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La felicidad no siempre divierte

Primera Imagen Todos nos llamamos Alí

El título original del filme es: “El miedo devorar alma” (Angst essen Seele auf). Presupone un error de Alí desde el punto de vista gramatical: no domina  el idioma. La frase correcta en alemán sería: Angst isst die Seele auf (el miedo devora el alma).

En español difiere significativamente: “Todos nos llamamos Alí”.

Marca un intento de identificación con el espectador desde la discriminación. Es como si todos estuviésemos colocados en el lugar de Alí por pertenecer a países subdesarrollados  alguna vez colonizados. Pero, si bien existe indirectamente algún tipo de conexión con esta idea, se tiende a promover más la empatía que la identificación. El personaje central es digno de compasión;  nos está diciendo que “el miedo devora el alma”,  en alusión a su propia experiencia como inmigrante. El desenlace nos sitúa frente a ese daño corporal interno que podría asemejarse a la acción de devorar por dentro: Alí es internado por una úlcera. El arribo a esta conclusión no nos sorprende: el personaje nunca expresa angustia o ira, siempre está en una postura que denota tensión y rigidez, no exhibe emociones cuando alguna circunstancia lo incomoda; solo atina a huir: se reúne con sus amigos o la cantinera. Es de suponer que todo el proceso de tensión emocional es somatizado: una experiencia inconsciente donde se siente devorado en su interior. La consecuencia es la enfermedad ocasionada por un alto grado de estrés, debido a condiciones de existencia altamente angustiantes.

La película comienza con una frase que denota la paradoja de una relación atípica: “la felicidad no siempre divierte”. La felicidad como un sucedáneo en tanto buscada y conseguida solo en apariencia; es así, que opera como vía de escape. Los amigos, la cantinera, Emmi;  son vínculos que no generan felicidad, si bien, en el imaginario social cumplirían esa función. Para Alí son paliativos que no logran extirpar la angustia por discriminación  social.  Son refugios pasajeros que no logran impedir que enferme.

Es interesante cómo los personajes centrales están al margen de sus determinantes y a la vez los padecen. Emmi fue miembro del Partido Nacionalsocialista y se refiere a ello de manera anecdótica, el padre también lo era; parecería que esa fue la causa de su filiación política.

Por otra parte, no está muy claro el papel único y absoluto de la política en las características xenófobas del pueblo alemán. El nazismo sucumbió, pero el racismo es persistente; los extranjeros tienen un lugar en la sociedad, pero, a la vez, su moral es cuestionada.  Nos inclinamos a pensar en una formulación explicativa de índole dialéctica que integre la política y la moral social como fenómenos productores de posturas racistas y xenófobas.

Segunda imagen Todos nos llamamos Alí

Si bien Hitler y el nacionalsocialismo tuvieron su momento de gloria, de popularidad, la política encontró asiento en la moral de un pueblo que ya odiaba al diferente. En definitiva, por un lado, tenemos ciertos planteos políticos racistas, y por otro, un pueblo que los acoge, pero no por su novedad sino por su oportunidad, por la pertinencia de su aparición en un momento de posguerra (Primera Guerra Mundial): el alemán pasa a sentirse disminuido en el contexto internacional. El odio al diferente, traducido en la “superioridad de la raza aria” frente al extranjero en general y al judío en particular, funcionaba como mecanismo de compensación frente al sentimiento de inferioridad. Es un momento en el cual Alemania, como nación derrotada, debe cumplir con múltiples requisitos de control y resarcimiento frente a la comunidad internacional (Tratado de Versalles). Podemos suponer cómo el sentimiento popular puede encarnar en una fuerte xenofobia que, a futuro, solo en apariencia se extinguió. Pudo permanecer instituida en la cultura desde un imaginario social que encontró múltiples razones  psicológicas y morales para el desprecio.

Luego de la Segunda Guerra Mundial subsiste el sentimiento de superioridad hacia el extranjero, pero ya no sostenido por una política claramente segregacionista, sino sustentado en una moral que degrada y rechaza al otro.

Si bien la posición del extranjero que va a Alemania a trabajar no es la mejor, se le garantizan algunos derechos que se ven reflejados en medidas legales; el filme se encarga de mostrarlas. Recordemos la escena de la música alta, donde llega la policía y solicita el descenso del volumen,  atendiendo  al cumplimiento de una norma que comienza y termina allí, independientemente de la raza y la procedencia de los implicados. La fuerza del orden respeta al extranjero y no se extralimita en el ejercicio de su autoridad, solo hace cumplir la norma que debe ser igual para todos. Aquí, la policía representa la institucionalidad, lo normativo como producto de la política, mientras que las vecinas que denuncian el hecho lo hacen desde un posicionamiento moral, utilizan la legalidad para perjudicar a quienes consideran inferiores, y, por ende, provistos de malas intenciones para con la comunidad.

Estos análisis van en la línea de un cuestionamiento en términos del grado de participación de lo político y lo moral en la discriminación. La idea es que ambos están implicados y exhiben diferente peso en distintos momentos. Hay un estadio más político que se juega históricamente y tiene que ver con el colonialismo y las ideas que se esparcen en torno a él; generan  un tipo de moralidad. Hay otro donde, si bien la política ofrece transformaciones, buena parte de esa moralidad prevalece arraigada en la población y alimenta la cultura del desprecio y la exclusión del inmigrante.

Por tanto, la discriminación que observamos obedece a una raíz política que no se ofrece fácilmente a la conciencia de quienes están determinados por una cultura y piensan a partir de allí. Es la razón por la cual Emmi y sus compañeras no comprenden el racismo, lo atribuyen a cuestiones morales que, aunque puedan predominar en el presente, se relacionan dialécticamente con coyunturas políticas inherentes a otros tiempos. La vinculación es ajena a la conciencia de las protagonistas.

Otra escena ilustrativa es la de la tienda. El dueño no logra interpretar a Alí, luego de que su esposa lo corrija, nunca llegará a disculparse con él.  Emmi viene a reclamar y la respuesta que obtiene va en la línea de la desacreditación del marido, que oficiará  de chivo expiatorio por los propios errores del comerciante.  Alí, en términos junguianos, es el depositario de la sombra del tendero, quien no reconoce su propia ignorancia  acerca de los productos que vende y la traspasa al comprador: no sabe hablar alemán y por tanto no se explica correctamente.

Interesantes son los mecanismos que se ponen en juego para no caer en una posición de inferioridad. Se necesita la presencia de lo inferior para liberarse de los propios defectos y errores; el mecanismo liberador se ejerce mediante la utilización del más débil, del segregado socialmente; es quien deberá soportar el peso de los aspectos más oscuros de la sociedad alemana. La ira, el odio, la violencia, la ignorancia, los más bajos instintos; todo está depositado sobre el extranjero, que, paradójicamente,  es quien la padece. Al final, la superioridad alemana siempre triunfa.

Tercera imagen Todos nos llamamos Alí

El marroquí está lejos de su familia y su cultura; también se siente solo y angustiado, aunque lo demuestra en base a acciones: el sexo, la bebida, el juego. La úlcera que padece es típica de las consecuencias de su condición de inmigrante.

La angustia y sentimiento de soledad son factores de unión,  aunque no necesariamente de identificación. Son sentimientos comunes con diferentes raíces; los resultados se verán al final. La unión de ambos (Emmi y Alí) genera consecuencias sociales de las cuales no pueden abstraerse;  la relación culmina siendo un paliativo necesario para una mejora en la calidad de vida.

Él no puede poner en palabras lo que le está sucediendo, aunque sí logra sentirlo: no es consciente de las determinantes de su nerviosismo e incomodidad permanentes.

La hipótesis de una estructura de sentimiento semejante frente a coyunturas similares puede ser válida,  en tanto circunstancias adaptativas que ofrezcan el mismo tipo de exigencia a los individuos que parten de una misma cultura. Las analogías  estarían más conectadas a condiciones culturales típicas que a circunstancias sociales adversas.

La vivencia de opresión y discriminación atenta contra la dignidad humana, y, en ese sentido, es lógico que a partir de una biología común resulte una similar significación que dispare sentimientos semejantes, aunque tal circunstancia no sea suficiente como para referirse en términos de hallazgo de estructuras de sentimiento comunes.

No  sabemos cómo funcionaría Alí en un contexto que lo aceptara, donde se le ofreciera la posibilidad de adquirir más herramientas sociales para una adecuada  adaptación.

Fassbinder nos muestra un individuo que, en función de la respuesta de su entorno, hace lo que puede con lo que tiene.

 

 

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