de partidarismos. Navalny representa la vigencia de la represión en su versión más grosera, intimidante y bizarra. Secreto a voces, infiltra la política de manera superlativa, genera un absurdo colindante al grado más obsceno de una parodia de lo grotesco. Es el culto a la arbitrariedad canalizado en la persistente lucha que atraviesa lo matrimonial, pasando por lo familiar, para desembocar en un masivo respaldo popular en plena pandemia. Yulia, esposa de Aléxei, acompañará el accionar junto a sus hijos, la rebelión es familiar, intenta incitar la justa causa por el ejemplo.

Navalny fotograma

La pesadilla no claudica, el sentido del humor pule la tolerancia al peligro; Navalny anima a su familia y alienta a sus seguidores. Resistente recorrido que no ceja en su empeño ni ante las más hostiles condiciones de prisión: «Soy tu nuevo Padre Escarcha. Tengo un abrigo de piel de oveja, un gorro Ushanka con orejeras, pronto me darán unas botas Valenki, y me ha crecido la barba. No hay ciervos, pero hay perros pastores enormes. Y lo más importante, ahora vivo más allá del Círculo Polar. Como soy el Padre Escarcha, probablemente te interese el tema de los regalos. Pero me temo que soy el Padre Escarcha de un régimen especial, así que sólo recibirán regalos los que se hayan portado muy mal» (fragmento de  una carta a su hija desde la prisión). El Padre Escarcha es una figura mitológica del norte de Europa, tiene el poder de hacer caer la nieve o crear las condiciones del invierno.

La anécdota reafirma una típica manera de conducirse frente al riesgo; fórmula presente en la película, deja afuera la muerte como posibilidad. Ante el entrevistador responde: “Si te matan, si sucede, ¿qué mensaje dejas al pueblo ruso? Vamos, Daniel. De ninguna manera. Es como si estuvieras haciendo una película de mi muerte. Repito, estoy listo para responder a tu pregunta, pero por favor, que sea otra película. La película número dos. Hagamos un tráiler de la película, y en el caso de que me maten, hagamos una película aburrida a mi memoria.”

Roher señaliza la diferencia entre las multitudes y un carismático liderazgo que satura la escena de discursos optimistas contra el miedo, alusión propia y a sus seguidores; heroico movimiento destinado a la lucha impregnada por la sencillez de la mera denuncia ante las arbitrariedades del poder. El discurso de Navalny es ausente en políticas específicas de gobierno o, asistimos a una simplificación que legítimamente se orienta hacia la denuncia social, la manifestación de masas arengadas en favor de una causa: terminar con la corrupción.

El gran tema es el ingenuo deschave de un integrante del equipo de científicos –al día de hoy desaparecido- encargado de la operación; sus declaraciones telefónicas establecen la prueba contundente de la realidad de los sucesos: Aléxei fue envenenado. Significativo momento que asciende la calidad del documental en conjunción con el asombro de protagonistas y espectadores.

Navalny escena

Navalny no especifica ofensas ni dilaciones; expresa un cúmulo de momentos disonantes juzgados bajo el paraguas de la cordura. Se encarga de rotar las imágenes en un juego que oscila entre el desenfado del guía y el sostén de multitudes, tanto virtuales, como de carne y hueso. Núcleo de referencia sostenida; inundado por las políticas del régimen, no claudica en la necesaria mención a la defensa del líder, hace gala de una persistencia a prueba de todo  interés o, mejor dicho, de cualquier tipo de arrestos.

Los breves mojones atienden una idiosincrasia que valora la capacidad del liderazgo en su atipicidad, omiten cualquier tipo de estricta vinculación a ideas de derecha; no es lo relevante, el acompañamiento seduce en un tipo de convocatoria más anti Putin, que vindicativa de ideologías políticas. En todo caso, la promoción va en dirección a los derechos humanos y el combate a la corrupción como ideas ligadas a los mismos fenómenos políticos. Putin es el maligno entre las sombras, Navalny, el innombrable por temor al “extremismo”. Exageraciones propias de un sistema necesitado de aceptación universal y evolución emocional; Aléxei es el llamador que, desde cualquier circunstancia, convoca a poner las barbas en remojo.

El liderazgo es por extensión de lo que se hace y se siente, la abreviada multitud ocupa pasajes, presencia elocuente del efecto Navalny, su presencia es secundaria. La cinta disimula la apología de un personaje central, cala en profundidad, es necesario demostrar la importancia de quien ocasiona un dolor de cabeza irreversible al Kremlin.

Navalny escena

El filme ocupa multiplicidad de escenarios, brinda un realismo dinámico que altera los momentos en su dramatismo; los matices divulgan lo conocido en clave de épica ciudadana a la conquista, ya no del poder, sino de la movilización social por simpatía, intento de provocar lo semejante por lo semejante al mejor estilo de la magia chamánica.

Lo similar puede producir lo similar, los efectos pueden emular las causas, y aquellas cosas que han estado en contacto continúan en influencia mutua una vez separadas. Es el mitin ante su público, implicancias por el registro de las cámaras, ya no hay retorno: “No tengo miedo de decir lo que he dicho muchas veces, quienes están en el poder son ladrones corruptos. ¿Quién es Vladimir Putin? ¡Un ladrón! ¿Putin? ¡Ladrón! Ustedes lo dijeron, no yo. Ahora la policía lo registró.”

Navalny invita a sus seguidores en el aeropuerto: “Todos me preguntan si tengo miedo. No tengo miedo. Todos los cargos contra mi han sido inventados, y todas las amenazas con que intentaron asustarme son mentiras. La verdad está de mi lado y la ley también. Así que no tengo miedo de nada y te pido que tú tampoco tengas miedo.”

Una invitación al coraje ejercido de manera pacífica; Navalny es pulseada que recoge evidencia directa, testimonio en el intento de sembrar una semilla hacia el rescate futuro de una nación.

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Ficha técnica:

Navalny ,  EUA, 2022.

Dirección: Daniel Roher
Duración: 98 minutos
Producción: CNN, Cottage M, Fishbowl Films, RaeFilm Studios
Fotografía: Felix Angermaier, Nikita Pavlov, Niki Waltl
Música: Marius De Vries, Matt Robertson
Reparto: Alexei Navalny, Vladimir Putin, Yulia Navalnaya, Christo Grozev, Mariya Pevchikh

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