Investigamos 

Éxodos involuntarios

Inmigrantes en puerto

huesos que fuego a tanto amor han dado
exilados del sur sin casa o número
ahora desueñan tanto sueño roto
una fatiga les distrae el alma

Juan Gelman, Fragmento de Nota XXII

 

Permítanme realizar un texto muy personal sobre estos éxodos involuntarios, un camino que tiene un tramo autobiográfico, y que es lo que me ha seducido para participar en la sección dedicada este mes a las crisis que azotan, directa o indirectamente, a nuestros países.

Provengo de una región que casi se cae del mapa, en un Sur frío durante agosto y muy cálido en enero. Con grandes extensiones de tierra, en su mayor parte deshabitadas, dispuestas a albergar a “todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino”, como reza el Preámbulo de la Constitución Nacional. Una frase que de estudiante debía repetir como una letanía imposible, ya que pasé gran parte de esa etapa de mi vida bajo dictaduras militares que impedían el curso de las libertades civiles que predicaba la Carta Magna.

 

En un principio fue el Verbo

Y un día llegó el primer llanto del Indio;
en la mañana del descubrimiento,
saltando de la proa de la carabela,
y del cielo de la raza en derrota
cayó al volcán la primera estrella.

Andrés Eloy Blanco, fragmento de El río de las siete estrellas

Imagino grandes poblaciones que desembarcan. Sí, imagino gentes que bajan de los barcos, frente a las costas que ofrece el Atlántico en la desembocadura del Río de la Plata. Hombres cansados de navegar en busca del Dorado y que vienen con una Biblia bajo el brazo a evangelizar a los salvajes. Me pregunto si huirían de alguna crisis económica y me respondo que más bien huían de una situación personal donde el viaje a lo desconocido (las Indias) suponía la redención de una vida marcada quizá en muchos casos por el delito.

aguirre la ira de diosSe han filmado innumerables películas sobre la colonización de América. A mí me gustaría rescatar tres de mis preferidas. La primera, Aguirre, la ira de Dios (1972), del alemán Werner Herzog, rodada en la inmensidad del Amazonas y actuada por un demente Klaus Kinski que como nadie interpretó al irascible Lope de Aguirre en su paso aplastante por la América del Sur, ataviado con su traje de conquistador y con una ambición que le quemaba las entrañas. En la misma línea, podría mencionar Orinoko, nuevo mundo (1984), donde el afluente amazónico es el protagonista de una conquista que vino a romper el idílico estado de un Paraíso. Sus bellísimas imágenes surrealistas aportan más a los sentidos que a una historia lineal, porque su director, el venezolano Diego Rísquez, apela al sentimiento de una pérdida, de algo que se ha roto y que no tiene recomposición.

Finalmente, La misión (1986), del británico Roland Joffé, recrea las misiones jesuíticas y su tarea de evangelización de los nativos. Las Cataratas del Iguazú ofrecen un marco de gran exuberancia, de fuerza y energía de la naturaleza que bien podría emular la tarea de doblegamiento que tenían por delante los sacerdotes empeñados en extender el credo católico en tierras salvajes.

 

Se levanta a la faz de la tierra una noble y gloriosa nación

Él anda siempre juyendo,
siempre pobre y perseguido,
no tiene cueva ni nido,
como si juera maldito,
porque el ser gaucho… ¡barajo!
el ser gaucho es un delito.

José Hernández, Martín Fierro, v. 1320

A lo largo de dos siglos, del dieciséis al dieciocho, varias culturas convergieron en una única, la impuesta por el colonizador. Imagino a sus descendientes haciendo propia esta tierra que los había recibido con los brazos abiertos, sosteniendo el mandato de la descendencia, mezclándose con los habitantes de tez aceitunada. Luego de siglos, ese mestizaje fue asimilado por  pobladores originales ya “civilizados” (si no, diezmados) junto a los colonizadores ya instalados, para constituir una nación que se decía fuerte y poderosa. Era una nación joven, muy joven, y no dejaba de sostener una mirada melancólica dirigida hacia el Este, donde se encontraban la Madre Patria y la civilización tan deseada.

juan moreiraEsa lucha entre el indio y el gaucho, entre el criollo y el mestizo, ha quedado plasmada en el cine por Martín Fierro (1968), inspirada en el libro de José Hernández y dirigida por Leopoldo Torre Nilsson en una versión más bien didáctica. Interpretada por Alfredo Alcón en el papel del gaucho, su presencia quedaba soslayada por el más ignorante, pero a la vez más sabio de la historia, el Viejo Vizcacha, interpretado por Fernando Vegal. Sin embargo, para mí hay otro personaje, recreado en una película de Leonardo Favio, Juan Moreira (1973), en la que Rodolfo Bebán interpreta de manera magistral al gaucho indolente que resiste con su vida la humillación con que se somete a los de su “clase”.

 

Allende la mar

Soy una planta monstruosa. Mis raíces están a miles de kilómetros de mí y no nos ata un tallo, nos separan dos mares y un océano. El sol me mira cuando ellas respiran en la noche, duelen de noche bajo el sol.

Juan Gelman, fragmento de Nota XVI

A lo largo de los años, han ingresado en la Argentina inmigrantes de diferentes nacionalidades, pero me interesa rescatar el puente de ida y regreso que se tendió siguiendo esa mirada melancólica a la que me he referido hace instantes. Porque la ciudad de Buenos Aires, la capital del país, bulle de gente de las provincias y de los países limítrofes, pero crece extendiendo un brazo de tierra ganada al río que intenta, vanamente, alcanzar la Gran Vía madrileña, las luces parisinas o la Fontana de Trevi romana. Ojos alargados de melancolía ajena que hemos hecho propia. Experiencias que trajimos de regreso, acunándolas para nuestros hijos que nunca van a entender el sino de este eterno deambular cruzando el océano siempre en busca de una tierra prometida que se llama libertad, que se llama trabajo, que se llama futuro.

serie vientos de aguaLa diáspora de españoles e italianos –que abandonaron sus países en los que todo se había vuelto hostil debido a la crisis económica que desató la posguerra y se embarcaron en busca de la América, tierra de promesas, para no abandonarla jamás- ha quedado reflejada en la serie coproducida entre España y Argentina, dirigida por Juan José Campanella, Vientos de agua (2006). Trata de estos pasajeros anónimos que viajaban en la tercera clase de un barco para redescubrir una tierra que soñaban próspera.  Allí confluyeron distintas nacionalidades que le otorgaron a Buenos Aires una idiosincrasia variopinta y un sincretismo en las costumbres que define a los porteños. Los “gringos” también se instalaron en la extensa pampa y fueron asumiendo costumbres autóctonas. Estos extranjeros que pronto se sintieron argentinos siguieron trayendo con ellos “la civilización”, nos enseñaron sus ideas socialistas, la dignidad que se alcanza a través del trabajo, la noción de familia como refugio personal y ente fundamental de la sociedad…

 

Volver con la frente marchita

Mi padre vino a América con una mano atrás y otra adelante, para tener bien alto el pantalón. Yo vine a Europa con un alma atrás y otra adelante, para tener bien alto el pantalón. Hay diferencias, sin embargo: él fue a quedarse, yo vine para volver.

Juan Gelman, fragmento de Nota XII

La Argentina fue consolidándose como nación, con sus avances y retrocesos, mientras se gestaba en la oscuridad una “clase” militar inspirada en el ejército prusiano, que se creyó con la facultad de intervenir políticamente cada vez que la sociedad se inclinara hacia la izquierda ideológica, sometiendo a sangre y a fuego a sus víctimas. Su función de “mantener a raya” a ese grupo de argentinos que osaba pensar diferente llegó a extremos inusitados al promediar la década del setenta. No puedo dejar de pensar en la historia de Ana, una ex guerrillera cuyo testimonio es el hilo narrativo de Montoneros, una historia (Andrés Di Tella, 1995), uno de los documentales más conmovedores que reflejan esa etapa de la historia más cercana de la Argentina. Y más recientemente hemos visto Infancia clandestina, (Benjamín Ávila, 2012), sobre los avatares sufridos y las consecuencias que pagó toda una generación por los desmanes de esos seres dementes. Otra vez, pero en sentido inverso, comenzó la diáspora a través del Atlántico.

El éxodo clandestino alejaba a los argentinos, chilenos y uruguayos hacia el Norte y hacia el Este, en busca de la supervivencia, dejando atrás un país desolado, con unas botas gigantes que habían aplastado cual Atila todo verdor ideológico. Esa huida involuntaria tenía una premisa: el retorno.

un lugar en el mundoDel regreso habla Un lugar en el mundo (1992), de Adolfo Aristarain, con el protagonismo de Federico Luppi, que encarna a un argentino que vuelve al país después de haber vivido un exilio obligado. Ha incorporado sus vivencias extranjeras y ha encontrado un lugar donde enterrar sus huesos. Ese “lugar en el mundo” lo encuentra con las huellas, con las cicatrices del ostracismo, pero fortalecido para la lucha y con la certeza de que no huirá otra vez, sino que presentará pelea así le cueste la vida. En la película de Aristarain se conjugan varias ideas, la de la nostalgia por el país lejano que lo ha cobijado, la de la posibilidad de un nuevo arraigo luego de haber tenido “las raíces en el aire”. La de un futuro de lucha, porque ante eso no se claudica. Ha vuelto uno distinto al que se fue, pero en esencia sigue siendo el mismo que era. Era y es un hombre con ideales, con la fuerza necesaria para enfrentar a quien quiera doblegarlo. Y en la trayectoria de ida-regreso ha perdido más que lo que ha ganado.

sur de solanasEn el exilio se pierde la unión familiar, aquella que instalaron los primeros inmigrantes, se resquebrajan parejas, los hijos quieren quedarse en la nueva patria que los ha cobijado, mientras los adultos desean regresar a su terruño. La fractura es imposible de recomponer. Y la Argentina debió reconstituirse, luego de la dictadura y la desaparición –literal- de una generación, con los sobrevivientes que volvían con esas fracturas estructurales a ponerle el pecho a un futuro incierto, donde se los consideraba extranjeros en su propia tierra. Sur (1988), de Fernando Solanas, es una de las películas paradigmáticas sobre el retorno de esos seres desgarrados al seno de su tierra. Sur nos habla de la melancolía perenne, del reencuentro con el tango y con las vivencias de una tierra anhelada. Y lo hace desde la poesía. Sus planos sobre calles empedradas, bajo la luz azul y la niebla, donde se recorta la silueta de una pareja enredada en lazos amorosos, mientras escuchamos al Polaco Goyeneche entonar el tango Vuelvo al Sur, no deja de lado una mirada nostálgica con algunos trazos de humor por las vicisitudes pasadas en el exilio.

 

2001, una odisea…

 Tantos años tardó en cruzar el mar
que allí se volvió a arrugar
y por eso regresó
vieja como se marchó.

María Elena Walsh, fragmento de la canción Manuelita

Idas y venidas por el gran puente que une a Europa con América. Un gran pasadizo pleno de cal y de arena, de esperanzas y dificultades, de sufrimientos y recuerdos amorosos. Ese puente se extendió en la década de los setenta para estos seres que huían para sobrevivir.  Distinto destino y distinto objetivo el de la más reciente diáspora de la generación de jóvenes argentinos, que bajo la crisis económica e institucional de 2001 buscó nuevos horizontes en Europa.

vientos de agua 2Nuevamente hacemos referencia a Vientos de agua. Una nueva línea narrativa nos cuenta la historia del hijo de aquel español que iniciaba la serie. Un arquitecto que, empujado por la crisis económica que azotó a la Argentina a comienzos del milenio, se embarca en un sueño de superación volviendo a la Madre Patria, a la tierra de sus ancestros, en busca del mismo cobijo que encontró su padre en la Argentina. Una vez más, la historia se repite… Parejas deshechas, hijos que quieren hacer su vida aquí o allá, padres en tierras lejanas… Es la historia de nunca acabar.

Hoy, en países como Grecia, Italia, España o Portugal, hundidos en la debacle provocada por el poder financiero y la ineptitud de su clase dirigente, hay seres que vuelven a cruzar el Atlántico hacia la joven América, tierra de promesas que guarda un pasado oscuro, latente, como un monstruo capaz de levantarse y derrumbar como un castillo de naipes lo construido por tantas generaciones que fueron y vinieron durante siglos.

Época de crisis y de reconstrucción. El ser humano es una especie de ave fénix que se levanta de sus propias cenizas para convertirse en una promesa. Las cicatrices de tanto viaje perduran en el idioma, en las costumbres, en los gustos… como marcas de identidad, propias o adquiridas, durante los vaivenes en que nos pone la vida.

Nadie como el escritor argentino Juan Gelman se ha referido con tanta sensibilidad a esa etapa de transición en que nos va la vida, porque no hay un futuro a largo plazo, sino que se trata de un no-estado en el que sólo se trata de resistir. Dice el poeta en Mi Buenos Aires querido (Gotán, 1963):

Sentado al borde de una silla desfondada,
mareado, enfermo, casi vivo,
escribo versos previamente llorados
por la ciudad donde nací.
Hay que atraparlos, también aquí
nacieron hijos dulces míos
que entre tanto castigo te endulzan bellamente.
Hay que aprender a resistir.
Ni a irse ni a quedarse,
a resistir,
aunque es seguro
que habrá más penas y olvido.

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