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Episodio 6: El eterno retorno

Los restos mortales

Un simple viaje hacia el misterio

Un viaje en diligencia que exhibe prototipos. Seis modelos que contribuirán a la comprensión de diversas posturas en diálogo. Lo icónico bajo una presentación física que anticipa la definición de modelos socialmente compartidos. A esto se suman matices que dan cuenta de cómo los realizadores quieren presentar a algunos personajes más allá de los posibles estereotipos. El cazador de recompensas y su ayudante Clarence no son hombres rudos que alardean y desprecian a sus víctimas, sino respetables caballeros que cumplen con el deber y tratan de entender al hombre en situación extrema.

Los personajes operan como modelos; sus opiniones van estrechamente ligadas a lo que son. Hay una lógica vinculante entre la presentación física y una serie de puntos de vista existenciales. Durante la discusión, el espectador va comprendiendo por intermedio de la articulación entre sus aspectos físicos, actitudinales y discursivos, exhibidos en diferentes planos. También la iluminación contribuirá a generar conceptos.

Todas estas formas están fuertemente ligadas a estilos de vida correspondientes a diferentes lugares sociales.

El francés, con su clásico bigote, la mujer que profesa una religión protestante y un cazador que vive alejado de la civilización.

Vemos al francés con sus gestos displicentes, denotativos de molestia; sus compañeros de viaje no están a la altura de su capacidad intelectual. La mujer experimenta la violación de todos sus dogmas. Por último, el cazador, un ermitaño que no tiene con quien hablar, se desahoga y aburre a sus contertulios.

Los tres personajes serán el centro de una discusión existencial acerca de la esencia del hombre. Intentarán reducirla a una fórmula comprensible y coherente con el sentido de sus propias existencias. Los discursos, apoyados en códigos visuales, establecen la coherencia entre lo que los personajes dicen y lo que son. Se logra un reconocimiento icónico: el cazador con ropaje de pieles y gorro de piel de zorro, la mujer religiosa, vestida de negro, con rodete, un gorro y su gesto de horror ante cualquier circunstancia que altere lo moralmente esperable.

Sostendrán una discusión donde el francés representará el conocimiento racional; la mujer, el dogma; y el cazador, el primitivismo y la ignorancia. Solo puede catalogar al hombre como un animal que responde exclusivamente a sus instintos, donde el lenguaje oficia como descarga mitigadora de la soledad, volviéndolo tedioso.

El francés diserta, y la cámara toma su cabeza sobre la ventanilla; la luz proviene del exterior: es el momento de la iluminación, del conocimiento. La mujer la emprende a paraguazos contra él: sus afirmaciones le resultan intolerables. Irrumpe la crisis. La razón en conflicto con la moral; dos posiciones que, respectivamente, se caracterizan por el cuestionamiento y el refugio en la seguridad de lo imperecedero. La posibilidad de detenerse existe, pero el cochero, una vez que inicia el viaje, ya no parará hasta llegar a destino. Es momento de penumbra. La baja iluminación y el color azulado asumen importancia. Ahora, en un instante de crisis, ya está cayendo la noche. El francés saca la cabeza por la ventanilla y su rostro es tomado en picado mientras pide que el coche se detenga. Es inútil, la respuesta es el contrapicado del cochero bajo un cielo nuboso. El individuo está de espaldas e ignora la solicitud. El estar de espaldas y golpear a los caballos intensamente le otorga un aspecto agresivo que, combinado con el azulado (penumbra), lo vuelve un ser tenebroso. El contrapicado expone su superioridad, ni siquiera le interesa darse a conocer; solo debe llevar el carruaje a destino, lo demás no es digno de consideración. Viste de negro y lleva sombrero; definitivamente, es un personaje desconocido y tenebroso. Es la fiel representación del inevitable e incierto destino que jamás se detiene. Un misterio que el intelecto no puede descifrar; algo numinoso y omnipotente. Nadie es capaz de interferir en su misión: trasladar el carruaje hasta Fort Morgan. Tiene poder sobre los pasajeros: los lleva más allá de su voluntad y los deposita en un lugar desconocido. Comienza a introducirse el concepto de incertidumbre que irá a relacionarse, de manera gradual, con la idea de muerte.

El oficio necesario y respetable

Clarence cuenta una historia para distender. Los participantes se emocionan; trata del suicidio de un hombre joven que no es correspondido amorosamente. Se pasa al tema del “trabajo” de los cazadores de recompensas. Caballeros educados y dignos de reconocimiento social. Así se ven a sí mismos, y esperan ser aceptados como tales. Destaca una figura que se encuentra fuera de campo y que, a partir de ahora, va a ser una presencia determinante para el estado de ánimo del resto de los participantes: el muerto que yace en el techo del carruaje. El señor Thorpe es la prueba real del discurso de sus ejecutores. La incertidumbre crece, y al enrabarse con lo posible, se transforma en miedo no explicitado, aunque evidenciado, fundamentalmente, con expresiones faciales. Los tres pasajeros escuchan las historias y reflexiones de los que hacen de la muerte una forma de vida y temen que, incluso sin saberlo, puedan llegar a ser sus víctimas. Los profesionales de la muerte operan sin previo aviso. Suelen contar historias para distraer y luego matan.

Las insinuaciones de los “expertos” indican que cualquiera podría ocupar ese lugar; cualquiera puede morir en cualquier momento.

Al cazador de recompensas le gusta mirar a los ojos a la persona, luego de que Clarence ha hecho su “obra”. Es el instante de tránsito hacia el más allá; la música en over genera expectativa. Es el momento de un abrupto corte, cesa la música, el carruaje frena de golpe. Se refuerza la incertidumbre existencial ante la ausencia de respuesta; no podemos saber qué pasa al morir.

La balada de Buster Scruggs - Episodio 6

El acompañante

La muerte acompañará a los pasajeros durante todo el camino, y tendrán que ingresar al hotel donde se aloja. Forma parte del destino, acompaña al hombre en todo momento. Hay un cuerpo inerte que, aunque fuera de campo, está presente. Se materializará; aparecerá frente a la cámara como algo absolutamente mundano que es tratado sin el más mínimo respeto: lo bajan del carruaje, se les cae, hacen bromas. La muerte es ridiculizada por quienes conviven con ella. Es la manera de tolerar su presencia.

Matar como medio de vida; es una función social; la muerte forma parte de la existencia humana; ellos colaboran con ella, facilitando el orden natural de las cosas.

En un picado, la víctima es bajada y prácticamente tirada al piso; es la desvalorización del cuerpo. Se le quita trascendencia a la muerte y, con ello, también a la vida humana. Aumenta la sensación de miedo por el riesgo que se corre frente a quienes actúan de una manera muy natural y distendida al ejecutar su trabajo. En el camino, se alababan el uno al otro al relatar las técnicas utilizadas para matar.

El espectador es observador excluido, no participa del viaje y, por tanto, puede forjar otro nivel de comprensión, no hay evidencia de que su vida esté en riesgo, está distanciado de la ficción.

Luego de este suceso, se alternan planos del carruaje con los pasajeros y la puerta del hotel (leve travelling); los cazadores de recompensas ya han ingresado con el muerto, también el cochero, como siempre, de espaldas; seguimos sin conocerlo. Es un personaje de tránsito, su papel es contribuir a la construcción de los conceptos de incertidumbre, muerte y destino.

Bajan del coche los que quedan y un plano general los coloca en la noche, caminan hacia la puerta del hotel. Son siluetas recortadas en la oscuridad. Llegan al hotel en un plano compartido, el cazador abre la puerta, y entran. La cámara los sigue en un travelling; al fondo, el cuerpo es subido por una escalera fuertemente iluminada al punto de encandilar. Se ven siluetas, la luminosidad contrasta con la poca luz del pasillo. Los “recolectores de almas” en plena faena. El efecto es sobrenatural, una especie de potente aura luminosa refuerza el temor e indecisión del francés, que observa sin animarse a ingresar. A la vez, se percata de cómo la carroza se retira del lugar. Con gesto de resignación se coloca la galera, entra y cierra la puerta.

¿Un western?

Las características presentes ameritan la clasificación. Posee ambientación de época, puesta en escena, vestuario, el planteamiento de la circunstancia: viaje a un pueblo del Oeste donde hay un sheriff esperando a dos cazadores de recompensas que transportan un muerto.

De todos modos, los sucesos no son típicos de una película del género. Algunos personajes no concuerdan con el estereotipo: cazadores de recompensas bien vestidos, educados, aseados, no son pistoleros comunes como era de esperar. Se enfrascan en conversaciones existenciales, les falta rudeza.

Además, la situación dista mucho de presentar elementos comunes a este tipo de filmes; no hay acción, en su lugar hay un amplio diálogo existencial que, primero, se centra en la esencia del hombre y, luego, en la muerte. No existe un peligro externo: pistoleros, indios, etcétera. El riesgo es subyacente, se juega en la vida misma como existencia.

La película se vuelve opaca, lejana a lo explícito del relato, que solo cumple una función alusiva. Hay mucho para desentrañar, nadie puede quedarse solo con lo narrado linealmente. Los sucesos, aunque simples, esconden múltiples significados. Lo transversal es lo relevante, lo situacional, allí están los contenidos. Podemos dividir el filme en dos partes fundamentales: diálogos a bordo del coche y llegada a Fort Morgan con el correspondiente descenso, tránsito e ingreso en el hotel.

No hay tiroteos ni venganzas, lo que hay es un temor existencial no explicitado; el espectador lo tiene que descubrir con las características presentes y, en ese sentido, no es la elemental historia la que proporciona indicios significativos. Son más bien los elementos transversales.

El especial hincapié en los sutiles cambios de estado de ánimo durante la conversación, tampoco es algo habitual en los westerns.

La función emotiva no llega a contagiar al espectador. Podemos empatizar desde nuestra experiencia humana, pero también desde la razón. Las características de lo que vemos nos hacen creer como posible lo que los personajes pueden estar sintiendo, pero a cierta distancia.

Digamos que es un western personalísimo, a la manera de los Coen.

Buster Scruggs - Epsiodio 6

A modo de síntesis

Los significados a los que hemos accedido son producto de la consideración minuciosa de asociaciones y articulaciones entre palabras, discursos, imágenes y sonidos. Los planos en picado y contrapicado pueden contribuir a un mayor o menor valor de lo expuesto en la imagen, según la circunstancia; generan, de esta forma, la presencia de diversos conceptos: destino, incertidumbre e inevitabilidad de la muerte, como componente de la vida. Los primeros planos, planos normales y conjuntos, en general, exponen con detalle gestos y actitudes, sobre todo, luego de la primera discusión sobre la esencia del ser humano. Posteriormente, llega el momento de mayor participación de los representantes de la muerte. El resto de los personajes se van quedando en preguntas breves y una gran representación gestual. Comienza a introducirse el miedo en el interior de la circunstancia, sin mediar palabra que lo explicite. Los cazadores de recompensas activan sus mecanismos de defensa negadores: no podemos saber qué sienten en realidad. Se esmeran por destacar las virtudes e importancia de su profesión; niegan el matar como acto inmoral; no sienten culpa. Al referirse al cuento del “Llamador de Medianoche”, se alude a la identificación de quien lo quiere escuchar; será quien morirá, mientras que el relator siempre vivirá. Es una manera de negar la posibilidad de su propia muerte al tratar con la muerte de otros. El otro está expuesto, él no. Por otra parte, cuando descargan el cadáver, bromean maníacamente para evitar tomar contacto con el suceso trágico.

Nos encontramos con el conocimiento versus lo incierto. Se termina la discusión acerca de lo que es el ser humano cuando no se puede conocer y controlar el destino. Está la posibilidad de la muerte como acompañante permanente, componente incierto del destino, en tanto no sabemos cómo será ni cuándo nos alcanzará.

El destino no es algo inevitable, lo inevitable es la vida representada por el carruaje; al transitar un camino, no puede detenerse ni retroceder. No se alude a una trayectoria prefijada. La vida es ineludible, no hay retroceso, y la muerte siempre está acompañándonos.

Precisamente, eso es el destino.

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